La verdad en democracia

La verdad en democracia

Compartir

Se planteó reformular la identidad de Chile y se ha desacreditado a sus padres fundadores, tergiversando y faranduleando su protagonismo histórico, también deshonrando los símbolos patrios y destruyendo monumentos a nuestros héroes; del mismo modo, se modifica el lenguaje a conveniencia, vulnerando normas ortográficas (RAE), síntoma evidente de empobrecimiento cultural. Pareciera que el propósito es prescindir de las raíces y licuar las grandes concepciones fundamentales, como, por ejemplo, desligar a la familia de la educación de los hijos… Los anhelos refundacionales son ilimitados.

Por otra parte, entidades consustanciales de la democracia resultan poco fiables. La Cámara muchas veces parece asamblea estudiantil por sus debates desenfrenados y ególatras, y escaso nivel intelectual. No hay respeto por las formas ni por la dignidad del cargo, no priman las convicciones, se actúa calculadamente con fines utilitarios, en la mayoría de los casos; por desgracia, incluso a veces en el Senado. Un claro retroceso, la política dejó de ser un quehacer culto, informado, reflexivo, conducido por líderes con propuestas de largo aliento, personas portadoras de virtud republicana y patriotismo, como las conocimos al retornar la democracia. ¿Qué puede explicar esta decadencia?

El progresismo político que instaló la Nueva Mayoría se asimiló casi transversalmente en algunos aspectos: renegar del pasado por infructuoso o estéril (el conservadurismo, el tradicionalismo), incluso del pretérito más reciente, donde gobernaron quienes devinieron en progresistas de hoy, a cambio de perseguir un futuro abstracto o ideológico, pragmático, utilitarista. Si el pasado se descarta o minusvalora a fardo cerrado, ¿en qué consistiría el supuesto progreso, cuál sería su finalidad y la envergadura de la transformación? Un progresismo dirigido estatalmente, que excluye la creación y acción libre, ese ímpetu natural del ser humano, es completamente ajeno al pensamiento humanista, el cual aporta conocimientos y orientaciones que propician descubrir las metas y medios para lograr la auténtica libertad “y no el capricho antojadizo y aventurero” (Barceló).

También el relativismo reinante niega la existencia de la verdad o la capacidad de conocerla, se rige por opiniones individuales que se confrontan (ideológicas, partidistas, personales), y como se consideran con la misma legitimidad, las diferencias se resuelven consensuándolas o bien consultando el sentir de la mayoría. Cavilación que invalida la discusión racional o la “búsqueda colaborativa de la verdad” (Habermas). Un absurdo, la verdad no se determina por mayoría ni se logra por consenso, es fruto del convencimiento basado en criterios consistentes.

La democracia es el gobierno ideal, del cual participan todos los ciudadanos, porque se supone asentado sobre verdades firmes o valores absolutos que rigen para todas las autoridades, especialmente, verbi gratia: la dignidad de la persona humana, la libertad, la paz, obrar conforme a la verdad, la justicia, el bien común, respetar la diversidad de ideas, sin intolerancia. En fin, eso sería recuperar la democracia… de verdad. (El Mercurio)

Álvaro Góngora

Dejar una respuesta