HAY VARIAS formas como un presidente puede renunciar. La primera es simple: tomar sus cosas e irse. La segunda es dejar de gobernar y esperar que el tiempo pase rápido. La tercera es reinventarse, adecuarse a la realidad, botar las ideas que nadie quiere y tratar de salvar el gobierno.
De las tres, es evidente que la tercera es la mejor. Irse para la casa o dejar de gobernar son caminos muy malos. Por eso no es raro que Bachelet esté tratando de reinventarse. Pero hasta ahora las señales son muy confusas. Partiendo por su ya famosa frase de que esta nueva etapa estará marcada por un “realismo sin renuncia”. Bueno, esa es una contradicción en sí misma. La realidad política y económica habla de que sin renuncias importantes al programa original no hay reinvención posible.
Una segunda duda acerca de lo que quiere la Presidenta es el eslogan que lanzó para anunciar el segundo tiempo de su gobierno: “Todos x Chile”. Si el programa es rechazado por la mayoría de la gente, entonces no se entiende que sin cambios se logre convocar a todos. Entonces, la idea de que estamos frente a una simple campaña comunicacional se acrecienta.
Más allá de la Presidenta, hay muchos que ya dicen que no están dispuestos a cambiar. Partiendo por el Partido Comunista, que como buenos socios que son, han amenazado con las penas del infierno si el programa se debilita. A ellos la realidad les importa poco. Lo suyo es la ideología. También está el siempre incombustible presidente del PPD, Jaime Quintana -el creador de la retroexcavadora-, quien agrega que ahora sólo hay que preocuparse del “electorado duro”, ese 30% que los sigue apoyando y continuar adelante con todo. Es decir, olvidarse del otro 70%, que es la mayoría del país. Bonita forma de gobernar es esa. Y, de paso, una contradicción evidente del “Todos x Chile” que se pretende imponer.
En este ambiente se llegará al famoso cónclave de la Presidenta con los partidos de la Nueva Mayoría, donde se supone se fijarán las prioridades para lo que queda del gobierno. Pero con una Presidenta dubitativa y algunos de sus socios en llamas, la cosa no pinta bien. La idea de quemar las naves con la bandera en alto puede prevalecer pese a las insistentes advertencias del ministro de Hacienda, Rodrigo Valdés, en el sentido de que la economía está en el suelo y que el programa está desfinanciado. O las del ministro Burgos, en el sentido de que no hay espacio para más reformas; menos cuando son improvisadas, como es el caso de educación.
Bachelet tiene que tomar una decisión. Entender que el único cambio que quiere la gente es que cambie el gobierno. Con ella, por ahora. Pero si no se reinventa, corre el riesgo de seguir la ruta de Dilma Rousseff en Brasil, que con un 7% de apoyo tiene que desmentir a diario su posible renuncia. Nuestra Presidenta está todavía lejos de aquello, pero debe tener claro que también le están pidiendo a gritos que renuncie a un programa que hoy casi nadie apoya. Si hace oídos sordos a aquello, su panorama es negro oscuro. Por eso, lo que corresponde es que cambie ahora, antes de que sea tarde.


