El Presidente Boric ha cumplido seis meses con la banda presidencial. Y si el viejo primer ministro inglés decía que una semana en política es mucho tiempo, en el Chile actual, seis meses han sido una eternidad.
A la hora de los balances hay un evidente sabor amargo. En muchas dimensiones. En muchos ámbitos. Partiendo por la popularidad.
Maquiavelo se pregunta en los “Discursos a Tito Livio” ¿quién es más ingrato: un pueblo o un príncipe? En este caso es irrelevante la respuesta, pero lo claro es cuán lejanos se ven esos días en los que fue vitoreado por una Alameda llena, el día de la asunción del mando.
Más allá de “ingratitudes”, la pregunta de fondo es dónde está el problema de un Presidente que no logra asentarse. Y las respuestas son múltiples.
La primera gran característica presidencial ha sido la incoherencia. La acrobacia política llevada al extremo. “Representar el malestar es mucho más sencillo que producir las soluciones”, dijo esta semana ante la ONU. Es verdad. El problema es que los cambios de posición han estado en “los malestares” y en “las soluciones”. Hace menos de un año, la pandemia se había manejado de manera criminal; el Wallmapu era una nación; el proyecto de infraestructura crítica, algo inaceptable; los estados de excepción, una militarización; los retiros, indispensables e inocuos; Carabineros había que refundarlo, no cabían los pitutos en los cargos públicos y un largo, largo etc. Incluido el rechazo absoluto y tenaz al TPP11.
En todo eso el Presidente cambió de opinión. No en algo marginal, sino que en la base sobre la que montó su campaña presidencial.
Boric irrumpió bajo la premisa del fracaso de los 30 años. Su juventud le hacía carecer del lastre del pasado. Ahí estaba la virtud. En reemplazar a los “viejos vinagres”. Pero la juventud como cualidad para el liderazgo político ha quedado rápidamente superada. Así, Boric ha quedado en una especie de “la adolescencia política” de la cual no logra salir.
Y es cierto, todo adolescente tiene derecho a ser incoherente, pero todo adulto tiene la obligación de dejar de serlo.
El adolescentismo se plasmó desde el primer día. En su absurda acusación al rey de España de llegar atrasado al cambio de mando; en culpar a Estados Unidos de no participar del acuerdo climático, pese a que estaba John Kerry en la mesa; en suspender la entrega de credenciales del embajador de Israel encontrándose en La Moneda. Todos episodios muy costosos.
Y así como las formas le dan la dignidad al cargo, tenemos un Presidente descuidado de ellas. Como suelen ser los adolescentes. No se trata de andar con o sin corbata. Se trata de andar con zapatos lustrados y la camisa adentro. Se trata de no andar con abrigo adentro de La Moneda.
Los adolescentes tienen respuestas fáciles: mal que mal —como dice Aristóteles— su facultad deliberativa todavía es imperfecta. Y llegamos a frases como las pronunciadas esta semana: “Ningún gobierno puede sentirse derrotado por la voluntad del pueblo”.
¿Qué significa esa frase? ¿Que la dictadura no se sintió derrotada con el resultado del plebiscito? ¿Que Trump no sufrió una derrota al no reelegirse? ¿Que David Cameron no perdió al aprobarse el Brexit?
El Presidente se niega a aquilatar la enorme derrota electoral sufrida el 4-S. El viaje a la ONU llevaba meses preparándose para mostrarle la nueva Constitución al mundo y resultó ser el viaje de los perros al puerto.
Boric contrastó con el mesianismo de Bolsonaro, la radicalidad de Petro y la sandez de Fernández. Una mezcla de buenismo con momentos lúcidos, diversos lugares comunes y un par de frases derechamente absurdas.
“Me enoja cuando eres de izquierda y puedes condenar las violaciones de derechos humanos en Yemen o El Salvador, pero no puedes hablar de Venezuela, Nicaragua o Chile”. Comparar dos tiranías, un país fallido y otro con visos autoritarios con Chile da cuenta de otro profundo error de diagnóstico más. Parece ser que lo único que queda en pie, a estas alturas, es culpar a Piñera de ser el peor presidente de la historia. Otro absurdo más.
En la adolescencia se define la identidad y se delinea el futuro. Para ello es fundamental alejarse de las malas compañías. Boric tendrá que optar entre los dos grupos cada vez más rivales. O la vieja Concertación o los jóvenes frenteamplistas unidos a los comunistas. Tarde o temprano se hará palpable que la premisa de Perón (“todos caben”) no es factible.
A la hora del balance, es claro que el Gobierno no logra instalarse y que el Presidente no logra definir su identidad. Quedan largos tres años y medio. No es posible madurar a golpes de voluntad. O, al menos, no de un modo sencillo. Desde luego, no en cosa de semanas. Pero será necesario hacerlo. Siete semestres más de esta forma son, lamentablemente, un camino a ninguna parte. (El Mercurio)
Francisco José Covarrubias