La tontería del Servel

La tontería del Servel

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El Servicio Electoral acaba de objetar el uso de la palabra «revolución» para nombrar a un partido político. A juicio del Servel, el movimiento Revolución Democrática ha debido tener otro nombre.

¿Está justificada esa objeción?

A primera vista sí.

La ley electoral dispone que a la hora de designar un partido político no podrán emplearse términos contrarios a la Constitución y a la ley. Y como la palabra revolución señalaría justamente el acto de contravenir o cambiar a una y a otra por medios distintos a los que ellas mismas prevén, entonces no debiera admitirse su uso a la hora de nombrar a un partido. En apoyo de esta decisión, arguye el Servel, se encuentran las distintas acepciones que el diccionario de la RAE confiere a la palabra.

El diputado Giorgio Jackson ha sostenido que esa argumentación del Servel esconde un acto de censura.

Y no, no es censura. Es simple tontera.

Es verdad que una de las formas de entender las palabras de la ley consiste en recurrir al diccionario de la RAE (de esa manera, se dice, todos los sometidos a la ley saben, a primera vista, a qué atenerse); pero en este caso se aplicó esa regla de interpretación no a las palabras de la ley, sino al nombre de un partido.

Ese desplazamiento de la regla interpretativa (desde las palabras de la ley a las palabras que integran un nombre) fue un grueso error.

Llevada al extremo obligaría no solo a Revolución Democrática a cambiar su nombre. Llamar cristiano a un partido, por ejemplo, como ocurre con la Democracia Cristiana, también debiera prohibirse de acuerdo al criterio del Servel. Después de todo, no hay nada más contrario a la ley que el cristianismo. ¿No fue Cristo quien se opuso a quienes, como los fariseos, empujaban al cumplimiento escrupuloso de la ley mosaica? ¿Y qué decir del Partido Comunista? ¿Acaso la RAE no asigna también a esa palabra acepciones que apuntan incluso a la destrucción del mismo Estado?

Como se ve, el criterio del Servel es una simple tontería.

Los exégetas del Servel, en vez de leer el diccionario de la RAE, debieran haber leído a Wittgenstein. No preguntes por el significado -aconsejaba él en sus «Investigaciones Filosóficas»-, pregunta por el uso. Las palabras, agregaba, son como herramientas cuyo significado depende de la forma de vida a la que pertenecen y del contexto al interior del que se emplean.

Así por ejemplo, en «La estructura de las revoluciones científicas» (1962), de T. Kuhn, uno de los libros más relevantes de la sociología de la ciencia, se emplea la palabra revolución para aludir a un cambio de paradigma. En Chile el último tiempo se ha recurrido a ese uso para designar la reforma educacional: ella sería un cambio de paradigma, es decir, una revolución ¿Debe concluirse entonces, siguiendo el criterio del Servel, que ese cambio de paradigma, esa revolución en los términos de Kuhn, es un acto contrario a la Constitución? Nicolás Copérnico, por su parte, en «Sobre la revolución de las esferas celestes» (1540), empleó la palabra revolución para designar el hecho de que a través de un movimiento (que Kepler describiría más tarde como elíptico) los planetas giraban volviendo al mismo punto de partida. En este caso la palabra revolución no parece tener nada de alarmante (salvo que ser revolucionario en este sentido se parece a creer en el eterno retorno). Ortega y Gasset, en «El ocaso de las revoluciones» (1923), dice que la revolución no tiene nada que ver con la violencia o con el abandono de las instituciones, sino con el cambio de los usos sociales, esas pautas de conducta y de creencias que subyacen a la cultura (las genuinas revoluciones serían, en este sentido, silenciosas). También se llamó «gloriosa revolución», en el siglo XVII, al comienzo de la soberanía popular en Inglaterra (luego del derrocamiento de James II y el sometimiento de los impuestos al Parlamento). En fin, Hobsbawm, en «La era de la revolución» (1962), designa con esa palabra desde el cambio en el modo de producción (la revolución industrial) a la sustitución de un régimen por otro (la revolución francesa).

Una revolución democrática -el nombre del nuevo partido- puede significar entonces el propósito de cambiar paradigmas mediante la democracia; una ironía para subrayar el hecho de que todas las revoluciones vuelven al punto del que partieron; una forma de señalar que su propósito es cambiar usos sociales; una manera de subrayar la soberanía popular. Y así. Todo depende del contexto, del uso.

Nada alarmante, como se ve.

Salvo para el Servel, que mira la realidad mediante el diccionario de la RAE, convertido desde ahora en el nuevo Index.

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