Igual que la ley de Murphy, que sostiene que aquello que empieza mal, termina peor, el gobierno del Presidente Gabriel Boric está viviendo un cuarto año para el olvido. Aunque es evidente que este gobierno hace rato tiró la toalla, la innegable crisis por la que atraviesa la derecha chilena está dotando la carrera presidencial para la elección de noviembre de 2025 de un grado de incertidumbre inesperado y sorpresivo.
El gobierno de Boric parece no tocar fondo. Después de un primer año marcado por la derrota en el proceso constituyente, el presidente Boric coronó su desastroso periodo de luna de miel con un indulto a delincuentes con amplio prontuario alegando que eran luchadores por un cambio para mayor justicia social. En su segundo año, Boric nunca logró controlar el timón del país. La delincuencia y el estancamiento económico se convirtieron en las principales preocupaciones de los chilenos. En diciembre de 2023, Boric y su gobierno en pleno terminaron votando para ratificar la constitución de 1980 (la constitución de Pinochet) como la mejor alternativa para evitar un texto redactado por una mayoría de derecha en el Consejo Constitucional. En su tercer año, la delincuencia tuvo al gobierno contra las cuerdas.
El cuarto año comenzó con la aprobación de una reforma de pensiones que legitimó a las AFP, aunque introdujo una bomba de tiempo que pudiera abrir el camino para confiscar parte de los dineros que deberían ir a las cuentas de ahorro individual para las pensiones. La delincuencia que no da tregua, la economía que no levanta y la incertidumbre de una guerra comercial en ciernes entre Estados Unidos y China siguen nublando el futuro del país. Como si las amenazas externas no fueran lo suficientemente complejas, el gobierno cometió un imperdonable error no forzado -al intentar comprar la casa de Salvador Allende para convertirla en museo- que llevó a la defenestración política de la senadora Isabel Allende, la octogenaria hija del mandatario a quien Boric más admira.
El estancamiento de la economía y la delincuencia fuera de control hacen muy difícil el camino para una victoria electoral de algún candidato oficialista en noviembre. Las encuestas muestran a todos los presidenciables izquierdistas con intención de voto de un dígito.
Aunque la crisis de la izquierda genera condiciones inmejorables para una victoria electoral de la derecha, ese sector parece determinado a autosabotearse. Las negociaciones para lograr una lista parlamentaria de unidad en la derecha están en un punto muerto. La probabilidad de que la derecha realice elecciones primarias para escoger una candidatura presidencial única es casi nula. Aunque los tres candidatos con las mejores chances de llegar a segunda vuelta hoy son de derecha, hay buenas razones para pensar que la fragmentación de candidaturas en el sector hará que la izquierda sea más competitiva en primera vuelta y que haya una candidatura de izquierda en segunda vuelta. La división de la derecha en varias listas hará que la izquierda logre una mejor representación en el Congreso de la que debiera -emulando lo que pasó en la elección de gobernadores regionales en octubre de 202.
Sin norte común y más preocupados de destacar las cosas que los dividen que aquello que los une, los partidos de derecha están enfrascados en una guerra fratricida que alimenta de esperanzas a una izquierda que, en circunstancias normales, debiera estar encaminada a sufrir una aparatosa derrota electoral en noviembre.
Resulta difícil entender las razones que tiene la derecha para negarse a construir una plataforma común. La derecha radical fustiga lo que considera fue una traición de Piñera al entregar la constitución de 1980, en vez de reprimir con fuerza la violencia asociada al estallido social. La derecha tradicional se niega a formar una coalición con los radicales que no tienen vergüenza de reconocer su admiración por la dictadura de Pinochet. Las enemistades personales entre la derecha moderada -en especial los líderes de Evópoli -y la derecha radical- en especial el naciente partido Nacional Libertario- parecen más viscerales y profundas que los enfrentamientos más bien respetuosos de toda la derecha con la izquierda radical y con el gobierno de Gabriel Boric.
En cierto modo, mientras la derecha ya sabe todo lo que la separa con la izquierda radical, la necesidad que tienen las dos derechas de distanciarse mutuamente y el innegable hecho de que compiten por la misma base electoral profundizan diferencias que a menudo son más de forma -y más sobre el pasado- que de fondo. Las dos derechas quieren privilegiar el crecimiento económico, achicar el estado y aplicar mano dura a la delincuencia. Las dos derechas quieren bajar impuestos, balancear el presupuesto y reducir la inmigración. Las dos derechas quieren evitar los excesos y relativismos morales extremos. Pero como las dos derechas compiten por los mismos votantes, la enemistad entre ambos grupos va en aumento. Atrapada en un foso profundo, la izquierda tiene, como mejor esperanza electoral para noviembre, la autodestrucción de la derecha. (El Líbero)
Patricio Navia