Los hijos no reconocidos-Álvaro Vergara

Los hijos no reconocidos-Álvaro Vergara

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El modelo de desarrollo chileno, como todo en este mundo, tiene aspectos positivos y negativos. Por un lado, permitió el acceso a mejores condiciones materiales y a extensos servicios sociales; pero, por otro, disolvió lazos comunitarios que antes brindaban sentido a la persona. Chile sufre una crisis de la familia que se arrastra hace años y que, en parte, responde a cómo el sistema orientó nuestras aspiraciones. Hoy se prefiere viajar aunque implique endeudarse, ser gerente antes que pasar tiempo en la casa y tener perros en vez de hijos. Desde luego, son muchos los factores que influyen en estas decisiones, y uno no es nadie para enjuiciarlas. Sin embargo, sí parece existir una conexión con el capitalismo chilensis

Algo parecido ocurre con los votantes del Partido de la Gente y de Franco Parisi. Las fuerzas tradicionales se sorprenden del arrastre de aquel electorado, de su despolitización y de su crítica permanente a la política. Omiten, no obstante, que son su creación: un producto colateral del Chile moderno. Los votantes del PDG son los hijos que los gobiernos de la transición desconocen. Hay perplejidad porque la gente vota por Zandra Parisi o Pamela Jiles, pero olvidan que el voto, la mayoría de las veces, expresa un sentir, y ese sentimiento nace de la experiencia vital del votante. En un Chile donde se escucha Jere Klein y se consume Bad Boys es bastante posible que se vote por figuras similares. El problema es que esos hijos no reconocidos -mal igual que el supuesto hijo de Don Francisco en su momento- están tocando la puerta de los padres: exigen beneficios al menor costo y votan, como en un mercado, por el que se los ofrezca al menor costo posible. Ese sujeto que se concibió en un lugar extraño, y que salió adelante con un fuerte rencor hacia su padre, viene a pedir pensión de alimentos.

Para su preservación, todas las economías capitalistas deben cuidar su estrato cultural y educacional. Los liberales chilenos del siglo XIX fueron más lúcidos que los actuales en dilucidar esa precondición: entendían que potenciar una educación de calidad desde las primeras etapas era imprescindible en una República liberal. Pero hoy difícilmente podremos hacerlo, pues la familia chilena está destruida y asfixiada por las deudas. En consecuencia, los padres trabajan la mayor parte del tiempo, mientras los hijos pasan sus días en pantallas o en la calle. Esos son los votantes de Parisi: personas que adornaron las cifras económicas del acceso al consumo y que aportan al PIB. No se puso atención a la preferencia política de aquel decimal que aumentaba el porcentaje de personas que se compraban autos 0 kilómetros con créditos automotrices de intereses enormes.

No sirve mucho remarcar lo que todos repiten. Tampoco denunciar que el votante de Parisi está contra el establishment. Lo complejo es descifrar qué generó esa reacción y desde cuándo se incubó. ¿Existía algo parecido en el plebiscito del 88? ¿En la candidatura del Fra-Fra? ¿En el primer Marco Enríquez-Ominami? ¿Asoma algo de eso en el votante de José Antonio Kast o Jeannette Jara? Parisi exagera y caricaturiza a estos sectores: les ofrece autos tuneados y plata para “enchular a la vieja”. Sin embargo, esas actitudes conectan con los hijos no reconocidos del modelo. Muchas personas hoy sí quieren “enchularse” y hacerse operaciones estéticas, porque han puesto su vanidad en las apariencias antes que en aquello que está más allá. En el Frente Amplio, en la ex Concertación y en la derecha nos sorprendemos del votante de Parisi. Pero tal vez es momento de asumir nuestra cuota de responsabilidad en la construcción de esas tendencias.

El escritor austríaco Joseph Roth criticó en su época a quienes habían reemplazado la búsqueda espiritual y el conocimiento por la religión del consumo. Los llamó enemigos del espíritu; eran los destructores del camino hacia lo sagrado. Hoy, los enemigos del espíritu no son los votantes de Parisi -en ellos, y en uno mismo, el espíritu agoniza-, sino quienes nunca se preocuparon de esa dimensión mientras se enfocan únicamente en ofrecer bienes y servicios al mejor precio. No importaba la calidad de los bienes; solo importaba que se transaran. No nos dimos cuenta de que nos estábamos transando a nosotros mismos. (El Líbero)

Álvaro Vergara