Hace un año, en el verano de 2022, cuando el país se preparaba con no poca expectación para la asunción del mando del Presidente más joven de nuestra historia -y uno que había sido elegido por una alianza política de izquierda (distanciada de la centroizquierdista Concertación-, de pronto comenzó a asomar en el horizonte el fantasma del Rechazo a la propuesta de la Convención Constitucional.
Lo que parecía inimaginable tan solo unos meses antes adquiría visos de una amenaza real para quienes confiaban hasta entonces en la que parecía una segura ratificación en las urnas. “Para muchos que votamos Apruebo, el Rechazo comienza a ser una triste posibilidad”, escribió premonitoriamente Óscar Guillermo Garretón en pleno periodo estival.
Fue en febrero de 2022, cuando la mayoría de los chilenos disfrutaba de sus merecidas vacaciones, que el aire de la Convención comenzó a enrarecerse inexorablemente. Patricio Fernández, el mismo un reconocido integrante del organismo redactor, lo expuso con desoladora franqueza: “Una Convención sin aire, arriesga morir de asfixia”. Fue entonces que una suerte de “depresión cívica” se apoderó de personas que habían votado sin vacilaciones por reemplazar la Constitución que nos rige en el plebiscito de entrada. Y es que la Convención se esforzaba, con sus excesos, por espantar incluso a algunos de sus más entusiastas simpatizantes.
A inicios de febrero la aguda pluma de Cristián Warnken -en una carta en la que decretaba “un estado de alerta amarilla en su grado máximo”- insufló aire a un inédito movimiento que adoptó el nombre de Amarillos. En un estío agitado por los desafueros del organismo redactor, el filósofo llamaba al espíritu crítico y al pensamiento político-democrático a “no salir de vacaciones”.
Ese verano de 2022, que ahora parece de otro tiempo, fue el momento cuando definitivamente cambió el viento y el Apruebo en las encuestas cedió su liderazgo al Rechazo, que ya no dejaría esa posición hasta ratificarla abrumadoramente en el resultado del plebiscito de salida, a pocos días del inicio de la pasada primavera.
Suele ocurrir cada vez con más frecuencia que lo que experimentamos en unas fechas determinadas del calendario no vuelve a repetirse ni cercanamente al año siguiente. Es lo que ha pasado este verano, que nos ha ofrecido un momento político en las antípodas del anterior.
La cuestión constitucional, que hace un año se situaba en lo alto de las preocupaciones de los chilenos y de los analistas, ha brillado por su ausencia en el debate veraniego, entre otras cosas porque el nuevo proceso constitucional aún no despega, ni sus prolegómenos despiertan mayor interés.
Ausentes, además, la expectativa del cambio de mando y la atención que en febrero de 2022 producía el nuevo gabinete presidencial, esta vez el interés se ha concentrado en el Gobierno, a punto de cumplir su primer año, y en el liderazgo presidencial, que diversos a acontecimientos han puesto a dura prueba durante el transcurso veraniego.
De un año para otro hemos pasado del “serio peligro” (Warnken dixit) que la propuesta de la Convención Constitucional representaba para la democracia, al cansancio y al aburrimiento constitucional que muestran últimamente las encuestas. Desde las expectativas que levantaba el nuevo Gobierno de Boric -febrero de 2022, inmediatamente antes de asumir, fue su mejor momento en las encuestas- a una profunda decepción tras su primer año en el ejercicio del poder, plagado de desprolijidades que no terminan de producirse ni siquiera en el periodo estival.
La amenaza institucional que hace un año se cernía sobre la República (iba a desaparecer el Senado y el país se transformaría en un estado plurinacional), ha dado paso a otra amenaza mucho más contingente y material: la inseguridad provocada por devastadores incendios y la delincuencia que ha alcanzado niveles inéditos. La economía, de pobre desempeño, añade incertidumbre a este cuadro general de pocas luces.
Si los aires de febrero de 2022 presagiaron el resultado que iba a producirse en el referéndum de septiembre, cabe preguntarse qué es lo que presagian los del febrero que termina en unos días. En todo caso, nada parecido al decidor resultado de septiembre que sacó de una buena vez al país del curso refundacional que la Convención Constitucional había diseñado con frenesí. Semejante corrección de rumbo alcanzó también al Gobierno, que todavía no ha ajustado del todo sus piezas para encaminarse decididamente en esa dirección. Es quizá la premonición que nos deja febrero, mucho menos dramática que la de hace un año, pero que no es menos inquietante. (El Líbero)
Claudio Hohmann



