Algunos sostienen la idea de una no alineación activa en la posición de Chile. Es una idea interesante, pero que no tiene una bajada práctica en materia de seguridad y defensa, pues se juega la soberanía territorial, la paz y la estabilidad de un país. Lo que más se necesita es certidumbre institucional, claridad y, sobre todo, una planificación acorde a las necesidades de una potencia secundaria pero inserta en el mundo como es Chile. Es decir, tenemos roles que son distintos a las potencias regionales como los BRICS o las grandes potencias globales, pero tenemos un lugar en la mesa. Por lo demás, nuestro prestigio como país nos permite influir en el escenario global en una dimensión que es muchísimo más grande que nuestra dimensión estratégica, principalmente basada en tamaño y población. Esa construcción de poder blando tiene connotaciones en la región y también en la diversidad de redes existentes con el resto del planeta.
En materia internacional hemos tomado decisiones importantes. Una economía abierta al mundo, que a pesar de la discusión interna movida por asuntos ideológicos y no la evidencia, que en algún momento tuvo en peligro el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP, por sus siglas en inglés), hoy está plenamente vigente. Lo mismo ocurre tras 20 años de los exitosos tratados de libre comercio con los Estados Unidos y con la Unión Europea. Estos son logros que ya nadie cuestiona. Sin embargo, en el ámbito estratégico caben más dudas.
Chile por la vía de los hechos tomó decisiones en materia de defensa. A la relación inevitable que tiene con Estados Unidos por la Fuerza Aérea y con Alemania por el material mecanizado del Ejército, debemos sumar que la Armada tiene relaciones históricas con su símil británica. Sin embargo, gracias a los gobiernos de la Presidenta Bachelet y del Presidente Piñera, esta última institución abrió un camino de cooperación con Australia a través de la compra de dos fragatas del tipo Adelaide, las actuales Capitán Prat y Almirante Latorre. Es decir, por la vía de los hechos se entiende que las relaciones más profundas son con Estados Unidos y Europa, además de una especial relación con el Pacífico Sur, en una estrecha colaboración con Australia y Nueva Zelanda. Chile también participa con éxito excepcional en el ejercicio Rimpac (Ejercicio de las riberas del Pacífico), junto con muchas armadas occidentales y bajo la dirección de los Estados Unidos. La idea es perfeccionar y profundizar ese diálogo.
Si bien hemos dado tímidos pasos hacia una planificación basada en capacidades, lo cierto es que nuestra política de relaciones internacionales de defensa está construida sobre la costumbre. Esta tiene prioridades que se mantienen a lo largo de la historia democrática de Chile desde 1990. Ellas trasuntan un interés de participar y compartir con una comunidad de defensa que cree en la democracia y las libertades occidentales. Algo tan crítico para un país como es la defensa tiene que ser en diálogo con quienes tienen los mismos valores. Por eso, no creo oportuna la visita que realizó nuestra ministra de Defensa Maya Fernández a China para reunirse con su par, el almirante Do Jung.
Con dicho país nos unen lazos comerciales y culturales que deben continuar y profundizarse. Sin embargo, en el diálogo estratégico nuestro lugar está en el Pacífico Sur, Latinoamérica y, en un más amplio sentido, en Occidente. No es una buena idea la visita porque nos enreda la planificación de la defensa, además de complicar innecesariamente los lazos históricos con los proveedores de nuestros sistemas de armas y su interoperabilidad. Finalmente, el país es el único bien para priorizar, y esto pasa por mantener nuestra influencia donde corresponde y no perderla. (La Tercera)
Soledad Alvear