Sin duda uno de los temas principales de la elección presidencial de noviembre y diciembre próximo es la migración irregular, de la que el Estado chileno perdió el control hace más de una década y todas las candidaturas se comprometen a recuperar.
Si en 1992 el censo del INE mostraba que el 0,8% de la población nacional había nacido fuera de Chile, el de 2024 refleja que esta proporción se ha multiplicado once veces para llegar al 8,8%. Había aumentado levemente al 1,3% en el censo del 2002, pero ya el de 2017 mostró un crecimiento explosivo, llegando los extranjeros a representar 4,4% de los habitantes del país.
El censo de 2024 registró 1.608.650 habitantes nacidos fuera de Chile, 8,8% de la población total, exactamente el doble de 2017. La composición, además, varió significativamente. Si en 2017 la procedencia mayoritaria era peruana, hoy el 41,6% nació en Venezuela (unos 670 mil), 14,5% en Perú y 12,3% en Colombia, seguidos de cerca por Haití y Bolivia.
La población en Chile aumentó entre 2017 y 2024 en 906.425 personas según los censos del INE, lo que significa que de no ser por los más de 800 mil nuevos migrantes habría permanecido prácticamente estancada.
La vertiginosa disminución de la tasa de natalidad de los chilenos y su correlato de envejecimiento de la población convierten a la migración en un factor indispensable para mantener el desarrollo del país y conjurar la crisis futura que representa el aumento de la población pasiva y la consiguiente reducción de los activos. Somos hoy el país de Sudamérica con la más alta proporción de inmigrantes pero también con la más baja tasa de natalidad.
Por eso nadie que aspire a gobernar el país puede estar en contra de la migración, cuyos beneficios económicos y culturales son innegables. Chile estaría en franca decadencia demográfica si no se hubiera convertido en un país atractivo para que cientos de miles de ciudadanos de América Latina y de todo el planeta vinieran a buscar seguridad y progreso para ellos y sus familias.
De hecho, la gran mayoría vino porque en sus países no encontraba ni la seguridad, ni la fortaleza de las instituciones democráticas ni el crecimiento económico sostenido, y ahora son los más sensibles al deterioro innegable de esos tres factores en la última década.
Los inmigrantes son hoy, además, un factor gravitante en las próximas contiendas electorales. Eran completamente marginales hasta hace muy poco. En la elección presidencial de 2021 votaron apenas 72 mil, 16% de los 450 mil habilitados, pero ya en el plebiscito del 2022, con voto obligatorio, aumentaron a 314 mil, 61% de los 514.623 extranjeros que tenía entonces el padrón electoral.
De los 15.779.102 electores habilitados para votar en noviembre y diciembre próximo, el 5,6% (885.940) son extranjeros. Si en la contienda Boric/Kast los extranjeros representaron el 0,8% de los votos, en la elección presidencial que viene, estimando la misma tasa de participación del plebiscito de 2022, votarán unos 540 mil inmigrantes, 160 mil de ellos venezolanos.
Aunque representan 4,1% del total de votantes (13 millones), la diferencia de comportamiento electoral respecto de los chilenos que reflejan todas las encuestas redunda en que podrían significar cerca de 200 mil votos de ventaja y 1,5 puntos porcentuales de ventaja para la candidatura opositora en segunda vuelta. Si el gobierno enfrentaba la elección con desventaja en la población inmigrante, no hizo otra cosa que profundizarla con su prolongado intento de excluirlos de la elección presidencial y parlamentaria.
Aunque puede parecer contraintuitivo, la franja del electorado más crítica de la migración irregular y más proclive a la mano dura contra la delincuencia asociada a ésta es justamente la constituida por los migrantes ya integrados en la sociedad que son los que después de 5 años de obtener su condición de residentes ingresan al padrón electoral.
Por eso el foco puesto por la oposición en el combate franco a la migración irregular y la mano dura contra la delincuencia asociada a ésta no hace otra cosa que reforzar la inclinación opositora del voto migrante, que además es muy sensible al mensaje de recuperación de los factores que lo hicieron migrar a Chile, que son precisamente la seguridad y el crecimiento.
Al revés de lo que ocurría en 2021, los discursos presidenciales de hoy coinciden en la necesidad de impermeabilizar las fronteras para reducir cuanto sea posible el ingreso irregular de migrantes al país y aplicar toda la fuerza necesaria para combatir la delincuencia organizada asociada a ésta. Las diferencias son hoy respecto a lo que se debe y puede hacer con los más de trescientos mil inmigrantes sin permiso de residencia, con los problemas asociados de vivienda, educación, salud y empleo asociados a la condición ilegal de su permanencia.
Una alternativa es asumir que es imposible expulsarlos a todos, muchos de ellos con familia viviendo en Chile hace años, y llevar adelante un programa de regularización que permita luego focalizarse en la expulsión de quienes persisten en mantenerse ilegales o derechamente incurren en prácticas delictuales. El empresariado agrícola ha transparentado su posición favorable a este camino, junto a la demanda por ampliación de las cuotas máximas de extranjeros que establece la ley para sus faenas.
La otra alternativa es llevar adelante una política como la impulsada por Trump en Estados Unidos, de deportaciones masivas e indiscriminadas, de gran costo financiero y social, con pocas probabilidades de éxito en el caso de Chile, por la escasa disposición a colaborar de los países de origen, particularmente de Venezuela, de donde proviene el principal contingente de migrantes ilegales.
En todo caso, cualquiera sea el camino que sigan las próximas autoridades, Chile seguirá evolucionando del mismo modo en que lo hicieron Estados Unidos y los grandes países europeos, hacia la conformación de una población más diversa en sus orígenes, colores y culturas. Uno de cada cinco niños que nacen hoy en Chile tiene por madre una mujer extranjera y nuestras escuelas públicas sobreviven en buena medida gracias a ellos.
El Chile que viene es mucho más diverso del que conocimos, qué duda cabe. Basta asistir al aniversario de cualquier escuela o liceo de Chile para ver cómo se enriquece nuestra cocina, nuestras tradiciones , nuestro idioma y nuestra cultura.
El desafío es evitar que ocurra lo que ha sucedido en otros países de experiencias similares, donde el aislamiento de las comunidades extranjeras ha generado el desarrollo de verdaderos guetos, desarrollando políticas específicas de vivienda, educación y empleo que favorezcan la integración. Aunque le pese a algunos diputados socialistas, es posible y deseable que la arepa conviva con la empanada en la futura mesa chilena. (Ex Ante)
Pepe Auth



