Suelen decir de los chilenos que seríamos “abajistas”, en el sentido de que no apreciamos del todo las virtudes que hemos incubado entre nosotros, ni tampoco las capacidades que hemos gestado trabajosamente para gobernarnos y desarrollarnos.
Es cierto que por momentos creemos a pie juntillas estar sumidos en una miserable mediocridad. Y que las cosas bien hechas serían aquí una quimera, algo definitivamente más allá de nuestras posibilidades. Nuestros defectos parecerían ser de tal entidad que eclipsarían el progreso que podríamos experimentar, si acaso esto fuera siquiera posible.
Pero la impecable elección presidencial del fin de semana, como las siete que la precedieron desde 1990, son una muestra elocuente de lo que somos capaces en una materia de tanta envergadura para cualquier nación democrática. Con razón en el ranking de la Unidad de Inteligencia de la revista The Economist, que elabora un índice de calidad de las democracias, en 2020 la nuestra fue clasificada entre las más avanzadas del mundo.
En otro ámbito, ni más ni menos que en el de la salud pública, la semana pasada la misma revista clasificó a Chile en el primer lugar (leyó bien) entre los países mejor preparados para enfrentar el contagio de la nueva y amenazante variante ómicron.
Estos y otros ejemplos (no olvidemos la envidiable resiliencia de nuestra infraestructura para resistir los terremotos) nos debieran convencer de que tenemos una probada capacidad para hacer las cosas bien cuando las instituciones, sobre todo las del sistema político, cumplen su rol a cabalidad y ponen en acción lo mejor de nosotros. Por un momento fugaz, el día después de una elección sin mancha, una prudente autocomplacencia quizá nos viene bien. (El Mercurio Cartas)
Claudio Hohmann
