La oportunidad perdida de Carolina Tohá-Emilia García

La oportunidad perdida de Carolina Tohá-Emilia García

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En menos de dos semanas se celebrará una primaria presidencial que parece no importarle a nadie. Y aunque la irrelevancia sea, en sí misma, una noticia, lo más llamativo no es el desinterés ciudadano. Lo verdaderamente inquietante es el espectáculo político que ha ofrecido: un déjà vu que nos remonta directamente a octubre de 2019, cuando todo estalló, y el Frente Amplio coronó su auge al grito de “No son 30 pesos, son 30 años”, y el Socialismo Democrático se rindió a sus pies.

Casi seis años después, el Frente Amplio parece no haber aprendido nada. Su candidato, Gonzalo Winter, ha optado por la misma retórica polarizante de siempre: la superioridad moral, la denuncia altisonante, la pose de redentor generacional. La franja electoral de su campaña bien podría haber sido escrita por los mismos asesores que diseñaron los discursos de Beatriz Sánchez en 2017 o del propio Boric en 2021. El mismo tono, el mismo desprecio por lo construido antes de su irrupción, pero con un elemento nuevo: la falta de pudor. Mal que mal, su gobierno sigue en pie gracias a ese mismo Socialismo Democrático que durante años se han dedicado a denostar.

Y es aquí donde la figura de Carolina Tohá merecía otro destino. Porque si alguien representa a ese mundo vilipendiado es ella. No solo por su biografía, sino por lo que encarna: el legado de los 30 años, ese periodo en que Chile pasó de ser un país pacotilla a uno a un paso del desarrollo. Por eso sorprende y francamente frustra su actuación en esta campaña. Cuando por fin tenía la oportunidad de reivindicar su trayectoria, de recordar con convicción los logros de una generación que hizo mucho más que administrar, y -por qué no- de poner en su lugar a los insolentes que, sin haber probado gestión alguna, se dedicaron por años a despotricar desde la comodidad del atril, Tohá eligió el silencio incómodo, la crítica tibia y la cabeza gacha.

No era necesario que se lanzara a una guerra fratricida. Bastaba que hablara con la claridad de quien ya no tiene que rendir exámenes ante la asamblea estudiantil. Bastaba con que recordara que cuando el gobierno del Frente Amplio hacía agua por todas partes, fue el Socialismo Democrático -con su experiencia, su institucionalidad y su sentido de realidad- el que acudió al rescate. Bastaba con que mostrara que la política no se hace sólo con indignación, sino también con responsabilidad.

Pero no. Lo que hemos visto es una Carolina Tohá incómoda, debatiéndose entre la necesidad de marcar un punto y el temor de incomodar a los socios de coalición. La misma ministra que entró a salvar a Boric de su naufragio inicial, no fue capaz de interpelar con firmeza al candidato de su propia coalición que representa la negación misma de su trayectoria.

Que Tohá no haya prendido en las encuestas se debe a muchos factores y probablemente ninguno es precisamente este. Pero había en esta primaria una oportunidad que no pasaba por las cifras ni por los sondeos: la de reordenar el relato. De mostrar que no todo comenzó en «Plaza Dignidad», que hubo un país que se construyó antes del grito y el graffiti y que no todo lo anterior es vergüenza. Y esa oportunidad, la dejó pasar.

Probablemente al electorado poco le importan las tensiones internas del oficialismo. Pero para quienes aún creemos que la política se juega también en el terreno simbólico, resulta imposible no lamentar que esta primaria -más allá de su resultado- no haya servido para cerrar el ciclo de infantilismo con el que la nueva izquierda ha tratado a sus antecesores. Era el momento de recordarle al Frente Amplio que gobernar no es tuitear y que no basta con tener convicciones; también hay que tener gestión. Pero Carolina Tohá, como en el estallido, volvió a callar. Y el silencio en política también es una decisión. (El Líbero)

Emilia García