No todo está perdido

No todo está perdido

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¿Qué hacer para no verse afectados en el fondo del alma por este mix de comedia y tragedia en que está subsumido Chile? La exalcaldesa formalizada que regalaba ositos de peluche, el centro de torturas del Tren de Aragua, los cheese and wine de los ministros de un gobierno que nos había prometido “pureza”, la inminente presentación en el Festival de Viña de un cantante cuyas letras normalizan la cultura narco, bandas que asesinan y ocultan cadáveres todos los días, en fin, la larga lista es para llorar y reír al mismo tiempo. Nada noble, nada excelso, nada ejemplar marca hoy la pauta noticiosa. Hay que ir a buscar otras fuentes, otras inspiraciones, otros referentes que nos saquen del marasmo espiritual, cultural y político en el que estamos. O quedarán resonando en el inconsciente de las nuevas generaciones solo la basura farandulera que circula por las redes, las canciones del cantante Peso Pluma, y la superficialidad e ineptitud de nuestra élite dirigente. Esa es la música de fondo.

¿Dónde hacer esplender referentes éticos y estéticos que compitan con tanta “falta de respeto y atropello a la razón”? Hay que ir a buscar, estén donde estén, a los pocos justos gracias a los cuales el mundo no se derrumba. Así pensaba la Cábala: que bastan 12 justos para que el mundo se salve. Borges retomó y reescribió ese motivo en el poema “Los justos”: “Un hombre que cultiva su jardín, como quería Voltaire/ el ceramista que premedita un color y una forma/ el tipógrafo que compone bien una página, que tal vez no le agrada/(…) el que acaricia a un animal dormido/ el que justifica o quiere justificar un bien que le han hecho/(…) el que prefiere que los otros tengan razón./ Estas personas, que se ignoran, están salvando el mundo”. Borges imaginó su propia lista de justos y tal vez nuestra tarea más urgente en estos días sea elaborar nuestra lista de justos de Chile.

Me detengo en uno de los justos de Borges: “el que prefiere que los otros tengan razón”. En tiempos de intolerancia y funa, ¡cómo ilumina ese verso! Los justos de Chile son anónimos, no se sacan selfies para publicarlas en Instagram, están concentrados en sus humildes tareas, sin sacar la vuelta, sin saltarse el torniquete, sin buscar pensiones de gracia. Conozco muchos, están repartidos en tareas pequeñas a lo largo del país, son los que se esmeran en hacer las cosas bien y hacer el bien, pero sin prédicas ni discursos. No se sienten víctimas de nada (una excepción en tiempos de victimología desatada). Son como el farolero de “El Principito”, que prendía todos los días, en su pequeño planeta, su pequeño farol a la misma hora. O como el limpiador de baños públicos de la última película de Wim Wenders, “Los días perfectos”, que recomiendo como antídoto espiritual para desintoxicarnos de toda la maldad y estupidez que hoy nos agobian. El cuidador de baños se levanta todas las mañanas, como un anónimo más en la megápolis de Tokio, y, ante el asombro de sus mismos compañeros (más jóvenes que él), limpia wáteres, urinarios con la misma prolijidad con que un joyero engasta una piedra preciosa. Y casi no habla, no se le ve conectado a su celular, como todos los que lo rodean; escucha música en unos cassettes que han sobrevivido a la revolución digital.

Después de más de una hora de seguirlo —bajo la mirada epifánica de Wenders— y acompañarlo en sus predecibles rutinas, uno se pregunta: ¿cómo es posible que un limpiador de los excrementos y suciedades de una ciudad vertiginosa pueda emocionarnos e incluso convertirse en un referente de vida? ¿Cuál es el milagro? ¿No es esa la alquimia: convertir los excrementos en oro? Estamos ante un justo que transforma cada día en un “día perfecto” (título de la canción de Lou Reed que el protagonista escucha cada mañana) y que le muestra a sus compañeros de trabajo de la generación del ruido y la furia, sin sermones, solo con sus actos, en un silencio casi de monje zen, que otra vida es posible, que no todo está perdido. (El Mercurio)

Cristián Warnken