En días recientes se cumplieron seis años desde que el país se viera envuelto en un estallido social inusitadamente violento, que amenazó la estabilidad democrática cultivada laboriosamente por tres décadas. Asimismo, en septiembre pasado se rememoró el plebiscito de 2022 en el que se rechazó por amplio margen la propuesta de la Convención Constitucional. Ambos acontecimientos se imbrican indisolublemente, marcando el devenir del país como ninguno desde que se recuperara la democracia en 1990.
Es bien sabido que una parte no menor de la sociedad chilena apoyó el estallido social. Fue aquiescente con sus causas y hasta toleró el uso de la violencia en aras de los objetivos refundacionales que parecían animarlo. Apenas tres años después, en las urnas, no estuvo dispuesta a poner en riesgo la democracia y el progreso, rechazando la insensata propuesta constitucional sometida a su consideración.
Pues bien, resulta de interés preguntarse cuál sería hoy la posición de quienes aprobaron el texto de la Convención hace cuatro años. ¿Habrán cambiado de parecer? Para ello es útil llevar a cabo un simple ejercicio imaginario: si el plebiscito tuviera lugar en estos días, ¿volverían a sufragar a favor de esa propuesta constitucional? Hay indicios para presumir que en semejante encrucijada el Apruebo recibiría una votación no muy distinta a la de 2022. Con alta probabilidad la izquierda -el Partido Comunista y el Frente Amplio- repetiría su preferencia de entonces. ¿Y el así llamado Socialismo Democrático? Con algunas excepciones -a la manera de los amarillos que encabezó en su tiempo Cristián Warnken- también es presumible que su votación sería también favorable como hace cuatro años. Y, a todo esto, ¿cómo votarían los candidatos presidenciales de la izquierda sometidos a este ejercicio imaginario, sobre todo Jeannette Jara?
De ser cierto que la izquierda y el progresismo, votos más votos menos, volverían a aprobar una propuesta constitucional del calado refundacional de la que se elaboró en 2022, estaríamos en presencia de un proyecto para el país radicalmente distinto a aquel de los 30 años -que tuvo su base en la gobernabilidad democrática y la modernización capitalista-, y que seguiría contando con el apoyo de poco más de un tercio del electorado, ni más ni menos que la izquierda entera.
Se encuentra aquí el origen de su posición minoritaria en las elecciones que tendrán lugar próximamente y, con alta probabilidad, en las que enfrentará en un futuro más largo. Para salir de ese túnel político sin salida la izquierda deberá abandonar sin ambages el proyecto refundacional de 2022, que bebió de las fuentes revolucionarias del estallido social ocurrido tres años antes. En buenas cuentas, deberá renegar en alguna forma de su voto en el plebiscito constitucional y volver a valorar la gobernabilidad democrática y la modernización capitalista, como lo hizo en las mejores décadas de la historia reciente del país. En otras palabras, la izquierda deberá refundarse en un ejercicio que requerirá altas dosis de coraje y liderazgo político.
De otra forma, estará condenada a seguir siendo una minoría política y, peor todavía, una oposición anárquica y destituyente, que nada bueno significaría para el desarrollo del país y de sus habitantes más desposeídos. Vaya paradoja: mientras la izquierda creyó que había que refundar el país -y nada indica que haya abandonado esa aspiración- lo que en cambio el país necesita es una refundación de la izquierda. (El Líbero)
Claudio Hohmann



