Golpeadísimos por la reciente derrota electoral, algunos dirigentes de Chile Vamos -que agrupa a la UDI, RN y Evópoli- han sugerido que la coalición ya cumplió su ciclo y que ha llegado la hora de proceder a su eutanasia. Reconocen que el centro de gravedad de la derecha ya no está en su versión moderada, sino en su versión con esteroides. La gente -dicen- no quiere políticos que cedan o negocien, como ellos lo hicieron al iniciar el proceso constituyente o en la reforma previsional, sino líderes de convicción granítica capaces de oponerse a todo lo que provenga del fétido progresismo.
Algunos incluso piensan que lo mejor es sumarse sin mayores aspavientos al registro de Republicanos. Si la brújula se mueve hacia allá, ellos deben moverse hacia allá. No solo para quedar bien posicionados en la repartija que comienza en marzo, sino para evitar nuevos desangres electorales. Ya no solo estaría muerta la derecha liberal -si alguna vez existió- sino también la derecha convencional que protagonizó la transición. El nuevo primus inter pares es José Antonio Kast, y todos deben bailar a su ritmo para salir en la foto.
¿Tienen razón estas voces? ¿Hay que desconectar a Chile Vamos?
Partamos por los hechos: la crisis es real. El cuarto lugar de Sebastián Sichel en 2021 se explicó por una combinación de factores que iban desde el efecto del estallido social -que aceleró la descomposición del ecosistema político tradicional- hasta la impopularidad de Piñera, pasando por la fragilidad del propio candidato, que nunca fue aceptado, defendido ni promovido como propio por la coalición.
Pero esas razones no están disponibles en 2025. La trágica muerte de Piñera valorizó su legado, el presidente impopular está hoy en la otra vereda, y Evelyn Matthei pertenece al riñón histórico de Chile Vamos. Su quinto lugar en la primera vuelta presidencial no puede interpretarse como un accidente, sino como el síntoma de un problema estructural.
Ese problema, huelga decirlo, es global. Las centroderechas del mundo -así como las centroizquierdas- retroceden ante el avance de alternativas más radicales por ambos flancos. Los conservadores británicos padecen a Nigel Farage; el viejo partido de Chirac y Sarkozy desapareció a manos de Marine Le Pen en Francia; Vox le respira en la nuca al Partido Popular; y el AfD hace lo propio con la derecha tradicional en Alemania. Algo parecido le ocurrió al PRO de Macri en Argentina con la irrupción de LLA de Javier Milei. Mal de muchos es consuelo de tontos, pero el punto es que la crisis de Chile Vamos refleja una tendencia planetaria.
Esto no significa, sin embargo, que las cosas no pudieron hacerse de otra manera. La campaña de Evelyn Matthei estuvo plagada de errores no forzados. A la candidata le costó un mundo encontrar un registro propio: un día se posicionaba a la derecha de Kaiser, al siguiente decía representar a la gran familia concertacionista. Cuando intentó ordenar su comando, puso al frente a dos emblemas de la élite política y empresarial, respectivamente, en tiempos en que nadie quiere mimetizarse con ella.
También jugó en contra una dosis de mala suerte: el triunfo de Jeannette Jara en la primaria oficialista no consolidó la opción moderada, sino que fortaleció los polos. El mejor antídoto para Jara fue Kast, no Matthei. La candidata de Chile Vamos parecía un diez clásico en un partido jugado al pelotazo: veía el balón pasar por arriba mientras mascaba su irrelevancia. Tenía respuestas -equipos, experiencia, gobernabilidad-, pero ninguna respondía a la pregunta política del momento.
Con todo, la tentación de Chile Vamos de plegarse a Republicanos en su discurso y estilo puede ser aún más catastrófica. El macrismo en Argentina intentó aprovechar el gobierno de Milei para crecer y desplazarlo desde adentro. El resultado fue el inverso: se fortaleció LLA y el PRO prácticamente desapareció.
De hecho, el propio Kast puede enseñarle un par de cosas a un desanimado Chile Vamos.
La primera lección: trabajo. Kast puede ser una verdadera lata, pero viene recorriendo cada rincón de Chile desde hace diez años como candidato presidencial. Lo suyo no es un milagro, sino puro machaque. Es cierto que no todos pueden vivir en campaña permanente, pero él se trazó un plan y lo ejecutó con rigor y paciencia. Súmese la disciplina: ninguno de los suyos se fue con Matthei, mientras que varios dirigentes de Chile Vamos se fueron con Kast. No hay proyecto exitoso que sobreviva a tamaña y sistemática deslealtad.
La segunda lección: consistencia. Cuando numerosos dirigentes de Chile Vamos se subieron al carro del estallido social y desfilaron lagrimeando por los matinales, Kast fue uno de los pocos que no compró. Cuando los presidenciables de la centroderecha votaron Apruebo de entrada -Sichel, Lavín, Briones, Desbordes-, Kast se convirtió en el símbolo del Rechazo. Aunque entonces fue un paria, no se movió de su escritorio. No trató de congraciarse con la voluble opinión pública. Cuando cambió la marea, Kast estaba ahí para rentabilizar su consistencia.
Chile Vamos puede lanzarse a los brazos de Kast y terminar por desaparecer, fagocitada por Republicanos. Pero también puede apostar por fortalecer una identidad propia, trabajar para posicionar nuevos liderazgos y esperar a que cambie la marea. Talento y oportunidad, recetaba Maquiavelo. Que haya talento cuando llegue la oportunidad. (Ex Ante)
Cristóbal Bellolio



