Las malas ondas

Las malas ondas

Compartir

Circulación de fotos de mini antorchas incendiarias y estopas amarradas a árboles, alarma pública por información sobre pirómanos, brigadistas difamados en Poñen, acusaciones y desmentidos sobre intencionalidad o terrorismo, querellas del gobierno contra quienes alarman sin fundamento.

Todo eso parece haberle dado relevancia local al neologismo de moda -posverdad- que identifica la difusión de mentiras creídas o creadas que apelan a prejuicios o convicciones y distorsionan la opinión ciudadana. Para peor, esto interactúa con un clima mundial y local que va extendiendo la desconfianza en el otro, el quiebre del intercambio transversal de ideas; y su reemplazo por islas de creencias compartidas entre pocos, que se retroalimentan en sus juicios y prejuicios, distanciándose día a día de otras islas.

Desconfianzas siempre han existido. En monarcas, políticos democráticos y dictadores, burocracias, empresas, medios de comunicación privados y estatales, iglesias y sus pastores, comandantes de ejércitos nacionales o populares, etc. Lo nuevo con las redes sociales es que la desconfianza se democratiza. Se extiende ahora a cada mensaje que circula por Internet y a cada individuo que puede haberlo digitado.

Es difícil construir comunidad en estas condiciones. En la desconfianza, cada individuo tiende a refugiarse en la fe solitaria en si mismo o en estrechos círculos cerrados de “confiables”; ajenos y en sospecha de todos los demás círculos cerrados.

Son desafíos de cambios de mundo. Nacen derechos y privilegios nuevos; y estos suelen entenderse antes como derecho a abusar que como responsabilidad con otros. Hoy las redes sociales actúan en la total desregulación. Siempre lo nuevo parte así. Desconfianzas ya antiguas, han dado origen a regulaciones que obligan a los poderes a transparentar y dar cuenta de sus actos. Y en el caso de los medios de comunicación, a exigencias legales más estrictas de transparencia, a leyes que obligan a ser más rigurosos en las pruebas de lo que afirman, a pasar el mal rato de publicar desmentidos. Ahora, Facebook y Google anuncian medidas para estrechar espacio a la circulación de falsedades por la red. Es un punto de partida, redes globales que rebasan estados, requieren regulaciones supra estatales.

Pero aún más profundo que las regulaciones, la desconfianza que ahora se extiende a las redes sociales, tiene como única sanación posible, que cada uno se haga más responsable de los otros, se exija pensar y medir mejor lo que se dice y también, asumir que en cada individuo no habitan solo demonios sino grandezas y generosidades. En Chile, la solidaridad no ha sido mentira.

Persistir en contentarse con descalificar, rechazar, engañar o aplaudir solo por el gusto de hacerlo o por quien lo dice, vuelve más enfermizas e insolubles las incertidumbres de este siglo. El ser humano pasó -para bien y para mal- de mamífero marginal a especie dominante, ante todo, por su capacidad de ser social, de construir colaboración a niveles cada vez más amplios y altos. Eso se juega en cada tiempo y circunstancia. (La Tercera)

Oscar Guillermo Garretón

Dejar una respuesta