La pregunta de Niall Ferguson-Claudio Hohmann

La pregunta de Niall Ferguson-Claudio Hohmann

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Durante su primera visita en octubre de 2014, reunido con un grupo selecto de políticos, académicos y empresarios, Niall Ferguson sorprendió de entrada a quienes habían acudido a escuchar sus inquietantes ideas plasmadas en el libro de su autoría “La gran degeneración: cómo decaen las instituciones y mueren las economías” -que no pocos presentes para entonces ya habían leído meticulosamente-.

Antes siquiera de avanzar algún planteamiento, Ferguson lanzó la siguiente pregunta a la concurrencia: ¿cuando me vaya de regreso a Estados Unidos, me voy tranquilo de Chile o, en cambio, debería irme preocupado? Corría el primer año del segundo mandato de Michelle Bachelet. Ocho meses después de haber asumido en La Moneda, el gobierno de la Nueva Mayoría no había logrado imbuir de optimismo a los inversionistas, sino que todo lo contrario, aunque era todavía temprano para apreciar si se trataba de algo circunstancial o si sería, como terminó siendo, el fin de la centroizquierda concertacionista que había impulsado el crecimiento económico a sus más altos niveles en las décadas precedentes.

Lo cierto es que ninguno de los presentes en esa oportunidad pudo imaginar que cinco años después tendría lugar en Chile el estallido social y la vorágine de violencia que se desataría el 18 de octubre de 2019. Tampoco sospechaban entonces que el país estaba iniciando un prolongado periodo de estancamiento económico de la mano de la fallida reforma tributaria que en esos días lideraba el ministro de Hacienda Alberto Arenas.

La respuesta correcta a la interrogante de Ferguson debió ser, ahora lo sabemos, una grave preocupación por el futuro convulsionado que aguardaba a Chile en el tiempo próximo. Pero muy pocos expresaron semejante temor en esa ocasión. La mayoría le respondió al historiador que, a pesar de todo, podía irse del país tranquilo. Aquí, como había afirmado el expresidente Ricardo Lagos -con una autoridad que no dejaba espacio a la duda-, las instituciones funcionan y no parecía entonces que existiera una seria amenaza a esa certidumbre republicana.

Lo cierto es que nadie, ni el mejor de los analistas -más de alguno acudió a la cita- podría haberle respondido correctamente a Ferguson, entre otras cosas porque el futuro es impredecible, y el que estaba punto de acontecer en el país lo era todavía más. El Frente Amplio estaba en pañales, pero en apenas siete años -en 2021- se haría del gobierno, mientras que la derecha tradicional no imaginaba todavía que se escindiría desde su lado derecho un nuevo partido que, también siete años después, la dejaría inesperadamente fuera de la segunda vuelta de la octava elección presidencial desde 1990.

Mucho menos pudo alguien adivinar que antes de una década el país haría -no una, sino que dos veces- un ingente esfuerzo por reemplazar su Constitución política y que en ambas ocasiones el electorado rechazaría las propuestas sometidas a su consideración. Y que, a consecuencia de esto, nos sigue rigiendo la misma carta fundamental -la “Constitución tramposa” como la calificó Fernando Atria- a la que no pocos chilenos como él atribuyeron en su momento defectos insalvables.

Si en su visita de hace unos días el historiador hubiera formulado la misma pregunta, ¿qué habríamos respondido? ¿Qué nos aguarda en el futuro próximo a los chilenos? No hay razones para pensar que nuestra capacidad de predicción haya mejorado desde que Niall Ferguson nos visitara por primera vez hace once años. Pero, conminados a responder esa interrogante, hoy podríamos aventurar preocupaciones que, al contrario del año 2014, se manifiestan sin cesar en la cotidianeidad de los chilenos: la inseguridad ciudadana, que se ha extendido a buena parte del territorio nacional, y el estancamiento económico que ha elevado el desempleo y la pobreza entre nosotros. Ni un nuevo estallido social y ni la inestabilidad institucional -a causa de la elaboración de una nueva Constitución- asoman ahora en el futuro previsible. En cambio, las amenazas que nos agobian y que no dan señales de mitigarse no dan espacio para una respuesta optimista. Aunque el optimismo debiera ser lo último que perdamos de cara a la elección presidencial que se aproxima. (El Líbero)

Claudio Hohmann