Mensajero de la prudencia

Mensajero de la prudencia

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La ceremonia de instalación del nuevo Consejo Constituyente sorprendió por todo aquello que, en otra ceremonia inaugural, la de la fallida Convención anterior, faltó: sobriedad, rigurosa ritualidad republicana y democrática, discursos conciliadores, amistad cívica. Desde el punto de vista del espectáculo y la farándula, la ceremonia seguramente defraudó a muchos periodistas que buscan relevar más lo bizarro y lo discordante, y no una normalidad que puede parecer “aburrida” a muchos (en tiempos de la “entretención”) y, además, da bajo rating. A mí, personalmente, que padezco una honda nostalgia republicana (republicana en sentido amplio, entiéndase bien), la ceremonia me emocionó. Ver de vuelta a la razón después de un largo tiempo de predominio en la política de lo irracional y el pensamiento mágico, me produjo una sensación de alivio, que espero no sea pasajero. Han sido demasiados años de “pan y circo”, de degradación de la palabra, de retirada del “logos”, de atolondramiento y arrebato.

Por eso me pareció excelente la decisión de la izquierda de elegir a Aldo Valle, exrector de una universidad pública, la Universidad de Valparaíso, como su candidato a la vicepresidencia del Consejo Constitucional. Quienes lo conocen o han trabajado con él saben que Valle es un hombre ponderado, dialogante, de palabra pausada, de una retórica que puede parecer anticuada, pero que al lado del griterío, la denostación, la ira y a veces la ordinariez, resulta una novedad. Sobre todo para las nuevas generaciones, ya acostumbradas y malformadas en un lenguaje pobre en sustantivos y sustancia, que ha sido la manera de comunicarse de los políticos, que les hablan a su barra brava y al Twitter. Valle no tiene barra brava y sus discursos no caben en los pocos caracteres del Twitter.

Lo primero que sorprendió de su discurso fue que no lo leyó, sino que improvisó palabras, que fueron generando un clima de serenidad, no de agitación de asamblea universitaria. La primera palabra que le escuché hace años en un discurso suyo como rector fue la palabra “prudencia”, una palabra que remite a una vieja virtud aristotélica (la “phronesis”) casi olvidada. Volvió a usarla en el Consejo Constituyente. Aristóteles la consideraba una virtud clave, que se relaciona con la racionalidad práctica y tiene que ver con el conocimiento que necesitamos para realizar las mejores elecciones en la vida diaria. En “Ética a Nicómaco”, Aristóteles afirma “que si consideramos a Pericles y a los personajes de esta condición como prudentes, es porque son capaces de ver lo que es bueno para ellos y para los hombres que ellos gobiernan y esta es la cualidad que reconocemos en los que llamamos jefes de familia y hombres de Estado”.

Hoy escasean los hombres de Estado, pero abundan los agitadores destemplados. Sin temple, sin talante. Que creen que el coraje es gritar más fuerte y anular al adversario. Cuando es todo lo contrario: la mesura, la prudencia requieren mucho coraje en estos tiempos. En la Convención anterior, un hombre de las mismas cualidades de Valle (que fue, además, su profesor), Agustín Squella, fue ninguneado por su propio sector, una izquierda que parece creer que la prudencia es una virtud conservadora. Tonterías de un progresismo superficial. Se desperdició la oportunidad de haberlo elegido presidente de una Convención que careció de liderazgos firmes y prudentes para evitar la debacle que vino después. A veces, no es malo ser minoría, pues obliga a la humildad. Valle habló de “altruismo cívico” (qué bello concepto), dijo que “representamos ideas y creencias distintas, pero tenemos significados comunes, una historia común” (todo lo contrario del identitarismo suicida de la Convención). Y terminó diciendo que es preferible “tener la paz que tener la razón”. Un muy buen mensaje y un muy buen mensajero de la vieja Prudencia que es urgente recuperar y proclamar a los cuatro vientos. (El Mercurio)

Cristián Warnken