Nuestros Fitzcarraldo: proyectos faraónicos del Foro de Sao Paulo

Nuestros Fitzcarraldo: proyectos faraónicos del Foro de Sao Paulo

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Indescifrable es la tendencia de ciertos jefes de Estado a dejar su huella mediante la construcción de obras físicas gigantes. Es una inclinación observable con especial frecuencia en regímenes dominados por el populismo. Quizás por idiosincrasia, en América Latina esta tendencia va asociada a desvaríos y desmesuras personales. Es una propensión, sin duda tragicómica, que da señales de alerta sobre la salud de un sistema político.

En términos generales se usa la expresión “proyectos faraónicos” para describir obras sobredimensionadas, en tanto estructura física, como financiera. Con nula utilidad práctica real. Aparte de ello, la sola decisión de construirla sugiere una fuerte disociación entre lo que piensa, ve y quiere un mandatario, y lo que el sentido común indica.

En el caso latinoamericano se han observado en los últimos tiempos tres obras monstruosas en su concepción. Una en Nicaragua, otra en Ecuador y luego una tercera que iba a cruzar toda Sudamérica de norte a sur.

Patrocinado por sátrapas distintos, muestran ribetes cinematográficos similares al plasmado en Fitzcarraldo, el filme sobre la vida de un millonario delirante, fanático de Carusso, y que buscó construir un teatro de ópera en plena Amazonas apoyándose en la exportación de caucho, muy apetecido en las industrias estadounidense y europea de fines del siglo 19. En la película, el protagonista no encontró cosa más imaginativa que transportar un enorme barco, enteramente armado, a través de cerros y ríos selváticos. Fue una película de mediados de los 80, de Werner Herzog (con Klaus Kinski como Fitzcarraldo, junto a Claudia Cardinale), quien se inspiró en una figura real, el millonario peruano, Carlos Fermín Fitzcarrald.

Lo interesante desde el punto de vista político es que a los patrocinadores de estos tres proyectos los unía ese férreo vínculo ideológico (y mental) generado al interior del Foro de Sao Paulo. Esto da una pista por dónde deben ir las alertas.

Por fortuna, para los destinos de los países involucrados, sólo uno de estos aberrantes proyectos se materializó. Fue la fastuosa sede para la Unasur, construida, y obsequiada, por el ecuatoriano Rafael Correa, “a los hermanos latinoamericanos”. El segundo fue un oleoducto transamazónico, concebido por Néstor Kirchner, Lula y Hugo Chávez, lanzado con vítores e imágenes de sus promotores con una sonrisa puesta en el infinito. Finalmente, el tercero, fue un nuevo canal transoceánico que iba a construir la dinastía Ortega en Nicaragua. Hace algunas semanas fue dejado de lado, de manera definitiva. Se estimó, después de largas negociaciones y estudios, que era “poco viable”.

Pese a todo, sería una falla inexcusable no revisar, aunque sea someramente, los elementos de cada uno de ellos. Parecieran ser bastante útiles para la reflexión sobre el estado de la política latinoamericana. Borges se admiraría. Vale recordar que calificaba cuanta iniciativa populista existiese de “fábula para el consumo de patanes”.

El primero de ellos ocurrió en el Ecuador de Rafael Correa. Un decenio con verdaderas perlas populistas. Su proyecto faraónico se llamó “Edificio Néstor Kirchner”. La instaló en el llamado Complejo Mitad del Mundo a pocos kilómetros al norte de Quito. La obra, postmoderna, fue diseñada por Diego Guayasamín, hijo del pintor Oswaldo. Siete pisos, 20 mil metros cuadrados edificados, 27.800 de áreas verdes, 18.200 de plazas y ágoras y 6.793 de espejos de agua, 11.500 metros cúbicos de hormigón y 2.060.000 kilogramos de acero estructural y en su frontis puso una estatua de Néstor Kirchner regalada por su viuda. Como era de suponer, el Salón Presidencial recibió el nombre de “Simón Bolívar”. Se inauguró en 2014 y tuvo un costo oficial de US$ 43 millones, más un millón de gastos anuales operacionales. Incrementables, desde luego. El éxito de este proyecto sería irresistible. Nunca se supo de auditorías a estos gastos.

