La trampa de ser presidente de partido-Roberto Munita

La trampa de ser presidente de partido-Roberto Munita

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Paulina Vodanovic es una política de trayectoria, nadie lo pone en duda. Abogada destacada, proviene de una familia fuertemente ligada al Partido Socialista y cuenta con una experiencia en el Ejecutivo que, aunque no fue particularmente mediática, ha sido valorada dentro del mundo del socialismo democrático. Pero hay un dato que no puede pasarse por alto: nunca ha ganado una elección popular. *Hoy es senadora designada (mal que le pese) en reemplazo de Álvaro Elizalde, y su escaño en el Senado fue decidido por la misma mesa que hoy encabeza*. Entonces cabe preguntarse: ¿era realmente la mejor carta presidencial del PS?

Todo indica que no. Y todo indica que su brevísima nominación se explicó, básicamente, por ser la presidenta del partido. No sería la primera vez que ocurre algo así.

La historia reciente muestra varios casos similares. El PPD con Heraldo Muñoz. La DC con Carolina Goic (y ahora con Alberto Undurraga). El PR con Carlos Maldonado (y antes con José Antonio Gómez). La UDI con Jovino Novoa, en su minuto. Todos ellos presidentes de sus respectivas tiendas. Todos ellos con resultados poco auspiciosos, cuando no francamente olvidables.

Hay algo en esa figura de líder interno que, paradójicamente, no logra proyectarse hacia fuera. El error está en confundir capital político interno con arrastre ciudadano. Ser presidente de partido otorga un liderazgo interno contundente, pero no asegura liderazgo popular. Muchos timoneles lo han entendido, y han preferido un papel secundario en las contiendas presidenciales; el problema es cuando se confunden los roles, y los presidentes de partido creen que el apoyo interno se puede traducir fácilmente en intención de voto.

¿Cómo llegó el PS hasta este momento aciago?

Para algunos, era -y sigue siendo- un deber moral llegar con candidato propio a la primaria. Pero si ya era evidente que no contaban con una figura capaz de ganar, el PS podría haber optado por perder con dignidad. Perder aportando al debate. Perder dejando una huella.

En ese caso, tenían tres caminos. El primero: levantar una figura ya consolidada, como forma de homenaje en vida. José Miguel Insulza parecía una opción natural; sin ir más lejos, el Pánzer estuvo muchas veces ”a punto de”.

El segundo camino era apostar por un liderazgo joven, no pensando en 2026 sino en 2030. Hay varios diputados socialistas con ganas de mostrarse y crecer. Y quizás alguno habría dado una buena pelea al interior de la primaria.

Pero la cúpula del PS optó por el peor de los caminos: mirarse el ombligo. Como dice el dicho: “el que pone la plata pone la música”. Y en un año de definiciones electorales, era previsible que nadie querría levantar la mano contra la directiva (esto de levantar la mano es literal, porque según se ha sabido, la elección de presidenciable en el Comité Central fue a “mano alzada” y, por tanto, se habría identificado inmediatamente a los Judas).

Esta es, justamente, la trampa de ser presidente de partido. Cuando el liderazgo interno busca convertirse en una candidatura presidencial sin evidenciar respaldo ciudadano alguno, el resultado es casi siempre el mismo: candidaturas que nacen sin fuerza y mueren sin gloria.

Una metáfora futbolera ayuda a ilustrarlo: el presidente de partido es el capitán del equipo. Lo eligieron por liderazgo, experiencia, voz de mando. Pero el capitán no siempre es el goleador. Y si decide desarmar el equipo para ser él quien meta el gol, lo más probable es que el equipo entero termine perdiendo el partido. (El Líbero)

Roberto Munita