José Mujica ha muerto

José Mujica ha muerto

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Murió el ex –presidente (2010-2015) José Mujica, protagonista mayor de nuestras últimas seis décadas políticas.

Quienes recuerdan sus orígenes blancos, mencionan su militancia juvenil en el Herrerismo y su cercanía al ministro Enrique Erro en el gobierno del Partido Nacional de 1959. Sin embargo, tanto para él como para una amplia generación de jóvenes de izquierda, la clave fue que en ese año también llegó al poder Fidel Castro en Cuba: se encendió así la chispa revolucionaria por todo el continente.

A lo largo de los años sesenta José Mujica fue activo protagonista de los movimientos guerrilleros que dañaron profundamente la democracia ejemplar que por entonces era Uruguay. Embotada por una cultura que proclamaba al hombre nuevo; frustrada por un estancamiento económico que parecía estructural; convencida del motivo que imponía su fusil; descreída de la libertad y de la igualdad que ofrecía la democracia liberal menospreciada por “formal y burguesa”, la guerrilla tupamara fue causa fundamental del auge del protagonismo militar que terminó por arrasar las instituciones democráticas en 1973. Mujica, como varios otros, sufrió luego la cárcel durante doce años de dictadura.

El tiempo nuevo que abrió la apertura democrática de 1985 lo tuvo, una vez más, como activo animador del movimiento tupamaro. Para toda la izquierda, la decisión clave fue la aceptación de los ex –guerrilleros en las estructuras del Frente Amplio (FA) en 1989. Para el país todo, el episodio clave fue el fracaso de la asonada del Filtro en 1994: por un lado, no logró ser el baño de sangre de una nueva generación, al que apostaban varios tupamaros; por otro lado, terminó de convencer a Mujica de andar el camino electoral para legitimar su liderazgo.

Diputado en 1994 y a partir de 1999 electo varias veces senador encabezando la lista más votada de todo el FA, José Mujica fue construyendo en todos esos años el personaje de caudillo popular apodado Pepe. Acumuló respaldos electorales allí donde la izquierda nunca había llegado masivamente: en las clases medias y populares del Interior y en los barrios populares de Montevideo. Lo hizo ganando en protagonismo y prédica y asumiendo las tareas propias de cualquier dirigente clásico del Uruguay histórico y democrático. Pero lo hizo también descalificando, a veces desde el agresivo insulto personal y la procacidad, a los dirigentes de los partidos Nacional y Colorado que fueron sus adversarios.

Sin el particular liderazgo de José Mujica, el FA jamás hubiera alcanzado las mayorías electorales que le permitieron acceder al poder en 2005 y, sobre todo, mantenerse con mayorías propias por dos períodos más. Fue el complemento ideal de Vázquez y Astori para ganar; y a pesar de ellos, logró hacerse de la candidatura presidencial en 2009 y de un triunfo que lo situó en lo más alto de la Historia política nacional.

El tiempo de su presidencia fue el de mayor bonanza internacional del que se tenga memoria. Hubo crecimiento del salario real y bajo desempleo: las clases medias, finalmente, accedieron a niveles de consumo antes impensados. En paralelo, el personaje del Pepe logró por esos años un éxito internacionalmente impar: su edulcorada leyenda cautivó; su calculada austeridad se elogió; sus simplistas sentencias se adularon. Su fama se hizo mundial. Empero, el reverso de la medalla fue la decepción: su gobierno, con graves episodios de corrupción, desperdició la oportunidad histórica de mejorar radicalmente la educación pública de las clases medias y populares que son las que más necesitan forjarse un futuro de ascenso social y bienestar.

Sin su protagonismo en la campaña de 2014, jugando al límite de la violación de la Constitución, Vázquez no hubiera alcanzado las mayorías que le facilitaron luego ganar el balotaje. La esencia de José Mujica se mostró allí, límpida, para quien la quisiera ver: lo político por encima de lo jurídico, como principio; la política como un enfrentamiento entre amigos y enemigos, como convicción y estrategia; el insulto ad hominem del adversario, como táctica. En su retiro del Senado en 2020 declaró que no cultivaba el odio, y efectivamente transcurrió sus últimos años haciendo prevalecer un sentido de Estado que, antes, nunca había conjugado.

José Mujica ha muerto. Con el tiempo, se justipreciará el enorme daño que él y su generación tupamara hicieron al país durante seis décadas. Con el tiempo, ojalá la izquierda también ponga en su verdadero lugar, sin ditirambos ni elegías, al personaje del Pepe. (El País, Montevideo-Red NP)

Editorial El País de Montevideo