Llamado de atención-Patricio Zapata

Llamado de atención-Patricio Zapata

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El partido Republicano de los Estados Unidos lleva adelante su convención nacional. En un desenlace que nadie hubiera anticipado hace 4 o 6 meses, el viejo partido de Lincoln y Teodoro Roosevelt  (Grand Old Party -GOP- lo llaman allá) elegirá como su abanderado presidencial al  magnate Donald Trump. Dado que el asunto tiene implicancias que van mucho más allá de la política interna norteamericana, es del todo pertinente reflexionar sobre el sentido y alcance de este fenómeno.

Comienzo reconociendo que me encuentro entre quienes piensan que la victoria de Trump en las primarias republicanas es una muy mala noticia. Mala para los republicanos. Mala para los Estados Unidos. Mala para el mundo. Mala para quienes creemos en la democracia. No puedo sino deplorar que los simpatizantes de uno de los dos grandes partidos políticos de los Estados Unidos se hayan sentido interpretados por un candidato que hizo campaña haciendo gala de su xenofobia y su misoginia. Lamento que los muchos millones que participaron en las primarias del GOP hayan terminado por ungir a un hombre cuyo discurso destila odiosidad, simplismo, nacionalismo del malo y frivolidad.

No me interesa, sin embargo, quedarme en la denuncia o la crítica. Tampoco quiero refugiarme en la confianza de una victoria resonante de los demócratas en noviembre. Sigo pensando que lo más probable es que Clinton le saque al final varios cuerpos de ventaja a Trump; aunque ya no creo, como lo creía en mayo, que Trump marcha inexorablemente  camino a una paliza monumental (como la que recibió el ultraconservador Goldwater de manos de Lyndon Johnson en 1964). Ahora bien, el solo hecho que una parte muy importante del electorado estadounidense  (sea el 43% o el 46%) vote por Trump debiera ser motivo de reflexión y preocupación.

¿Cuál es la base de apoyo de Trump? Sería un error grave pensar que su electorado está formado sólo por racistas del Ku Klux Klan y blancos poco educados y patrioteros. Esos segmentos no suman más del 5% del electorado. ¿Qué es lo que puede llevar, entonces, a decenas de millones de ciudadanos comunes y corrientes, tolerantes, reflexivos e informados, de una sociedad avanzada y relativamente próspera (comparada con el resto del planeta), a marcar preferencia por un demagogo que, ofreciendo soluciones fáciles, culpa de todos los problemas a los inmigrantes y los musulmanes?

Cualquier respuesta a esta pregunta exige, necesariamente, someter a crítica a la forma en  que viene funcionando la democracia norteamericana. El voto por Trump es, en medida importante, un síntoma del fracaso de una manera tradicional de hacer política. Es una manifestación del descontento profundo contra la captura de la representación por los grupos de interés. Contra la incapacidad por abordar la desigualdad, la inmigración ilegal, la violencia urbana y el desarrollo industrial. Expresa, entonces, la frustración ante la falta de solución a los problemas graves que afectan al 75% no privilegiado; el que teme por su empleo y por su futuro (ese fue, por lo demás, el combustible de la candidatura de Bernie Sanders). Los Donald Trump son, por lo tanto,  un llamado de atención. Una clarinada de alerta. También para nosotros en Chile.

 

La Tercera/La Tercera

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