Lo republicano

Lo republicano

Compartir

Aflora, al parecer, en ciertas y calificadas ocasiones y circunstancias, cuando, de pronto, las diferencias que caben de un gobierno a otro o las usuales rencillas partidistas cesan e impera una dimensión superior que las acalla. Es el espíritu republicano. ¿En qué consiste este espíritu y de dónde proviene?

Antes que nada, remite a un origen, a un momento fundacional. Cuando Chile, en efecto, se constituye como Estado independiente en la primera mitad del siglo XIX, enseguida se define a sí mismo como “república”. Establecía así una discontinuidad con la monarquía del imperio español al cual pertenecíamos como colonia. Lo republicano, cuando se hace patente, reenvía, entonces, a un momento original, de nacimiento del Estado y, por lo mismo, prístino, común y engendrador de directrices fundamentales para el porvenir.

Cuando Chile se define como república, no obstante, recoge una tradición antigua, muy anterior a su fundación, cuya determinación más nítida suele hacerse coincidir con la república romana. Allí, en vez del rey —la autoridad encarnada en una sola persona y sus descendientes—, el poder se desplaza simbólica y prácticamente a ciertas instituciones regidas por la autoridad impersonal de la ley, que domina al Estado por sobre todos y está al servicio de todos por igual. Allí, el pueblo asociado por la autonomía de la ley abre un “espacio público”, una esfera común, la cosa pública —res publicae—, que pertenece a todos y no a una persona o grupo, que persigue el interés general y no el interés particular de algunos.

A partir de entonces la república deviene en una tradición que, con modulaciones, pervive hasta nuestros días. De un lado, en lo institucional, desde entonces se percibe como un equilibrio entre fuerzas, como un término medio, que combina y coordina distintos principios de legitimidad cuyo centro es “el pueblo” y, del otro, promueve a través del cultivo de virtudes cívicas las condiciones para el despliegue de la libertad y moralidad individual. Las virtudes públicas hacen posible las virtudes privadas.

Lo republicano aspira, frente al utilitarismo más basto, la existencia de un espacio público necesario para que todo hombre se exprese y represente, espacio donde se cultivan las virtudes cívicas que convierten al consumidor en ciudadano y a la política no solo en una negociación de intereses, sino en una actividad noble al servicio de valores.

El espíritu republicano no es, en consecuencia, un principio que se activa en ciertas oportunidades. Cumple una función: es fundamento y el telos permanente de las democracias liberales, aquello que les otorga continuidad en el tiempo, las nutre, desarrolla y fortalece. (Emol)

Pedro Gandolfo