Más allá del ciberespionaje

Más allá del ciberespionaje

Compartir

El ataque cibernético, o “hackeo”, a miles de correos electrónicos del Estado Mayor Conjunto de la Defensa, así como hackeos similares al Poder Judicial y al Servicio Nacional del Consumidor, han puesto en la agenda pública un fenómeno que ya viene ocurriendo desde hace tiempo: el ciberespionaje, los ataques de ransomware por parte de piratas cibernéticos, las estafas tipo phishing y la vulneración de la privacidad de las personas en la era digital.

Se ha vuelto habitual conocer no solo la difusión masiva de fake news, sino la activación de olas de espionaje global, mientras los ciberataques han enfrentado a EE.UU., Rusia y China, entre otros.

Las grandes empresas tecnológicas como Google, Amazon, Facebook, Apple, Microsoft supuestamente emergieron para acercar a la gente de todo el mundo y han significado grandes ventajas de conectividad, especialmente durante la pandemia del covid-19; pero han derivado en conglomerados que utilizan los datos personales de sus usuarios para afectar las inclinaciones políticas y sociales de la ciudadanía. La compraventa de los datos personales de los usuarios, fuera de plantear el reto de la privacidad, evidencia que se ha conformado un “mercado de futuros conductuales”. Los datos son la mercancía que se intercambia de manera opaca, sin que la persona lo sepa.

La injerencia rusa y de Cambridge Analytica en la elección que llevó a Donald Trump a la Casa Blanca, y la responsabilidad que tuvo Facebook en la difusión de noticias falsas, debido a la violación de la privacidad de los usuarios de la red, cambiaron la historia de la democracia.

La vigilancia masiva de nuestros tiempos se realiza mediante la recolección de información de audio, visual, termal, biométrica y de locaciones. La tecnología de software de reconocimiento facial es de las herramientas más poderosas de la tecnovigilancia. En febrero de 2022, The Washington Post informó que la compañía de reconocimiento facial Clearview AI estaba en condiciones de conseguir almacenar, en el plazo de un año, 100 mil millones de fotos de rostros, lo suficiente como para asegurar que casi toda persona en el mundo será identificable.

Recientemente, se descubrió que el programa informático Pegasus de la firma israelí NSO Group, instalado en teléfonos móviles, tanto Android como iPhone, ha sido utilizado en 40 países para extraer mensajes de texto, fotografías, contactos, e incluso para escuchar conversaciones de los propietarios.

La peligrosidad de Pegasus es que no requiere acción alguna de parte del usuario de un celular para que el aparato sea hackeado por el programa de espionaje. Entre las víctimas de Pegasus están nada menos que el Presidente de Francia, Emmanuel Macron; el Presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, y al menos otros 13 jefes de Estado o de Gobierno. Los teléfonos de cercanos al periodista saudita Jamal Khashoggi, asesinado y descuartizado en el consulado saudita en Estambul, también estaban pinchados con Pegasus.

Fuera de Pegasus, hay otras empresas de variados países que también han elaborado programas de espionaje. Lo preocupante es que la mayoría de los clientes de estas compañías son gobiernos.

En América Latina, los teléfonos de familiares y colaboradores de Andrés Manuel López Obrador, cuando estaba en la oposición, fueron pirateados con el programa Pegasus. En Brasil se denunció que Carlos Bolsonaro, hijo del Presidente Jair Bolsonaro, intervino en una licitación del Ministerio de Justicia y Seguridad Pública, en marzo de 2021, para adquirir el programa espía Pegasus. En El Salvador, los periodistas han sido un blanco preferido del Estado, que también adquirió el mismo sistema de vigilancia.

El problema va más allá. Estamos, según la profesora de Harvard Shoshana Zuboff, ante un “capitalismo de vigilancia” que amenaza con transfigurar la naturaleza humana misma en el siglo XXI, de modo similar al efecto perturbador que tuvo el capitalismo industrial en el mundo natural del siglo XX. Se trataría de la “comoditización de nuestro comportamiento humano” para venderlo y generar riqueza para otros.

El filósofo Byung-Chul Han ha argumentado que nos encontramos en la “transición de la era de las cosas a la era de las no-cosas”; la información, no las cosas, determina el mundo en que vivimos, y el acceso a la información se ha tornado más importante que la posesión de medios de producción. En el “nihilismo de la información” —sostiene Han— los hechos ya no importan; solo importan los datos. Es decir, no es que la mentira se haga pasar por verdad, sino que las noticias falsas, al atacar la facticidad, resultan indiferentes a la verdad y socavan la distinción entre verdad y mentira.

El desafío es el sometimiento de lo digital a la política, y no a la inversa. Se requieren legislaciones nacionales para proteger la privacidad digital, mejorar la ciberseguridad, y avanzar hacia un acuerdo global para regular las grandes corporaciones tecnológicas y establecer una estricta regulación de la comercialización de los programas de espionaje digital.

Nuestro país está atrasado en legislar sobre ciberseguridad. Una ley marco sobre ciberseguridad aún sigue en discusión en el Congreso. El mundo del futuro es inevitablemente el de los retos digitales, y la democracia está en juego, ante lo cual Chile debe ponerse al día con la mayor urgencia. (El Mercurio)

Heraldo Muñoz