Un grupo de nerds contratados para seguir tus pasos estudia atentamente lo que consumes y haces -mientras se comen unas pizzas mirándote en un computador desde Texas- para pasarles tus datos a unos analistas que crearon un algoritmo con el que fabricarán un candidato a las próximas elecciones a tu medida, para que votes por él, así como ya fabricaron las zapatillas y la bebida energética que te gustan. WikiLeaks te lo acaba de mostrar palmariamente ¿y a ti no te importa? Ellos saben todo de ti, pero ¿tú sabes quién eres y dónde estás parado? Te han reducido a eso: a un montón de pulsiones, deseos, pequeños vicios, adicciones y miedos manipulables y cuantificables. ¿Pero puede el ser humano ser definido y aprehendido en una fórmula, en un algoritmo?
El hombre del subsuelo de Dostoievski salió de su covacha de funcionario gris y gritó que no, y que «dos más dos no eran siempre cuatro». ¿Nunca leíste a Montaigne? Ese sabio francés del siglo XVI, que sin algoritmos ni computadores ni micrófonos, en su castillo del Périgord, estudiándose a sí mismo descubrió que somos volubles, como nuestras pasiones y deseos; veleidosos, caprichosos y contradictorios. «Estamos hechos de fragmentos y somos de contextura tan informe y diversa que cada pieza, en cada momento, actúa por su cuenta», dijo Montaigne.
Hay algo de ti, por muy predecible que sean tus comportamientos de consumidor o elector, que siempre escapará al algoritmo. «Ah, que tú te escapes en el instante en el que habías alcanzado tu definición mejor», dijo ese cubano asmático y enciclopédico que fue Lezama Lima, que resistió con sus versos barrocos y crípticos al totalitarismo castrista que quería reducir toda la realidad a la teoría y al eslogan y que no soportaba que ese gordo veloz, ni Reinaldo Arenas, ni nadie, «se escapara». Por eso les pusieron micrófonos en sus camas, en sus ropas… «Yo me he tragado todos los micrófonos», me contó una vez una amiga cubana. Y tú, ¿te vas a tragar todos los micrófonos que los funcionarios de un nuevo totalitarismo disfrazado de sociedad libre (de libre mercado) están metiéndote hasta por las orejas?
Tal vez la fórmula de sobrevivencia sea la de esa sabia y estoica cubana: tragarse todos los micrófonos, indigestarse con ellos hasta hacerse inmunes a ellos.
Si eres de los que creen que la libertad se reduce a elegir entre una marca de zapatilla y otra, entonces eres hombre muerto, apenas una cifra dentro de un hiperalgoritmo global, un personaje secundario y prescindible de la novela «1984» de Orwell. Si, en cambio, como el gran Solzhenitsyn, crees que la libertad interior es la última línea de resistencia que no se debe abdicar a ninguna presión ni tentación que venga desde afuera, entonces eres capaz de mover montañas, de sobrevivir al infierno del Gulag, de parar los tanques de Tiananmen.
Hoy esa decisión es más difícil, porque todo es más ambiguo y líquido. Los totalitarismos ya no son tan burdos como antes y se disfrazan de «libertad» y te hacen creer que de verdad eres libre porque en tu celular puedes saber cuál será el estado del tiempo, o predecir la ruta para llegar a la calle que buscas. Pero eso no es libertad.
Hoy, para ser libres de verdad, hay que estar más despiertos que nunca, taparse los oídos y los ojos para resistir la multitud de cantos de sirena que nos rodean, estudiarse mucho a sí mismo como lo hacía Montaigne, sin condescendencia ni autoengaños. Saber que la sociedad de la transparencia puede convertirse en la sociedad del control. Sí, ellos tienen micrófonos y manejan algoritmos, pero tú puedes escapar si te desconectas por lo menos una vez al día y te vas silbando por las calles una canción que solo tú sabes, pero que ellos no conocen y que no van a poder cantar jamás.