No es miedo, es reflexión y memoria-Iris Boeninger

No es miedo, es reflexión y memoria-Iris Boeninger

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Por más que se suspenda, se congele o se disimule, una militancia no se borra con un gesto táctico de campaña. Menos aún cuando esa militancia comenzó a los 14 años, se sostuvo durante casi cuarenta, y ha sido parte central de una trayectoria política marcada por esa coherencia ideológica.

Jeannette Jara no es una figura neutra. No es una outsider ni una técnica sin pasado político. Es militante activa del Partido Comunista desde la adolescencia, ex dirigente estudiantil, ministra del Trabajo, y protagonista del eje más ideologizado del gobierno de Gabriel Boric. Tratar hoy de relativizar su historia o presentar su militancia como un “detalle de biografía” es, simplemente, tomar al electorado por ingenuo.

El intento de Daniel Jadue por anunciar, por su cuenta, que Jara suspendería su militancia comunista, generó un terremoto interno. Lautaro Carmona lo corrigió de inmediato: la decisión debe tomarse colectivamente y con la candidata presente. La propia Jara lo reafirmó: “ese tema no ha estado sobre la mesa” de su comando, y será ella, y solo ella, quien informe si se toma alguna medida.

Pero más allá de ese enredo, la pregunta de fondo es otra: ¿por qué se pretende disimular una militancia que ha sido bandera de lucha y orgullo por décadas? ¿Qué hay detrás de este esfuerzo por restarle peso a una identidad política que, hasta hace poco, era defendida como carta de presentación?

El Partido Comunista chileno no ha sido espectador en los últimos años. Ha sido actor central de algunos de los episodios más polarizantes de nuestra historia reciente: avaló el octubrismo, promovió una propuesta constitucional refundacional ampliamente rechazada, relativizó la violencia callejera, normalizó los discursos que justificaban la destrucción como herramienta política, y Jeannette Jara fue incluso abogada de la primera línea, defendiendo judicialmente a quienes protagonizaban enfrentamientos directos con Carabineros.

Hablar de todo eso no es hacer “campaña del miedo”. Es hablar con la verdad. Es recordar hechos. Es situar a los actores políticos en el contexto completo de sus decisiones. Cuando un partido y su figura más visible aspiran a la presidencia, tienen el deber de responder por esa historia.

En su carta publicada el 4 de julio, Cristián Warnken advirtió sobre el “fantasma de la orfandad del votante moderado”, ese ciudadano que ya no se siente representado ni por los extremos ni por las fórmulas emocionales que dominan el debate. Menciona que Jeannette Jara no es una figura neutral. Lució un chaleco con la imagen del Perro Matapacos, símbolo icónico del octubrismo más virulento, en una actividad política pública. Eso no fue un descuido inocente: fue una adhesión política directa. Ese símbolo encarna no la protesta legítima, sino la violencia justificada, la quema del Metro, iglesias, bibliotecas, ataques a comisarías, destrucción del espacio público y confrontación directa con Carabineros.

Además, Jara actuó como abogada de la primera línea, defendiendo judicialmente a manifestantes que participaron en enfrentamientos violentos con la fuerza pública. Nunca ha condenado de manera enfática la violencia callejera perpetrada durante el estallido social. Su silencio, su vestimenta y su historia pública comunican una misma línea: una adhesión sin resquicios a un relato radical que romantiza la destrucción y desprecia la institucionalidad.

Y eso tiene consecuencias. Para el votante moderado -ese al que Warnken nombra-, ese gesto basta. Porque quien aspira a gobernar no puede aliarse simbólicamente con íconos de la violencia, vestirlos como emblema y luego pretender hablar de unidad o convivencia democrática. Una candidata que abraza sin distancia elementos del octubrismo -y calla frente a la destrucción real cometida en su nombre- pierde legitimidad para hablar de paz y gobernabilidad democrática.

Ese mismo día, Carlos Peña publicó una columna en la que denunciaba el uso del miedo como herramienta electoral. El miedo, dice, anula la deliberación, impide pensar. Tiene razón. Pero aquí no hay miedo. Hay memoria. Hay datos. Hay coherencia.

¿Es miedo decir que Jara ha sido parte de un proyecto político que defendió la violencia como forma de presión social? ¿Es miedo señalar que el PC ha relativizado sistemáticamente los derechos humanos cuando no conviene al relato propio (Venezuela, Nicaragua, Cuba)? No. Es verdad. Y la democracia necesita verdades incómodas más que eufemismos convenientes.

Suspender una militancia puede ser una jugada electoral. Pero no borra una biografía. No resuelve las contradicciones de fondo. No construye puentes hacia la ciudadanía que exige certezas, no silencios.

Jeannette Jara no debe esconder su historia. Debe hacerse cargo de ella. Y el país, especialmente el votante moderado, debe tener el derecho a evaluar esa trayectoria con la información completa sobre la mesa.

Porque en política no todo se disuelve en campaña. Y porque no es miedo hablar de lo que ha pasado: es tener memoria democrática. (El Líbero)

Iris Boeninger