El 1° de abril de 1991, Jaime Guzmán fue cruelmente asesinado por terroristas de extrema izquierda. Como dijo el rector de la PUC, Juan de Dios Vial Correa en su funeral: “La mano asesina que lo hirió, escribió sin quererlo con la sangre de Jaime, su mejor elogio”. El dolor por la brutal muerte de aquel que era amigo, profesor y líder de una generación de servidores públicos no acabó con aquello que Guzmán hizo, más bien, lo enalteció. Y en tiempos de desfiguración doctrinaria, “modernizaciones” forzadas y ansias de resultados a costa de tomar las banderas de los adversarios, es buena ocasión recordar aquello que constituyó el proyecto político del senador.
La acción política de Guzmán estaba claramente entrelazada con el desarrollo de un cuerpo de ideas, no a la manera de un intelectual que genera una doctrina, sino la de un político que se tomaba en serio la promoción de principios, y que actuó en la vida pública conforme a esas convicciones. Eso no significa que ese conjunto de ideas no tenga sus propias tensiones, pero sin dudas hay un esfuerzo por fijar un “relato” coherente y con cierta continuidad.
Guzmán describió ese proyecto como uno popular, de inspiración cristiana y partidario de una economía social de mercado. Esto en principio lo plasmó en la UDI, pero 33 años después de su asesinato es posible decir que no es exclusivo a ese partido y probablemente se ha distanciado de dicho ideal. En una charla dictada en octubre 1990 que se puede encontrar en las Obras Completas (Tomo III, Fundación Jaime Guzmán, 2021) Guzmán expuso el significado de cada una de estas características.
Es popular porque busca “enraizarse en los sectores más modestos del país” decía Guzmán en aquella charla. Él comprendía que las derechas en Chile históricamente habían estado vinculadas a la clase alta, y muchas veces el acercamiento a sectores populares y medios estaba limitado a conseguir un voto. Por el contrario, lo que es necesario para un proyecto popular de derechas es comprometer a todos los sectores del país con las ideas de una sociedad libre y justa, captando “el corazón y la mente de las personas” como dijo en esa misma ocasión. Y por lo mismo, no corresponde que un sector político sea equivalente a una clase social, sino que debe ser representativo de la realidad del país, y mucho menos reducir todo a una cuestión electoral.
Es de inspiración cristiana porque, como dijo en 1990, “defendemos y postulamos los valores y los principios de la civilización cristiana a la cual pertenecemos”. En un contexto donde la religiosidad está en retirada, es necesario reforzar esto. En la misma charla insiste en que una acción política basada en “los principios y los valores morales fundamentales que enseñó Cristo” tiene serias consecuencias en lo que se promueve y defiende, algunos ejemplos actuales son el derecho a la vida, la familia, la libertad de enseñanza, la libertad religiosa, así como la justicia social y la rectitud de quienes ejercen funciones públicas.
Además, la radicalización de la laicización en la actualidad nos recuerda que, en palabras de Guzmán: “las naciones que conforman el Occidente son indisolubles de sus raíces cristianas. En cuanto la civilización occidental lo olvide, dejándose apoderar por un nihilismo que niega toda trascendencia y que relativiza la moral, reduciéndola a algo subjetivo, fatalmente la vida pierde su sentido profundo para los seres humanos” (La Tercera, 25 de diciembre de 1988). En resumidas cuentas, la inspiración cristiana es el fundamento de todo el proyecto político guzmaniano.
Por último, es partidario de una economía social de mercado. Es decir, un orden económico social basado en la libre iniciativa, la propiedad privada, un Estado subsidiario y una política social creadora de oportunidades. Esto tiene una doble justificación. Ante todo, la libertad económica se deriva de la idea cristiana del ser humano. Y, además, “porque el camino de la economía de mercado es el camino adecuado para alcanzar el desarrollo y proporcionar bienestar a los más modestos” como dijo en 1990. Es decir, sirve al justo y noble propósito de mejorar el nivel de vida de todos los chilenos, especialmente lo más desfavorecidos.
En alguna ocasión también dijo: “Nuestro proyecto político apunta a una sociedad libre, justa y basada en sólidos valores morales” (Revista Ercilla, 9 de febrero de 1989). No es un proyecto perfecto, probablemente tampoco sea lo suficientemente “moderno” para algunos sectores, pero tiene mucho que ofrecer a nuestro país, por su consistencia y claridad, y, sobre todo, porque pone en el centro la dignidad de la persona humana y el bien de Chile. Ahí radica su actualidad y valor permanente. (El Líbero)
Jaime Tagle