La imbecilidad que afecta al país

La imbecilidad que afecta al país

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La mayor imbecilidad que hoy afecta al país es insistir en que Chile iba por el camino equivocado antes del estallido social y que ahora hay que avanzar por un rumbo diferente. Precisamente porque el mejor camino al éxito consiste en retomar el sendero de la gradualidad, pragmatismo y políticas basadas en evidencia, hace rato que el gobierno debió haber abandonado el discurso refundacional y la majadera insistencia en que ellos tienen un mejor modelo para alcanzar el camino a la prosperidad.

Comentando el inexcusable paro de camioneros que todavía no se termina del todo, el ministro de Agricultura Esteban Valenzuela llamó a los camioneros descolgados a que “se descuelguen de la imbecilidad que está afectado al país”. Presumiblemente, para Valenzuela, la imbecilidad son las injustificadas movilizaciones que hace el gremio de camioneros para presionar al gobierno a que les ayude a solucionar el problema en el que se encuentran.

Si Valenzuela hubiera dicho lo mismo hace 11 años, cuando los estudiantes universitarios comenzaron a marchar por la gratuidad en la educación superior, su declaración hubiera sido considerada un insulto inaceptable por muchos de los líderes estudiantiles de entonces que hoy gobiernan el país. Pero movilizarse por la gratuidad educacional en la educación terciaria tiene tan poco sentido de sensatez política como exigirle al gobierno que subsidie el precio del transporte a un gremio que no está entre las personas más necesitadas del país.

Los estudiantes de educación superior —igual que los camioneros— pueden tener problemas de flujo, pero no están en el grupo de personas con más necesidades en Chile. Los estudiantes pueden provenir de familias de pocos ingresos, pero si estudian y hacen bien su trabajo, sus ingresos futuros les permitirán estar en los cuartiles de más ingresos en Chile. No serán los más ricos del país —tampoco lo son los camioneros—, pero pedirle al estado que financie la gratuidad de la educación cuando hay necesidades mucho más urgentes es tan autorreferente como pedirle al estado que subsidie el precio del combustible que usan los camiones. Es verdad que estudiantes y camioneros ayudan al progreso de Chile, pero el Estado tiene recursos limitados y no tiene mucho sentido usarlos para financiar a dos grupos que no están entre los sectores más necesitados del país.

Puede ser que esta discusión ya no tenga sentido. La gratuidad en la educación superior llegó para quedarse. Pero no podemos desconocer el efecto que ese enorme gasto público ya está teniendo en la desigualdad en el país. Darle educación gratuita a gente que tendrá ingresos en el futuro para poder pagar su educación solo contribuye a disminuir el presupuesto disponible para salud, vivienda y pensiones de grupos que nunca tendrán los ingresos que sí gozaran aquellos que completen su educación superior.

Lo mismo ocurre con el subsidio a los combustibles. Los miles de millones de dólares que gasta el estado en subsidiar el combustible de los camioneros —y de todos aquellos que se pueden dar el lujo de comprar autos diesel— son recursos que no van a estar disponibles para ayudar a las personas más necesitadas.

En un mundo en que el acceso al crédito era casi universal y las tasas de interés eran especialmente bajas, no importaba mucho que existiera un déficit fiscal. Pero con tasas de interés más altas, la deuda pública y el déficit fiscal constituyen cada vez una carga más onerosa para el fisco. Si no empezamos a apretarnos el cinturón del gasto rápidamente, todos los vamos a pasar mal en los próximos años —especialmente los que menos tienen.

Tiene razón el ministro Esteban Valenzuela cuando pide terminar con la imbecilidad de creer que el Estado puede financiarlo todo y endeudarse como si no hubiera que pagar esa deuda algún día. Hay urgencia en recuperar la disciplina fiscal y en avanzar hacia una mejor eficiencia en el gasto público. Ojalá todos pudieran ponerle atención a lo que dijo.

Pero lamentablemente, en el Chile de hoy, las demandas por mayor gasto público seguirán multiplicándose y el Estado seguirá cediendo terreno ante los grupos que más presión pueden ejercer —sea camioneros, estudiantes o Fuerzas Armadas. El costo lo pagaremos todos porque la indisciplina fiscal de hoy la financiaremos con los impuestos futuros. Lo que es peor, las oportunidades para los que menos tienen y la ayuda fiscal para los más necesitados seguirá siendo relegada a lugares secundarios en las prioridades de un gobierno que, precisamente, llegó al poder con la plataforma de que la plata abunda y que hay que financiar a los que protestan y gritan más fuerte y no a los que tienen más necesidades.

Si algo de nostalgia debiésemos tener sobre el Chile de los 30 años es que se buscaba promover la eficiencia en el gasto público y que la prioridad número uno era ayudar a salir a la gente de la pobreza y no ir en ayuda de aquellos que gritan más fuerte, tiran más piedras o buscan hablar desde una injustificada superioridad moral.  Si no terminamos con la imbecilidad de no priorizar el gasto público en los más necesitados, el fantasma de la deuda pública y de una creciente desigualdad volverán a asolar a Chile mucho más temprano que tarde. (El Líbero)

Patricio Navia