Piñera, en el período anterior a su elección y en los primeros seis meses de su instalación, tenía, como promesa y confianza, su capacidad de enfrentar los que se consideran temas de papá, esto es sobre todo el crecimiento económico y la seguridad ciudadana. Podríamos agregar, en un discreto tercer lugar, las relaciones exteriores.
Transcurridos 15 meses de la administración, la idea de tener éxito en estos campos se aleja. Ello es más claro en la economía (aunque parte del frustrante resultado esté en factores externos, que no controla), el contraste entre la promesa y la realidad es cada día más agudo y mina la credibilidad de su gobierno. En seguridad ciudadana, otro gran tema de papá, resultados altamente satisfactorios son inalcanzables, salvo en plazos largos que exceden a cualquier gobierno. Este es un esfuerzo como la lucha para bajar de peso, que se da no solo todos los días, sino varias veces en cada jornada —la pesa matutina, desayuno, almuerzo y comida—, con la conciencia de que no se llegará “a la victoria, siempre”. Lo internacional, que para anteriores gobiernos fue una zona de confort, no se está dando bien y no podría hacerlo en un mundo convulsionado, lleno de tensiones creadas, entre otros —un debido homenaje al embajador inglés recién caído en EE.UU.—, por el inepto que gobierna en la Casa Blanca.
Piñera no era visto como fuerte en los temas de mamá, esto es, en las políticas de bienestar, salud, pensiones, educación. En el imaginario colectivo esos eran campos que se asignaban a “la gran mami”, es decir, Bachelet (al menos su promesa). Pero, hoy, acosado por los infortunios económicos, el Gobierno parece desplazarse hacia la idea de que los éxitos posibles de alcanzar se encuentran en este último tipo de asuntos. No se trata de abandonar la economía o la seguridad, pues eso sería una estupidez, sino de asumir que no es ahí donde el Gobierno podría obtener mejores resultados e incidir en su proyección.
Las dificultades de este cambio de énfasis son enormes y no solo porque requerirá aprobaciones de leyes en negociaciones que no son fáciles, sino porque en el propio bando de Gobierno son muchos los que quieren hacer, particularmente, de salud, previsión y educación los escenarios de pugnas dogmáticas que son la tentación de los duros. La proclama de que debemos “gobernar con nuestras ideas” es muy entendible, pero una quimera si se pretende hacerlo con los votos de la oposición, y casi un delirio si se sostiene que es cercano a la traición negociar con quienes forman parte de la mayoría parlamentaria.
Es cierto que un buen gobierno puede hacer de la discusión de estos temas un asunto más amable y cercano a la gente que los áridos dilemas de la economía y la seguridad; pero lo es, también, que, si son planteados como luchas ideológicas, desatarán conflictos y movilizaciones sociales que harán imposible avanzar. Educación aparece, en estos días, como un campo de batalla; uno en el que nadie gana y todos pierden.
Ante una oposición sumida en querellas políticas internas y menores, que se agotan en asuntos procedimentales como la discusión hasta el hastío de aprobar o no ideas de legislar, el esfuerzo de unos por respetar y de otros por romper acuerdos, las amenazas de exclusiones e incluso el intento de quebrar bancadas parlamentarias de partidos afines, es probable que el Gobierno —asumido que ya no podrá ofrecer las altas tasas de crecimiento prometidas— piense que se le ha abierto una oportunidad no menor para abordar los temas de mamá. (El Mercurio)
Genaro Arriagada



