Netflix se impuso en la competencia por la adquisición de Warner Bros y HBO, en una de las mayores operaciones de la industria del entretenimiento. Los estudios históricos de Burbank, donde se filmaron clásicos y nació el cine sonoro, reciben miles de turistas cada año. Netflix, en cambio, tiene servidores en centros de datos en Virginia y Ohio que nadie visita ni conoce.
Durante el siglo XX, producir películas exigía una infraestructura que solo los grandes estudios podían financiar. Cámaras profesionales, sets permanentes, laboratorios de revelado, equipos técnicos especializados. Warner levantó su imperio sobre esos activos y los mantuvo durante décadas. Ese mundo físico funcionaba como una barrera de entrada casi infranqueable. Un competidor necesitaba cientos de millones de dólares solo para empezar a producir una película.
Netflix destruyó esa ventaja porque entendió que el poder no estaba en los estudios donde se crea el contenido, sino en la pantalla donde se decide qué ver. Warner produce y luego negocia con cines, cable u otros intermediarios. Netflix está instalada directamente en los televisores y teléfonos. Esa cercanía con el espectador vale más que toda la infraestructura histórica de Hollywood.
El patrón se repite en otras industrias. Amazon desplazó librerías sin abrir locales, Spotify domina la música prescindiendo de estudios de grabación, Airbnb compite con hoteles operando inmuebles ajenos, Uber desplazó taxis sin flota propia y Mercado Libre desafía al retail sin tiendas. Gana quien elimina intermediarios. Netflix aplicó esa lógica mientras Warner confiaba en que la calidad de su contenido bastaba para sostener su posición.
Netflix busca a Warner por su catálogo y para eliminar a un rival. HBO le restaba suscriptores porque ofrecía series que no estaban en ningún otro lado. Esa amenaza desaparece. El archivo completo, desde Casablanca hasta Los Soprano, queda ahora en una sola plataforma. Los estudios de Warner serán ruinas turísticas; los servidores invisibles son el futuro.
La ofensiva hostil de último minuto de Paramount para impedir la operación no altera este cuadro. Es el último manotazo del viejo sistema, un intento por defender una estructura ya obsoleta. Lo que presenciamos no es una batalla más, sino quizá la última entre el viejo orden de Hollywood contra el sistema que ya lo desplazó. (El Mercurio)
Pablo Halpern



