La OEA, Venezuela y el TIAR- Alejandro San Francisco

La OEA, Venezuela y el TIAR- Alejandro San Francisco

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En una polémica decisión, la Organización de Estados Americanos (OEA) ha decidido invocar el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR). Se trata de un mecanismo creado en 1947, cuando recién comenzaba la Guerra Fría. La segunda quincena de septiembre se realizará la reunión de cancilleres donde las autoridades del continente evaluarán las posibles sanciones contra el régimen de Nicolás Maduro, al que se acusa de tener un “impacto desestabilizador en la región”.

La solicitud de convocar a esta reunión provino del Presidente encargado Juan Guaidó, quien ha tenido una posición inestable en cuanto a su liderazgo y perfilamiento en los últimos meses. Irrumpió con fuerza a comienzos del 2019, de inmediato fue reconocido por una serie de países que condenan la dictadura de Maduro y logró capturar la atención mediática y popular en Venezuela y en el exterior. Como contrapartida, la revolución bolivariana ha seguido su camino hacia la miseria económica y social, dentro de un régimen político que carece de legitimidad. Sin embargo, este escenario que podría parecer propicio para la oposición no muestra un final muy claro y, por el contrario, ha tendido a desvanecer la popularidad de Guaidó, mientras el poder de Maduro parece más fuerte que hace un año atrás.

¿Cuál es el tema de fondo? En el plano interno de Venezuela, claramente el poder es el resorte definitivo que mueve los hilos de la Revolución Bolivariana y el gran talón de Aquiles de la oposición. Los líderes opositores gozan de prestigio al luchar por una buena causa, han llenado las calles en numerosas oportunidades, han mostrado coraje y resistencia frente a la represión y la arbitrariedad. Sin embargo, no tienen poder: Maduro controla las fuerzas armadas y además cuenta con otros grupos paramilitares que lo apoyan con métodos que han sido repudiados; recibe visitas de organismos y personeros de derechos humanos pero luego los condena; si le molestan los demás poderes del Estado los interviene o los cesa en sus funciones. En definitiva, Maduro se puede equivocar en muchas cosas, pero no falla en un tema central: la política es lucha por el poder y por lo mismo no lo entregará voluntariamente ni tampoco por mecanismos electorales libres.

Probablemente eso es lo que ha tenido en mente Juan Guaidó y las naciones amigas de Venezuela al propiciar la convocatoria al TIAR. Si bien este Tratado había sido pensado para una agresión externa y en el contexto de una incipiente Guerra Fría, hoy el problema venezolano no es exclusivamente local, sino que tiene un claro tinte latinoamericano e incluso ha penetrado en la política interna de los países, donde hay autoridades que defienden al a dictadura de Maduro mientras otros rechazan su régimen y trabajan contra él. ¿Qué podría hacer el TIAR?

Los mecanismos de castigos del tratado son relativamente amplios, como muestra la siguiente descripción de las potenciales medidas: “la ruptura de las relaciones diplomáticas; la ruptura de las relaciones consulares; la interrupción parcial o total de las relaciones económicas, o de las comunicaciones ferroviarias, marítimas, aéreas, postales, telegráficas, telefónicas, radiotelefónicas o radiotelegráficas, y el empleo de la fuerza armada” (art. 8 del Tratado). Este último aspecto ha sido el que ha concitado mayor interés mediático y ciertamente ha sido también el más polémico, por incluir la posibilidad de utilizar la fuerza militar contra el régimen de Maduro.

La postura internacional hasta ahora había sido muy clara, en términos generales. La mayoría de los países que reconocen el gobierno de Juan Guaidó han señalado que esperan una transición a la democracia en Venezuela, especificando que ella debe hacerse de manera pacífica. Esas dos características son concurrentes, y por lo mismo descartan la vía armada para deponer al gobierno de Maduro, aunque lo consideran ilegítimo. Esto provoca dos problemas, que podrían estar generando las condiciones para la convocatoria al TIAR.

La primera, es que la dictadura no solo no ha terminado, sino que tampoco ha fijado un itinerario que permita pensar en una transición democrática. Por lo mismo, las movilizaciones y llamados al diálogo, las vías diplomáticas y la política, han probado ser –hasta el momento– inútiles en la línea de avanzar hacia la democracia en la sufrida sociedad venezolana, marcada por una catástrofe demográfica, la crisis humanitaria, la pauperización y la pérdida de esperanzas. El segundo aspecto, perceptible en parte de la oposición venezolana y quizá en el propio Guaidó, es la evidente sensación de frustración que acompaña los llamados a una mayor solidaridad internacional o a analizar iniciativas como la convocatoria al TIAR.

En el caso de Chile la convocatoria al TIAR ha generado, como pocas veces, una discrepancia pública en la política internacional del país. El gobierno ha hecho la explícita reserva contra el uso de la fuerza en Venezuela, pero exigiendo democracia, libertad y respeto a los derechos humanos en ese país. Sin embargo, varios ex ministros de relaciones exteriores han criticado al Ejecutivo por apoyar la convocatoria para activar un Tratado que permite el uso de la fuerza: “Nos avergüenza y confirma el lamentable viraje de nuestra política exterior”, ha dicho el senador y ex secretario general de la OEA José Miguel Insulza. A nivel internacional, diversos dirigentes de izquierda, unidos en el Grupo de Pueblo, también han declarado su rechazo a la intervención militar en Venezuela, si bien varios de ellos han sido condescendientes o partidarios de la dictadura de Maduro.

No resulta claro qué saldrá de la próxima reunión de los estados americanos. Es probable que una vez más escuchemos condenas al régimen de Maduro y llamados a restablecer la democracia y propiciar el diálogo. Sin embargo, cabe preguntarse, de acuerdo a las propias reglas del TIAR, ¿qué ocurriría si en vez de meras declaraciones hay un llamado explícito a utilizar la fuerza contra Maduro? Sin duda esto implicaría el renacer de los fantasmas de la intervención norteamericana en América Latina –si es que efectivamente Estados Unidos lidera el proceso– así como podrían derivarse males imprevisibles y dramáticos, como son los propios de una guerra civil, como las que sufrió Centroamérica en los años 80. En caso contrario el problema es otro: que Maduro siga disfrutando del poder, contra un pueblo sumido en la miseria, emigrante y dolido, que parece no ver salidas al drama que le ha tocado vivir por tantos años.

El problema no es fácil y los resultados podrían ser poco felices, lamentablemente, en ambos casos. (El Líbero)

Alejandro San Francisco

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