No es mi ánimo hacer una defensa cerrada de los diputados jóvenes (de hecho, tengo serias diferencias con varios de ellos). Me gustaría, sin embargo, formular dos comentarios críticos al texto de Varela.
En primer lugar, y coincidiendo en esto con una reflexión de The Economist de hace un mes, quiero expresar mi satisfacción con el hecho de que haya jóvenes chilenos que, pese a todo, estén dispuestos a incorporarse al tan cuestionado servicio público. Esto incluye a las figuras que tanto irritan a Varela, pero también lo hago extensivo a talentosos jóvenes como los derechistas Diego Schalper y Julio Isamit o al DC Claudio Castro, flamante nuevo alcalde de Renca. Ellos aportarán necesaria y bienvenida renovación y son un complemento a la indispensable contribución de los liderazgos experimentados (p.e. Lagos y Piñera). En el proceso, los jóvenes tendrán la oportunidad de ir aprendiendo (no sabe, acaso, Varela que Francisco Bulnes fue elegido diputado a los 28, Arturo Alessandri y Salvador Allende, a los 29, y Lastarria, a los 32, etcétera). Yo puedo estar de acuerdo en que puede ser una buena idea, antes de postular a cargos de elección popular, el darse un tiempo para completar una formación de posgrado o dedicarle cinco años al trabajo social (p.e. «Un Techo para Chile»). Coincido en que una experiencia en el emprendimiento o el ejercicio de la profesión puede ayudar a ampliar los horizontes. No creo, sin embargo, que una década en el sector privado deba postularse como requisito sine qua non .
En la columna, Varela alude dos veces a un «Erik» el Rojo. Pensé, al principio, que se estaba refiriendo al explorador vikingo de ese nombre (fines del siglo X). Luego, a partir del contexto, comprendí que quería referirse Rudi Dutschke, destacado líder estudiantil de los 60, más conocido como «Rudy el Rojo» (¡no «Erik el Rojo»!). Me llama la atención que Varela señale que Rudy (su «Erik») «no figura en ningún manual de contribución de progreso del mundo» y «haya pasado de joven promesa a vieja gloria sin transitar por el éxito». Quiero pensar que Varela ignora que, en 1968, un neofascista le pegó un balazo en la cabeza a Rudy, dejándolo con secuelas permanentes que terminaron por causarle una muerte temprana en 1980. El otro dirigente del 68 que recibió, a veces, el apodo «El Rojo» fue Daniel Cohn-Bendit (Dani -no Erik- el Rojo…). Este último llegó a ser un destacado político ambientalista.
En sí misma, la confusión de nombres de Varela no es grave (las columnas no son artículos científicos). Me ha sorprendido, sin embargo, que alguien que denuncia con tanta sorna la ignorancia de jóvenes del 2016 que no ubican a un músico de los años 80 (Julio Iglesias), evidencie -en la misma columna- su falta de conocimiento sobre una figura interesante para la política de los años 60.
Patricio Zapata Larraín


