La resistencia comunista

La resistencia comunista

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En tiempos de la Guerra Fría, el PC chileno llegó a ser uno de los más influyentes del hemisferio occidental. Baluarte de disciplina y rigor ideológico, su cercanía con la Unión Soviética y el campo socialista fue un verdadero sello de identidad. Nacido en los rigores de la pampa salitrera, curtido al calor de las luchas obreras, el PC llegaría a tener también importantes niveles de incidencia en el mundo poblacional, campesino y estudiantil.

Desde temprano fue una colectividad atípica: cómodo en la legalidad, acompañó a Salvador Allende desde su primera campaña electoral en 1952 hasta su último aliento en La Moneda. En la década de los años 60, el ímpetu guerrillero alimentado por la revolución cubana no logró alterar sus convicciones. Aunque entusiasta de la gesta de Fidel y el Che, tuvo siempre claro que esa experiencia no era algo replicable en la realidad chilena.

En las formas aparecía como un partido moderado, que apostaba a cambios graduales en el marco de las instituciones establecidas. Al mismo tiempo, no tenía problemas para defender las invasiones a Hungría y Checoslovaquia por las tropas del Pacto de Varsovia, o para justificar la dura represión al sindicato Solidaridad por parte del régimen polaco.

La crisis económica de 1982 inauguró el ciclo de las protestas en contra del régimen militar, un período donde el PC se juega con todo por la vía insurreccional. Pero el sueño de la ‘sublevación nacional’ sucumbe el año 1986, con los fracasos en la internación de armas por Carrizal Bajo y el intento de magnicidio contra Pinochet. Luego de esa derrota, los comunistas deben resignarse a participar en el plebiscito de 1988.

Durante los gobiernos de la Concertación, el PC vivirá una dura marginalidad. En los hechos, su mundo había desaparecido: en el mismo momento en que Chile iniciaba el retorno a la democracia caía el muro de Berlín y el bloque socialista colapsaba; poco tiempo después, la revolución nicaragüense era derrotada en las urnas y desaparecía la Unión Soviética. Se iniciaba la era de la globalización del capitalismo sin contrapesos.

Nada hacía presumir entonces que los comunistas chilenos pudieran volver a tener un rol estelar en un tiempo donde, en la práctica, ya no representaban una alternativa políticamente viable. Pero el año 2010 se produce una circunstancia singular: la Concertación pierde las elecciones, la derecha llega a La Moneda y, súbitamente, los comunistas pasan a ser la conciencia crítica de una centroizquierda arrepentida y avergonzada del Chile que ha construido en sus veinte años de gobierno.

Para la nueva oposición, los avances económicos y sociales de esas dos décadas desaparecen y el país ha vuelto a ser solo el reflejo de la herencia dictatorial, de su institucionalidad y su modelo de desarrollo. En 2011, cuando el movimiento estudiantil se toma las calles, la centroizquierda termina poniéndose de rodillas, proceso en el que los comunistas pasan a ser el censor moral de esa conciencia arrepentida. La ex-Concertación se convierte en una cofradía de avergonzados, aquellos que por migajas habrían aceptado someterse a las lógicas de una transición pactada y a los límites impuestos por los poderes fácticos.

El rostro de esta conciencia crítica y autoflagelante terminó siendo, paradójicamente, Michelle Bachelet, la mandataria que había puesto la lápida al ciclo de la Concertación triunfante y había entregado la banda presidencial a Sebastián Piñera. El fracaso los reunía finalmente a todos: a una centroizquierda avergonzada de su travesía supuestamente ‘cómplice’ del modelo neoliberal, a un PC moralmente triunfante en su desafecto con la transición, y a la propia Bachelet que, a pesar de la derrota electoral de su gobierno, abandonaba La Moneda con una popularidad enorme, que les asegura el retorno al gobierno a todos los que estuvieran dispuestos a respaldarla.

Premio a la resistencia

Durante ese trance, la derecha nunca entendió lo que tenía al frente: el océano infinito de fracasos y derrotas acumulados a lo largo de décadas; el enjambre de frustraciones históricas que finalmente coincidían, para proponer el gran salto fuera del neoliberalismo y la Constitución vigente. Una agenda de cambios refundacionales que abriría otra vez las grandes alamedas, permitiendo que los comunistas volvieran a La Moneda.

Pero las reformas llevadas adelante por la Nueva Mayoría fueron perdiendo rápidamente respaldo, ya que golpearon a una clase media modelada durante décadas por las lógicas del consumo, y que no estuvo dispuesta a que ‘le quitaran los patines’. Caso Caval mediante, el experimento transformador terminó en una resonante derrota política y electoral.

De la mano de Sebastián Piñera, la derecha volvía al gobierno. Con la oferta de echar a andar una economía debilitada y, otra vez, sin presentir siquiera los alcances de lo que su sector político y él mismo simbolizaban para un segmento relevante del país. Los tiempos mejores no alcanzaron a asomarse y un anuncio de alza en los pasajes del metro, en octubre de 2019, terminó siendo el desencadenante de la mayor crisis política y social desde el golpe de Estado. Una fractura a la que, pocos meses después, se unió el efecto devastador de la pandemia, poniendo definitivamente la lápida al Chile construido desde el retorno a la democracia.

Los comunistas chilenos han creído ver en este escenario el premio a su resistencia histórica. Las supuestas miserias de una transición pactada y del modelo económico impuesto por la dictadura estarían, desde el estallido, sociológicamente confirmadas. En un mundo en el que ya no representan una alternativa viable al capitalismo, donde sus únicos referentes —Cuba, Venezuela y Corea de Norte— compiten por ser la genuina encarnación del infierno, en Chile han vuelto a ser protagonistas de una historia que, según dicen, los reivindica. No solo eso, el candidato opositor mejor posicionado hoy día pertenece a sus filas. Como una prístina reafirmación de que las sentencias de la historia no hacen mella en su espíritu. Y que, en este Chile ensombrecido, el pasado, el presente y el futuro siguen siendo mortalmente parecidos. (El Mercurio)

Max Colodro

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