Las formas y la decencia

Las formas y la decencia

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¿Qué está fallando en nuestra democracia? El compromiso y la decencia. Los chilenos acudimos, una vez más, a votar en paz. Pero luego les toca el turno a las autoridades. Y, a muchas, les falta compromiso y decencia, los dos componentes más importantes que deben poseer quienes son elegidos o nombrados en cargos del Estado.

El compromiso es un valor que implica poner toda la capacidad y voluntad en el servicio público que se aceptó desarrollar. Y la decencia es honradez y rectitud: es el minimum minimorum, mínimo de los mínimos que debemos exigir a quienes hemos otorgado, en democracia, el honor de conducir nuestros destinos por un período de tiempo. Se puede comprender incluso que un político o un dirigente no resulte del todo capaz, inteligente o dotado para un cargo, pero no se puede aceptar nunca que sea carente de compromiso y decencia.

En esos dos conceptos hay aspectos de forma y de fondo. Las formas son muy importantes, y como recalcaba Confucio, por las formas se llega al fondo. Si una autoridad no respeta los ritos y símbolos propios de una nación —el himno, la bandera, la vestimenta y presentación personal de acuerdo a la circunstancia y la solemnidad—, se va perdiendo el respeto por el fondo que esos ritos representan. La bandera no es un trapo, el himno nacional no es una canción de moda y la vestimenta de las autoridades no es irrelevante: implica consideración por el país y sus ciudadanos. Las formas y símbolos existen en todas las sociedades con democracias estables, sean repúblicas o monarquías constitucionales. Cuando se desdeñan las formas, se ponen en cuestión asuntos sustantivos del ejercicio del poder. Mientras más madura es una nación, más solemnes y respetuosos son sus ritos y formas. Solo personas muy incultas, o muy egocéntricas, pueden pretender ejercer sus cargos sin acatar con deferencia toda la simbología de una larga historia nacional.

Especial mención merecen las faltas de forma y fondo de nuestra actual Cancillería. Se han cometido demasiados desaciertos bochornosos que afectan un largo prestigio de Chile en esa materia. Tampoco es aceptable, por irrespetuoso, “habitar un cargo” como lo ha hecho quien dice no ser “primera” ni “dama”, y luego intentar poner su propio nombre en él.

Los chilenos, tras cumplir nuestro deber cívico de votar, merecemos que los intereses particulares de algunos encumbrados den por fin paso al respeto, y se esfuercen por garantizarnos seguridad, que es su primera obligación, y alcanzar los acuerdos que todos anhelamos para vivir en paz. (El Mercurio)

Karin Ebensperger