La semana pasada se realizó un «juego de guerra» en uno de los centros de pensamiento (think tanks) más reconocidos del mundo, basado en Washington DC.
El juego comprendió una serie de escenarios hipotéticos en torno a varias amenazas potenciales para la Copa Mundial de la FIFA 2026, que se celebrará en México, Canadá y Estados Unidos a partir de mayo de 2026, en paralelo con amenazas para otros países de la región.
Se jugarán 104 partidos en vez de los 64 habituales y participarán 48 equipos en vez de 32, por lo que la oportunidad para que algo salga mal se incrementa. El abanico de amenazas potenciales para el primer Mundial de Futbol organizado de manera regional es vasto, desde facciones de grupos de crimen organizado, hasta protestas políticas y tensión étnica que podrían acarrear violencia, o actores extrarregionales acostumbrados a emplear proxys para realizar acciones de sabotaje e incluso ataques terroristas. Sin duda los conflictos en Europa y el Medio Oriente, incluyendo los recientes bombardeos de E.U. contra el programa nuclear iraní, ahora abren nuevas vertientes de amenaza para Norteamérica.
El ejercicio, que reunió a expertos internacionales, desembocó en una victoria para los países organizadores y resaltó lo necesario de emplear las capacidades tecnológicas, militares e híbridas ante estas amenazas.
En el caso de México fue el empleo extensivo del Ejército Mexicano para ejecutar operaciones de estabilización regionales, sumado a acciones quirúrgicas de la Unidad de Operaciones Especiales (UNOPES) de la Marina, así como el empleo de radares móviles y plataformas aéreas de la Fuerza Aérea Mexicana que por su número limitado debieron ser reforzadas por capacidades de inteligencia de señales y comunicación (SIGINT y COMINT), aéreas y espaciales de los Estados Unidos, las que mantuvieron la inauguración y los subsecuentes juegos en México, sin novedad. Si en algo debe de invertir México en estos momentos es en expandir sus propias capacidades de seguridad.
Pero aunado a estas capacidades duras, la victoria -en papel- se debió principalmente a una intensa cooperación entre los participantes, fundamentada en una hipotética instancia de cooperación trinacional, en donde se agilizaba la comunicación y el intercambio de inteligencia.
Claramente el escenario real será mucho más complicado, porque habrá servicios de inteligencia de por lo menos 48 países involucrados. Surge además un inconveniente sistémico, pues la inconsistencia de la retórica política emanada de la Casa Blanca conlleva el riesgo de afectar la inercia y la voluntad de la cooperación de muchas naciones. La política de negociación mediante intimidación de la Casa Blanca, será eventualmente contraproducente para EEUU y el despido, masivo e injustificado, de 3 mil empleados del Departamento de Estado el viernes pasado, sumará a la disonancia diplomática.
La creciente frustración de los equipos de negociación de funcionarios y diplomáticos mexicanos –acentuada el viernes pasado con la última carta de intimidación arancelaria– tienen como contrapeso un creciente entendimiento entre el alto mando militar de ambas naciones.
Mientras la frustración crece, los secretarios de Defensa y Marina han establecido un contrapeso diplomático-militar al fortalecer vínculos con sus pares militares profesionales en el Comando Norte – más allá de la sección política del Pentágono.
Por ello, la importancia actual de ampliar los canales de comunicación entre los aparatos militares, de seguridad y de inteligencia, para procurar que la cooperación siga viva y que la política de la intimidación, la retórica trumpiana, se convierta en tan solo en ruido distorsionado de fondo. (El Heraldo mx. Red NP)
Íñigo Guevara Moyano
Director de la Compañía de Inteligencia Janes
Profesor adjunto de la U. Georgetown en Washington DC