Afortunadamente, al desplomarse Unasur, el edificio, que nunca fue ocupado para los fines propuestos, se abandonó de forma definitiva y ya entró en proceso de deterioro estructural. El presidente Lenin Moreno, reemplazante de Correa, retiró también la estatua de Kirchner, la cual deambuló por varias bodegas gubernamentales, de manera algo ignominiosa, hasta que finalmente fue repatriada.

Esta obra faraónica representa una disociación entre las dimensiones reales de Ecuador y el deseo incontenible de Correa por transformarse en un líder de dimensiones internacionales. Su esmirriado gravitas intentó ser balanceado con un derroche financiero atroz para el fisco ecuatoriano.

En tanto, el proyecto faraónico de los Ortega surgió en 2014. No ahorraron calificativos. Iba a ser “la obra de ingeniería más grande de la humanidad”. Serían 278 kilómetros de largo, entre 230 a 520 metros de ancho y 30 metros de profundidad. Todo de la mano de un empresario chino, que resultó ser un vendedor de celulares que ni siquiera vivía en China. Un misterioso charlatán, que, pese a todo, prometió una inversión de US$ 50 mil millones. Ya en 2016, Nicaragua iba a importar mano de obra. Se construirían también una central hidroeléctrica, una red gigante de riego, un puerto de aguas profundas y una refinería que abastecería de combustible a todo Centroamérica. Hasta un Metrobús para Managua prometió Ortega y su amigo chino.

Para mantener todo a resguardo, nombró a su hijo Laureano a cargo de las negociaciones. Aprovechando la reciente visita del Presidente iraní, Ortega admitió que, “por culpa del imperialismo”, la obra fue pospuesta hasta nuevo aviso. Sin embargo, para mantener el entusiasmo de sus súbditos, pronto se conocerán los detalles de otro, futurísticas infraestructuras críticas terrestres y aéreas.

Por su lado, el 5 de marzo de 2006, tras dos extenuantes jornadas en Caracas, los presidentes de Brasil, Venezuela y Argentina anunciaron el “Gran Gasoducto Sudamericano”. 10 mil km. de longitud; desde Puerto Ordaz hasta Buenos Aires con varios ramales intermedios. Su valor, 8 millones de euros, financiados en partes iguales por los tres gobiernos. Parece un chiste cruel.

Cabe preguntarse qué tienen en común estos tres proyectos, aparte de estar situados en la misma región y asumiendo que, quizás, respondan a esa idea de Hegel de que todos los seres humanos existen sólo para ser reconocidos por algo.

En primer lugar, es posible detectar un cierto delirio común en las izquierdas latinoamericanas al pretender ser, o representar, una quimera de vanguardia. Esta idea -que muy probablemente nace con Castro y Guevara- conecta a estas izquierdas, sin el menor recoveco, con los populismos ancestrales de esta región. Anida en la pulsión por buscar una identidad en los más variados aspectos, que algunos consideran perdida; otros inconclusa.

Por otro lado, estos proyectos dejan al descubierto un frenesí de soberbia. La plebe es tosca y necesitaría estas izquierdas vanguardistas para dar un salto hacia algún punto quimérico. Jamás especificado, por cierto.

No extraña entonces que el Foro de Sao Paulo albergue liderazgos de personajes más bien pintorescos, herederos de los grandes caudillos de antaño y con una leve tentación por el culto a la personalidad. Son hombres fuertes, déspotas, pero con menos compulsión a compararse con los dioses. En esta región no sobreviven los Kim Jong-un. Tampoco hay interés en libritos rojo, como los distribuidos por Mao.

América Latina es más bien un escenario para los Fitzcarraldo. Siempre habrá seguidores para ideas desbocadas. Los tres proyectos faraónicos cobijados al alero y sombra del Foro bien lo sintetizan. (El Líbero)

Iván Witker