La actriz y guionista Luz Croxatto concedió una entrevista en la Revista Sábado de El Mercurio y, en dos o tres palabras, lo dijo todo. La publicación se convirtió en comentario obligado en Twitter durante todo el fin de semana, y de hecho, varios medios (Publimetro, La Cuarta, Bio Bío, entre otros) postearon notas con las reacciones que generó, a favor y en contra.
Los aplausos vinieron desde la derecha y la centroizquierda concertacionista; y los dardos, era que no, desde el Frente Amplio y los sectores más comprometidos con el Gobierno. Estos últimos la acusaron de retrógrada, acomodada y poco comprometida con la causa. Al contrario, quienes alabaron su discurso reconocieron su lucidez y capacidad para decir verdades incómodas. Y no es para menos: Croxatto habla defendiendo la narrativa de “los 30 años”, que luchó para derrocar al dictador no con las armas sino con la cultura, y que hoy ve cómo la política identitaria tiene secuestrada a los jóvenes, los que además sucumben ante una nueva dictadura, la de las redes sociales y la cultura woke. Y aunque esto no es algo puramente chileno, sino occidental (la misma entrevistada lo reconoce) a nosotros nos toca muy de cerca. Porque este síndrome participó activamente en el desastroso estallido social.
De entre las muchas cosas que, de forma sagaz y conmovedora, Luz Croxatto trata en su audiencia, me gustaría rescatar tres, que sobresalen particularmente, por su jerarquía y pertinencia.
Primero, la actriz se refiere en duros términos a la cultura de la cancelación. El mismo titular de la entrevista lo dice todo: “Ni en dictadura sentía que tenía que cuidar tanto mis palabras como ahora”. Y esto, que parece apenas una cuña divertida, me parece que fue perfectamente planificado por una persona que domina como pocos el arte de contar historias. A mi juicio, no hemos reparado en el tremendo mal que nos está haciendo como sociedad la cultura de la cancelación. Detrás de un fin supuestamente noble (proteger a los que necesitan protección) se esconde la peor de las censuras, y el peor de los arrebatos. Porque la cultura de la cancelación no perdona ni se equivoca, y vomita su sentencia popular en pocos minutos, sin que medie reflexión alguna.
Por eso, aunque sea tarde, huelga decir que el ex Ministro de Cultura, Mauricio Rojas, no debió dejar su cargo en apenas 94 horas, sólo por haber escrito en un libro que el Museo de la Memoria era un montaje (frase, por lo demás, sacada de contexto), y que la periodista Paulina de Allende-Salazar no debió perder su trabajo por decir “paco” en vivo, cuando se retractó apenas dos segundos después.
En segundo lugar, Luz Croxatto le pega una buena repasada a los jóvenes, o al menos a aquellos que absurdamente “quieren saber menos”. De acuerdo con su teoría -y creo que está en lo correcto- la idea de reescribir los clásicos de Dahl, Agatha Christie o Warner Brothers (aguante Pepe Le Pew) no tiene tanto que ver con hacer justicia, sino con la idea de eliminar la disonancia cognitiva: lo que no me gusta, simplemente lo elimino. ¿Y cuál sería el resultado? La autora es clara: “El resultado son estas generaciones de gente frágil, que no resiste un mal rato, que parte de la base de que son más importantes que el resto y de que el mundo les debe”. Por eso, como ella misma termina reconociendo, ya no basta con ser feminista; hay que decir que el hombre es un violador. Ya no basta con condenar la corrupción; hay que eliminar las empresas. Y yo agregaría: ya no basta con buscar el crecimiento sostenible; hay que eliminar el desarrollo. El resultado de este torpe ejercicio es una espiral del cinismo, donde unos pocos le quieren hacer creer al resto que agradando a unos pocos sectores de la población podemos conseguir una visión global de la sociedad. Spoiler: no se puede.
Como tercera y última reflexión, Luz da en el clavo cuando dice que nos falta humor. Porque todo lo anterior -los intentos de cancelar al resto, o la flojera intelectual de las nuevas generaciones- podría ser abordable, si pudiéramos bromear al respecto. Pero no. Hoy nuestra sociedad se ha convertido en un “tonto grave”, incapaz de reírse de sí misma. Qué lejos quedaron los tiempos de El Desjueves o Plan Zeta (de nuevo, “los 30 años”) … hoy sería impensable producir espacios así. Y con ello, no sólo nos privan a los espectadores de buenos espacios de entretención; también nos privan de una genial forma de hacer reflexión política.
Hace un par de años, en Argentina se hizo popular el personaje de Víctor Lapudre (sic), un candidato ficticio que se jactaba de no tener idea de cómo gobernar. Ese tipo de humor, ese tipo de reflexión, hace mucha falta en Chile. Ya lo dijo Luz Croxatto, pero ojalá que no sea sólo ella quien lo diga, sino que se sume más gente, de distintos sectores políticos. Esto no es defensa del modelo, ni de los 30 años, ni del orden público. Es la defensa, lisa y llanamente, del sentido común.
Puede que necesitemos a un Lapudre. Pero por sobre todo, necesitamos más Luz. (ElLíbero)
Roberto Munita



