Dentro de las cosas que fue posible ver en la reciente inscripción de candidaturas, la más sorprendente no fue la decisión del diputado Ramírez de competir con Jadue (inspirada sin duda por el recuerdo de Jaime Guzmán); tampoco la candidatura de Elisa Loncon al Senado (después de sus ingentes esfuerzos por suprimirlo o minimizarlo que, es de esperar, seguirá haciendo cuando logre un sillón); o la decisión de Kast (Felipe) de no postular a la reelección. No. Lo más sorprendente fue la presencia de Ximena Rincón y de Carlos Maldonado levantando el pulgar y posando sonrientes en actitud deportiva frente al fotógrafo, junto a quienes fueron tradicionalmente sus rivales de derecha.
Ximena Rincón fue ministra de dos carteras —en la Segpres y en el Ministerio del Trabajo— en el segundo gobierno de la presidenta Bachelet, y Carlos Maldonado, por su parte, lo fue de Justicia durante el primer gobierno de la expresidenta. Ambos defendieron con convicción las políticas de la centroizquierda y en esos años —según pudieron constatar quienes observaban la escena pública— estaban, o parecían estar, genuinamente convencidos del diagnóstico que por esos años se hacía de la sociedad chilena y de los planes para remediar los problemas que en ella se presentaban. Si alguien hubiera predicho entonces, cuando ambos eran ministros, que posarían felices al lado de la UDI y RN, nadie lo hubiera creído y se habría pensado más bien que el autor de tal predicción era simplemente un estúpido o un loco.
¿Cómo explicar no esa escena (después de todo, aparecer en la foto es la pulsión básica de quien se dedica a la política), sino la alianza que en ella se expresa?, ¿es simple oportunismo?, ¿anhelos de sobrevivencia después de que el partido que los alojaba está exánime o a punto de desaparecer?, ¿sorpresiva revelación producto de una zarza que se encendió de pronto en octubre del 19?
Hay dos explicaciones posibles.
Una de ellas es que ambos cayeron en la cuenta de que estaban equivocados, de que los diagnósticos de la sociedad chilena que entonces compartían eran errados. Habrían advertido que lo que decía la expresidenta Bachelet, cuando ambos eran ministros y la escuchaban con atención y con esmero, y tomaban notas para repetir luego el mensaje de ella ante la prensa, eran errores, exageraciones torcidas, desvaríos ideológicos que, se habrían dado cuenta ahora, acabaron haciendo daño. Al echar la vista atrás ambos habrían comprendido que fueron partícipes de un error. El punto cúlmine habría sido octubre del 19 que, como una zarza repentinamente encendida, les había enseñado su error y les habría indicado el lado correcto donde debían situarse.
Esa es una explicación posible.
La otra explicación es que ellos no hayan cambiado un ápice y que, en cambio, hayan constatado que la centroizquierda no existe, o existe subordinada a la izquierda de más a la izquierda, o que la presencia del Partido Comunista al lado de ella haciendo esfuerzos por hegemonizarla, es intolerable y que entonces no solo hay que apartarse de ese sector como quien huye de la peste, sino impedir que alcance el triunfo y que el mejor camino para lograrlo es la alianza de la foto.
Hay, por supuesto, otras explicaciones; pero ellas son del todo ajenas al espíritu cívico del que ambos exministros han dado muestras de sobra, como el oportunismo o el cálculo; pero se trata de cosas menores que es mejor descartar.
En el fútbol hay una costumbre que tiene un cierto valor, ¿cómo llamarlo?, ético, que consiste en que cuando un jugador cambia de equipo y hace un gol a aquel al que antes pertenecía, no celebra, lo acepta con sobriedad. Fue Camus quien dijo que todo lo que sabía de comportamiento moral lo había aprendido del fútbol. Es inevitable, al ver esa foto sonriente y alegre, recordar esa frase y advertir que a veces el fútbol tan vilipendiado puede dar lecciones a la política. (Emol)
Carlos Peña



