Ninguneos

Ninguneos

Compartir

En el orden de las descalificaciones el ninguneo que se practica en Chile puede que bata récords. ¿Es que nos sentimos poca cosa y esta es una manera de ser “chileno”, enrostrándoselo al otro? Mirarnos en menos, compartir desconfianzas mutuas, es quizá nuestra manera perversa de reconocer que somos parte de la misma sopa espesa en que chapoteamos todos.

Los comentarios del diputado Gutiérrez para con Mariana Aylwin por su repudio de que se le prohibiera entrar a Cuba, son de antología: “Al margen de ser ‘la hija de’ no ocupa ningún cargo oficial y no tiene ninguna importancia dentro de la política local, ni tampoco internacional”. El agregado frío displicente de Guillermo Teillier es hasta más despreciativo: “Yo creo que este tema no le interesa a nadie”. Lo de Bachelet -“hay que dejar atrás las peleas pequeñas… y centrarnos en lo que verdaderamente importa”- remata el episodio. Así manejan sus diferencias en la coalición gobernante. Porque, lo que es con gente de oposición, son implacables. La subestimación del Super Tanker por parte del director de la Conaf (“aviones más grandes no sirven para combatir este tipo de emergencias”, solo producen lloviznas) es folclórica.

Habrá que hacer, algún día, un estudio de cuando nos volvimos sobrados y dejamos de ser “rotosos” en sentido de zarrapastrosos (O. Plath), cómo después de haber sido unos meros “chilenitos” nos convertimos en los “nuevos argentinos de Latinoamérica”. El ser admirados y odiados como los argentinos nos alimentó el ego a principios del siglo XXI: comenzamos a invertir fuera y a ningunear a medio mundo. Lo que es, en los años 90, recordemos, había que “doblar la página” (se ningunearía la historia a fin de no seguir ahondando en nuestras diferencias). Entre el 73 y 89, se distinguía entre quienes eran o no “chilenos” y según eso se les admitía o no en el territorio nacional. Una década antes, se era o no revolucionario, se estaba o no “en la historia”, descalificación trotskista (por lo del “basurero de la historia”), sobre lo cual los señores Teillier y Gutiérrez podrían quizás iluminarnos.

Y, antes incluso, nos topamos con nada menos que Gabriela Mistral y ahí su rencor para con “este país” se torna proverbial. En carta a una de sus amigas del Elqui, “la Gaby”, dudando de los homenajes, decía: “Si ustedes no fuesen chilenas y me conociesen en realidad y no en leyenda, sabrían que a mí no me importa nada verme en yeso o en metal… Yo no tengo vanidad… Cuando viví allá adentro me trataron mal, es decir, no me quisieron. No creo en este amor casi póstumo”. El “Dirán que está en la gloria” de Enrique Lihn, referido a los hipócritas elogios a la Mistral, apunta a lo mismo.

Es posible que el ninguneo como práctica arraigada entre nosotros date de cuando los primeros conquistadores descubrieron el país y se volvieron a Cuzco. Chile era tan desastroso que a “los de Chile” había que ningunearlos chaqueteándose (otro término muy chileno). Mezquinar méritos ajenos, fingirles indiferencia, desde entonces, valen un Perú. (La Tercera)

Alfredo Joselyn-Holt

Dejar una respuesta