La falta de reflexión política muestra que, inercialmente, alguna izquierda sigue considerando que Rusia es la continuación de la Unión Soviética y que su líder es un nuevo Stalin; lo primero es absurdo, pues, aunque Evo Morales apoye a Putin por su carácter progresista y antiimperialista, lo cierto es que este ha instaurado un régimen capitalista excesivo, que se originó privatizando o requisando empresas públicas en una verdadera guerra entre mafias al caer la Unión Soviética.
El hecho es que Rusia es un país supercapitalista, con una casta propietaria que opera casi sin derechos laborales, con un sistema político autoritario, no democrático, pero con elecciones amañadas y con intenciones imperialistas y expansionistas. El gran objetivo es volver a tener el tamaño de la Santa Rusia de los zares o de la Unión Soviética.
Tanto Rusia como Ucrania son países en los que la mayoría de la población es ortodoxa. Pero entender cómo es la relación de la población, las costumbres y el Estado es más complejo que el simple dato de adhesión a una fe.
La Iglesia Católica Apostólica Ortodoxa es una colección de catorce o quince iglesias, autocéfalas –su propia cabeza–, autónomas y soberanas; muchas de ellas tienen iglesias dependientes. La de Constantinopla tiene una primacía de honor, pero no incide en las otras, la mayoría de las iglesias ortodoxas tienen buenas relaciones con las demás, pero algunas no reconocen a otras como iglesias soberanas. Tal es el caso de la Iglesia Ortodoxa Rusa –el Patriarcado de Moscú–, que no reconoce la existencia de la Iglesia Ortodoxa de Ucrania.
El Patriarcado de Moscú rompió con el Patriarca Ecuménico de Constantinopla. En Ucrania hay dos Iglesias ortodoxas, una depende del Patriarca Kirill de Moscú y la otra del Arzobispo Metropolita Epifanio de Kiev, de la Iglesia ucraniana autocéfala de Ucrania.
Durante el zarismo e incluso durante la Unión Soviética, los Patriarcas de Moscú siempre vieron a su iglesia como la oficial de su país, a pesar de persecuciones, muertes y prohibiciones, lograron algún acuerdo con el gobierno, incluso con Stalin. El patriarca Pimén aún es una figura controversial por su obsecuencia.
Luego de la caída del régimen socialista real en la URSS y sobre todo bajo el gobierno de Putin, la Iglesia se enriqueció al restituir templos, conventos y demás edificaciones que habían sido expropiadas. Volvieron las donaciones de creyentes y de organizaciones del Estado. En el fondo no hay separación Iglesia-Estado y existe una iglesia oficial de facto.
Esta iglesia riquísima se considera la Tercera Roma, la segunda fue la de Constantinopla y la Tercera Moscú, la Segunda Roma tiene un título honorífico, ser la primera inter pares, pero la que tiene más fieles y más dinero, que le permite subsidiar a las demás iglesias aliadas, donde no está la de Ucrania. La Iglesia de Moscú no le concederá soberanía, autocéfala, porque no considera que Ucrania sea un país aparte. Los Patriarcas subsidiados por Moscú se pronuncian muy elípticamente sin decir mucho y sin condenar nada, como Elías de Georgia. Lo mismo ocurre con las iglesias de Jerusalén y la de Serbia.
La Iglesia de Rusia usa la influencia del gobierno ruso para intervenir en los territorios de otras iglesias chocando con el patriarcado de Alejandría en África. Por eso la Iglesia Ortodoxa Rusa también está, desde hace tiempo, en guerra con sus iglesias hermanas, como la de Letonia. No debe olvidarse que la mayoría de los ucranianos ortodoxos son feligreses de la Iglesia Ortodoxa de Rusia y no de la Iglesia Ortodoxa de Ucrania. Quizás cómo será en el futuro, especialmente porque Onofre, a cargo de los de Rusia en Ucrania, llamó a los ucranianos a resistir la invasión rusa.
La defensa de su pueblo ha hecho que las comunidades católicas: ortodoxa ucraniana y ortodoxa dependiente de Moscú, católica romana y las comunidades musulmana y judía estén tras el gobierno de Ucrania que buscan preservar la autonomía del país.
En este marco religioso de la invasión -porque guerra no es- es más fácil entender a Vladimir Putin. La grandeza de Rusia está íntimamente asociada a la grandeza de la Iglesia Católica Apostólica Ortodoxa de Moscú y de su patriarca Kirill. El gobernante es una especie de caballero cruzado, de una nueva cruzada con efectos planetarios.
Putin es fervoroso creyente que participa en todos los oficios, especialmente los más ceremoniosos de la Iglesia de Rusia, propició la canonización del último Zar y estuvo en los funerales de Estado de los integrantes de la familia imperial. En Epifanía, Navidad y Pascua de Resurrección ha estado en la catedral de San Basilio y ha sido visto por todo el país a través la televisión.
El Presidente de Rusia se toma la fe de una manera sectaria más que religiosa, como una persona en un plano superior en la estructura eclesiástica, por encima de sus conciudadanos laicos y por encima del clero.
A pesar de los años de comunismo, esa sociedad no se secularizó del todo. Entre persecución religiosa, culto a la personalidad y un estado infalible, pervivió una matriz de pensamiento premoderna en medio de una tecnologización disparada. Por ello el binomio Kirill/Putin se retroalimentan en esta cruzada. Hay un mandato divino (cómo no) que debe ejercer la Santa Rusia y este nuevo apóstol que tal vez considere que tiene gracia divina y protección del cielo. (Red NP)
Rodrigo Larraín



