La epifanía-Isabel Plá

La epifanía-Isabel Plá

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En su primera acepción, la RAE define el verbo “creer” como “tener algo por cierto sin conocerlo de manera directa o sin que esté comprobado o demostrado”.

Cuesta creer —podría ser incluso irresponsable hacerlo— en el cambio súbito que está mostrando la izquierda, esencialmente la que representa el Partido Comunista y el Frente Amplio, tras el asesinato de tres carabineros en Cañete.

De pronto parecen haber sido tocados por una manifestación divina. Una epifanía. La diputada Karol Cariola manifestaba el mismo sábado su “congoja” en televisión ante el crimen, que a esa hora paralizaba a todo Chile.

El hit de esta súbita transformación proseguridad y de respeto a la policía ha sido la orfandad en la que están dejando al “Negro matapacos”, un perro que muestra los dientes, con un pañuelo rojo en su cuello. El Presidente Gabriel Boric asegura que “jamás festiné, ni me hizo ningún sentido esta imagen burda” (aparecen por ahí las gráficas de convocatorias ciudadanas de su campaña, con el mentado animal).

Parece más sincero el diputado Winter, uno de los más fieles compañeros de ruta del mandatario, que se justifica porque “la mayor parte de la ciudadanía se identificó” con el perro y su significado. Descarnado, Daniel Stingo le recuerda a Boric que lo que ahora califica como burda imagen fue un símbolo del estallido y que “él no habría salido (electo Presidente) sin el estallido social”.

La conmemoración de la violencia de ese mundo tiene un registro amplio; y las decisiones para rebajar su gravedad, trayectoria histórica. Desde la protección a condenados por delitos graves, las romerías a saludarlos en reiteradas huelgas de hambre y la acusación a la justicia de xenófoba y parcial. Hasta la persistente negativa a invocar la Ley Antiterrorista.

El octubrismo desnudó esa visión de cuerpo entero. Fue a partir de entonces cuando se pretendió, abierta e impunemente, debilitar el Estado de derecho, cuestionar a la fuerza legítima, convertir al orden público en represión. Vinieron entonces el intento de presentar ante los chilenos las acciones de Carabineros como criminales, las danzas burlándose de las mujeres que sirven en la institución. La protección a la “primera línea”, la conversión de la barbarie en “dignidad”.

La política tiene mucho de retórica, se sostiene en ciertos momentos en imágenes y señales, pero en lo que importa a una democracia, se funda en decisiones.

Para ese oficialismo resistente al orden y a las instituciones, llegó la hora de demostrar si han cambiado sus convicciones, o es solo una pose para surfear la ola. El cambio no es baladí para Chile, que puede estar sospechando, con toda razón, que es una actitud transitoria, mientras lidian con las tareas de gobernar; y que, cuando regresen a la oposición, volverán a lo de siempre: socavar certezas y reglas de convivencia.

La primera prueba, y considerando que ya en el debate sobre las reglas del uso de la fuerza la congoja parece estar extinguiéndose, sería sacar adelante las reformas de seguridad pendientes. Y hacerlo con eficacia y sentido de urgencia, sin trampas, sin consignas.

Luego, deberían admitir públicamente que en el sur se vienen registrando acciones terroristas desde hace años y no solo desde ese fatídico sábado 27 de abril. De paso, reconozcan, al menos como una señal de humanidad, que el asesinato del sargento Carlos Cisterna y de los cabos Sergio Arévalo y Misael Vidal, no es el acto más cruel perpetrado en la zona, que antes se quemó vivo a un matrimonio de ancianos y se ha atacado y matado, sin misericordia, a agricultores y trabajadores por no ceder ante la violencia. (El Mercurio)

Isabel Plá