Síntesis, según ChatGPT, “es el proceso de combinar diferentes elementos para formar un todo coherente y estructurado”. Algo de esto, en efecto, tiene el gobierno actual. De partida combina en su seno diferentes familias y trayectorias políticas: la nueva izquierda del Frente Amplio, el Partido Comunista y sus ya ostensibles corrientes, y el Partido Socialista, en torno al cual se articula el llamado socialismo democrático. A ello hay que sumar átomos de la vieja Democracia Cristiana que, aunque no son parte del Gobierno, le brindan apoyo en momentos críticos.
Una combinación política de esta amplitud no existía desde la Concertación. Con una diferencia. Esta última poseía una larga historia de luchas comunes, disponía de un poderoso respaldo intelectual, y tenía una hegemonía claramente asentada en dos instituciones, el PDC y el PS-PPD, ambas con un peso equivalente. La actual, en cambio, es una coalición de facto, basada en soportes ideológicos obsoletos o desgastados, altamente dependiente del Gobierno y de la figura presidencial, y con una distribución de fuerzas internas más igualitaria. Todo esto la hace mucho más frágil y difícil de gestionar que la vieja Concertación.
El gobierno actual es también una combinación en términos de género. Se nos ha vuelto tan obvio que lo pasamos por alto. No se trata solo de número: la diversidad impera en los cargos más estratégicos de la administración, lo que se nota en la agenda y los estilos. Es una síntesis, también, cuando se aprecia la formación y la trayectoria de ministras y ministros. Aunque hay una ausencia, y que pesa: no hay nadie proveniente del mundo empresarial.
Pero la síntesis más importante no es política, ni de trayectorias ni de género: es etaria. No recuerdo un gabinete con más diferencias de edad entre sus integrantes, reunidos paradojalmente bajo el liderazgo del gobernante más joven de la historia republicana. Esta “síntesis” es un quiebre de escala mayor.
La antropóloga Margaret Mead escribió que los conflictos intergeneracionales se producen cuando la línea de transmisión cultural que viene del pasado hacia el presente, de los viejos a los jóvenes, se quiebra como efecto de grandes cambios, entre otros, tecnológicos. Esto lleva a la juventud a no mirar como guía el pasado ni a buscar la sabiduría en sus ancestros, sino a desafiar sus ideas y sus normas como mecanismo de identificación y sobrevivencia.
Una sociedad compleja y equilibrada, dice Mead, ha de ser culturalmente “cofigurativa”, lo que supone el diálogo y el aprendizaje recíproco entre generaciones, sin la superioridad de unas sobre otras. Celebrando la “síntesis”, Boric está proclamando el fin de la guerra generacional que, bajo diferentes formas e intensidad, ha marcado a la centroizquierda desde 2011.
“¿Qué otra cosa significa ser adulto sino hacer por compromiso, por diplomacia, a diario, lo que a uno no le gusta o es contrario a sus deseos y convicciones?”. La pregunta de Mariaje, la protagonista de “El Niño”, la novela más reciente de Fernando Aramburu, es la que alguna vez nos hemos hecho todos, la mayor parte de las veces consternados ante eventos personales o históricos que sabemos cambiarán para siempre el curso de nuestra biografía. Es lo que ahora le tocó a la generación del 2011. (El Mercurio)