La Constitución de la confianza

La Constitución de la confianza

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¿Cuánto le creemos al de al lado? ¿Cuánta información de su familia o de ustedes mismos le entregarían en caso de necesitarlo?

Históricamente los niveles de confianza en los demás y en las instituciones en nuestro país han estado entre los niveles más bajos a nivel mundial. En los últimos años, sin embargo, el problema se ha agravado. De acuerdo con el informe “Radiografía del Cambio Social: Análisis de Resultados Longitudinales ELSOC 2016-2021”, elaborado por el Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social, para el año 2018 solo el 12,4% de las chilenas y chilenos decía que “casi siempre se puede confiar en las personas”. Para 2021, no obstante, solo el 7,9% estaba de acuerdo con esa afirmación.

¿Qué ha pasado entremedio? Difícilmente alguien pone en duda que las escenas de violencia política y delictiva del estallido; que el proceso sobreideologizado de la Convención que se negó a construir una casa común; y que el auge del crimen organizado y la lenta respuesta del Estado ante las urgencias sociales, se sumaron como nuevo abono a aquellos antecedentes de arrastre, como la desigualdad, la corrupción y los abusos, para agravar aún más la desconfianza.

Aunque muchas veces la pasamos por alto, este fenómeno está en la base de nuestros problemas y conflictos actuales. Solo en aquellas sociedades en que existe confianza mutua, trabajo colaborativo y apoyo entre grupos distintos, es posible impulsar proyectos sociales y políticos respetuosos de las libertades y deberes personales, pero también solidarios y con sentido de nación, que no solo se preocupen del ahora, sino que de las próximas décadas y el futuro de nuestras nuevas generaciones.

En Emociones y Lenguaje en educación y política, Humberto Maturana apunta que un modelo político que fomente la confianza debe estar basado en la idea de construir una sociedad más justa y solidaria. También afirma que el camino para lograrlo está en el diálogo, el respeto y la cooperación. Todo proyecto de sociedad, afirma, debe considerar a las personas también en su dimensión emocional y en las relaciones que establecen entre sí.

Vamos a la pregunta de fondo de Maturana: ¿Tenemos un proyecto de país? Esa es la gran tragedia actual, porque la respuesta es que no tenemos uno común. Al contrario, existen dos trenes que se chocan permanentemente, uno del pasado y otro del presente. En una mirada quizás romántica al pasado, Maturana plantea que él y su generación estudiaron para devolverle al país lo que habían recibido de sus padres, lo que estaba inmerso en un proyecto de responsabilidad social. Se construía un país, un proyecto de responsabilidad social, porque se trataba del bienestar de la comunidad nacional.

Ahora la realidad es muy distinta. En una sociedad en que a nuestros jóvenes y niños solo los preparamos para la competencia en un mercado profesional cada vez más complejo, no sabemos cómo reaccionar ante el discurso que en su lado positivo nos conduce a la empatía social, en que muchos buscan “cambiar el orden”, “modificar el sistema” por uno mejor, tanto en lo político como cultural. Pero que, en su faz negativa, los lleva a aislarse definitivamente del colectivo y mirar con desconfianza o rabia cualquier asociación con los demás.

El eufemismo “mercado de la libre y sana competencia” se define en la negación del otro. La competencia no es ni puede ser sana, porque se constituye en la negación del otro. Ahí radica la importancia de las gestiones a todo nivel en materia de educación para introducir el concepto profundo de la solidaridad. No es lo mismo un encuentro con alguien que pertenece a mi mundo, a quien conozco y respeto, que un encuentro con alguien desconocido, ajeno, que me es, por tanto, indiferente. No es lo mismo una sociedad de transacciones, que una que involucra las emociones y la empatía.

La redacción de una propuesta de una nueva Constitución para la confianza deberá atender este desafío en el sentido más profundo, referido tanto a la construcción de un nuevo pacto social como el de incluir aquellos derechos sociales que son parte de los anhelos y fruto de las emociones de las personas. Sumar solidaridad y empatía social. ¿Cuál es la frontera? Evitar por todos los medios un nuevo catálogo de derechos basado en ofertones y populismo, y considerar la capacidad del Estado de concretarlos, resguardarlos y que no afecten a otros segmentos de la sociedad al ponerlos en práctica. Solo así podremos empezar a creer, a creernos. (El Mostrador)

Paulina Núñez