En el último tiempo, a raíz de las discusiones sobre la crisis de natalidad, ha surgido la propuesta de regular legalmente las técnicas de reproducción asistida. Relacionado con lo anterior, y de forma paralela, en el Congreso se discute un proyecto de ley que busca prohibir la maternidad subrogada. En estas materias el punto central que divide las posiciones es el estatuto que se le reconoce al ser humano antes de nacer y la calificación como un derecho (o no) a la pretensión de querer ser padre.
Las técnicas de reproducción asistida son métodos biomédicos que facilitan o sustituyen a los procesos biológicos naturales que se desarrollan durante la procreación humana sexual. En muchas ocasiones incluyen la selección, congelamiento, experimentación y descarte de embriones. Lo anterior se agrava considerando que se insta por su priorización aprovechándose de la crisis de natalidad, cuando está más que claro que ninguna medida ha servido para revertir la tendencia, o que las promuevan sin revelar los vínculos con una industria muy lucrativa que no deja de crecer.
Ahora bien, ¿esta es la verdadera razón?, ¿los riesgos de daño o muerte a los que se exponen los embriones?, ¿y si no existieran tales riesgos?, ¿entonces se justificaría moralmente su licitud? Lo cierto es que no. Lo anterior es un argumento válido, pero consecuencialista.
Hay que ir al fondo del asunto: la dignidad de la procreación es inseparable de la dignidad de la relación sexual y esta es inseparable de la dignidad del matrimonio. Ahora, como vivimos en una sociedad hipersexualizada y las leyes y la cultura hicieron mier… el matrimonio, porque eso es lo que han hecho, y ya nadie se atreve a luchar por su restauración, no se entiende el problema que conllevan las Tecnologías de la Reproducción Asistida.
Esto es especialmente relevante para los ciudadanos y políticos católicos, o que se dicen católicos. El Cardenal Ratzinger lo dijo bien clarito en 1987, como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, en la Instrucción Donum Vitae: la tecnología reproductiva para hacer efectiva la fecundación «no puede ser admitida, excepto en esos casos en los que los medios técnicos no son un sustituto del acto conyugal, sino que sirven para facilitar y ayudar, de manera que el acto alcance su propósito natural».
El deseo de tener hijos y formar una familia es propio del hombre y una de las principales razones de su felicidad. Tristemente, muchas personas padecen de problemas de infertilidad para traer hijos al mundo. Existen distintas vías para poder lograrlo, pero no todas son respetuosas de la dignidad del hijo que aún no nace. Toda persona posee una dignidad intrínseca y permanente por el solo hecho de su existencia. Esta dignidad exige que sea tratado como persona y no como cosa, como sujeto de deberes y derechos y no como objeto.
Como señala la profesora María Alejandra Carrasco, al referirse a los dilemas éticos relativos al inicio de la vida humana, estos pueden resolverse respondiendo, primeramente, una pregunta fundamental: «El embrión, ¿es o no es persona? (…). Según la respuesta se resolverán otras preguntas secundarias, que contendrían los argumentos más habituales para una u otra posición: (1) Conflicto de intereses: ¿Qué intereses deben primar?, (2) Tolerancia y pluralismo: ¿No es intolerancia no aceptar que cada uno actúe según sus valores? y (3) Mal menor: Frente a dos males, ¿no debemos optar por el mal menor?«. De la respuesta a la pregunta fundamental dependerá la respuesta a cada una de las preguntas secundarias.
Lo que está claro es que se tiene que asumir una postura coherente para todas las situaciones. Es una contradicción apoyar algún tipo de aborto y el congelamiento de embriones, y al mismo tiempo oponerse a toda forma de maternidad subrogada y a la eugenesia genética.
Hace tiempo que ya no se puede distinguir la pretensión o deseo, por una parte, del derecho, por otra, y que la bondad u honestidad del fin de una acción exige la licitud de los medios para alcanzarlo. La prohibición de la maternidad subrogada es un buen ejemplo. El razonamiento subyacente es que no se puede ocupar cualquier medio para lograr un embarazo y gestar un hijo. Es cierto que se cosifica a la mujer, pero también es cierto que se cosifica al hijo. Esto último se refleja con claridad en la arista de la maternidad subrogada con fines altruistas, en donde no existe una contraprestación monetaria. La dignidad del hijo exige que su concepción y desarrollo natural se respeten porque es una persona y no el producto de un procedimiento técnico que lo manipula y cosifica.
La crisis de natalidad no puede ser la oportunidad de lucrar con un problema doloroso para muchos ni hacernos olvidar que toda persona, en cualquier estado de su vida, antes y después del nacimiento, posee una dignidad intrínseca inviolable. (El Lìbero)
Roberto Astaburuaga



