Desde hace más de una década, Chile ha visto caer sostenidamente su ritmo de crecimiento económico. Entre 1990 y 2012, el país crecía cerca de un 4,5% anual per cápita; desde 2013, esa cifra ha bajado a menos del 1%. Aunque este fenómeno se ha atribuido principalmente a factores externos —como el fin del superciclo de los commodities o la desaceleración de China—, un estudio reciente de nuestra autoría indica que las causas internas han sido igual de importantes, e incluso más determinantes en el corto plazo.
Utilizando herramientas econométricas modernas e innovadoras, logramos separar el impacto de los factores externos (como el precio del cobre o el crecimiento de China) de los internos (como reformas políticas, cambios institucionales y regulaciones laborales). Los resultados son claros: si bien Chile sigue siendo muy dependiente del ciclo internacional, las decisiones tomadas dentro del país han tenido efectos significativos y persistentes sobre el crecimiento.
Uno de los hallazgos más relevantes es el impacto de la legislación laboral. Encontramos que el aumento en los costos laborales unitarios —más allá de los salarios— ha encarecido la contratación y el empleo, posiblemente desincentivado la inversión y disminuido el crecimiento. Esto coincide con estimaciones del Banco Central, que atribuyen parte de la caída del empleo desde la década pasada a la subida del salario mínimo y a la reducción de la jornada laboral.
Otro factor clave es el cambio demográfico. El aumento de la población en edad de trabajar (20-60 años) genera inicialmente una caída en el PIB per cápita, debido a la dilución del capital por trabajador. Sin embargo, este efecto se revierte en el mediano plazo, dando paso a un aumento en la productividad, como lo ha documentado la literatura sobre dividendos demográficos.
La política también influye. Variables como si el gobierno es de izquierda, la participación del Partido Comunista en el Ejecutivo y el estallido de 2019 muestran efectos negativos y estadísticamente significativos sobre el crecimiento. Esto no implica juicios de valor, sino evidencia de que la incertidumbre institucional y los cambios abruptos en las reglas del juego afectan las decisiones de inversión y, por ende, la trayectoria económica.
En el corto plazo, los factores internos explican una mayor proporción del impacto sobre el crecimiento que los externos. Esto se debería a que el marco macroeconómico chileno —con metas de inflación, tipo de cambio flexible y regla fiscal estructural— amortigua los shocks internacionales. En cambio, las decisiones de política interna tienen efectos más inmediatos y a veces duraderos.
A tres o cuatro años plazo, se observa una convergencia: los factores internos y externos explican en partes iguales la variación del crecimiento. Esta simetría refuerza la idea de que el estancamiento chileno no puede entenderse sin considerar seriamente las decisiones tomadas dentro del país.
Chile no está condenado a crecer poco. Pero, para recuperar una senda de crecimiento sostenido, es necesario revisar críticamente las políticas que han afectado la productividad y la inversión, y avanzar hacia un entorno institucional más estable y predecible. La buena noticia es que muchas de estas variables son accionables. Y también es bueno que hoy, de la mano de los malos resultados económicos que se arrastran por algún tiempo, exista una revalorización del crecimiento por parte de sectores que han mostrado un récord mediocre al respecto cuando han sido gobierno en los últimos 25 años.
De ahora en más, se requiere de voluntad política, diálogo y visión de largo plazo para impulsar mejores políticas que estimulen la inversión y la productividad.
Byron Idrovo
Cámara Chilena de la Construcción
Felipe Morandé L.
Escuela de Gobierno PUC



