J.L. Ossa Santa Cruz: el ’73 «había herramientas políticas que no fueron...

J.L. Ossa Santa Cruz: el ’73 «había herramientas políticas que no fueron utilizadas»

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Juan Luis Ossa Santa Cruz tiene 40 años. Para el Golpe Militar no había nacido. Los episodios los ha reconstruido y estudiado analíticamente con documentación, pero también con los relatos personales de sus padres, la historiadora Lucía Santa Cruz y el abogado y ex diputado del Partido Nacional, Juan Luis Ossa.

Sentado en su oficina del CEP, Providencia -donde el historiador trabaja como investigador-, confiesa que él también se impresionó al escuchar el relato de su madre en el podcast que transmitió Diario Financiero a principios de agosto. Fue ahí cuando reveló por primera vez en público episodios que ella vivió durante la UP y tras el Golpe Militar.

En conversación con el director del DF, José Tomás Santa María, y con el rector de la UDP, Carlos Peña, Santa Cruz contó que el 11 de septiembre ella vivía en Londres y que, tras enterarse de los hechos que ocurrían en Chile, esa misma tarde recibió una visita inesperada a su casa: la hija de Carlos Altamirano, Alejandra.

“(Ella estaba) sufriendo, preocupada, angustiada, y yo lo único que podía hacer era abrazarla, tranquilizarla. Fue muy dramático constatar ahí lo que nos había pasado como país. En mi caso había un cierto alivio de que se iba a terminar una etapa que para mí, que estaba de novia con Juan Luis Ossa, quien lo había pasado muy mal durante la UP […]; y al mismo tiempo estaba esta niña sufriendo por la eventualidad de que su padre sufriera mucho”.

“Conozco bien esos testimonios, crecí con ellos, pero mi mamá nunca había hablado públicamente de eso”, comenta. Él tampoco. De hecho, es la primera vez que el investigador del CEP abre la puerta para ahondar en aquellos pasajes que de niño escuchó junto a sus otros dos hermanos mayores (uno de ellos es el exministro de la Segpres de Sebastián Piñera, Juan José Ossa).

Otro de los momentos que Lucía Santa Cruz reveló hace unas semanas -esta vez en el podcast de Radio Pauta-, fue que su marido había sido torturado por fuerzas de la UP en 1972: detalló que lo detuvieron en una bomba de bencina y que lo acusaron de haber robado su auto.

Sobre aquello, Ossa reflexiona: “Te reconozco que me sorprendió que mi mamá hablara de esto. No me lo esperaba. Y la llamé para preguntarle si mi papá sabía que lo iba a contar. Porque mi papá, que fue la víctima, nunca quiso utilizar esto como un caso político, pero sobre todo como un empate contra las torturas cometidas durante la dictadura. Porque es tan atroz lo que él experimentó, que no quería hacer de esto una ganancia”. 

El investigador -Phd en Historia Moderna de la Universidad de Oxford- ahonda en el episodio. Dice que al principio hubo correligionarios que no le creyeron. “Y a él le dolió mucho. Pero Arturo Fontaine Aldunate, que era director de El Mercurio, le creyó. Y publicó la noticia”.

Ossa recuerda otro momento: “Hay una cosa que cuenta mi madre, que me parece muy bonito. Que después de lo que vivió mi papá, le mandaba unos cassettes a Londres. En uno de ellos, tras el Golpe, mi padre le pide ‘no celebres, tus compatriotas lo están pasando mal, Chile está completamente dividido’. Eso para un opositor tan férreo a Allende, me parece muy valeroso. Yo lo escuché de niño, y claro que ese testimonio marcó parte de mi posición sobre esa época”.

Dice Ossa que ese tipo de vivencias, así como escuchar a su madre haber ido a la Isla Dawson en 1974 como corresponsal del Daily Telegraph, lo marcaron profundamente. “Es muy impresionante que ahora esas historias refloten en público”, confiesa.

-¿Cuánto pesaron en ti esas historias?

-Mi pasión por la historia tiene en buena medida que ver con las conversaciones que yo escuchaba. Me sentaba mucho a conversar con mi papá. Mi mamá es la historiadora profesional, pero te diría que con el que más conversé de historia antes de entrar a la universidad es con mi papá, quien, al ser un súper buen editor y muy buen escritor, me reforzaba la pequeña historia. Lo que él vivió.

Juan Luis Ossa recuerda haber sido testigo de reuniones entre sus padres e influyentes de la época. “Nos sentaban en la mesa desde chicos. Y en los años 80, en los años 90, eran almuerzo familiares, pero también de mucha sociabilidad política; aparecían los políticos, académicos, intelectuales (entre ellos Francisco Bulnes, Andrés Allamand, y las hermanas Serrano, principalmente Sol, de quien Lucía Santa Cruz es muy cercana) y si bien uno no necesariamente opinaba, estaba ahí escuchando”.

-Hay quienes consideran una responsabilidad, otros incluso una carga, el tener padres con una mirada tan marcada y reconocida. ¿Cómo lo ves tú? 

-A mi me encanta. No tengo ningún rollo. Me encanta ser hijo de mi papá y de mi mamá, y que mis papás hayan sido los que me hayan incentivado ser historiador. Creo que en buena medida entré a estudiar Historia por la libertad que me dieron para poder decir, escribir y pensar lo que yo estimaba conveniente. Y después me fui a Oxford, donde estudió mi mamá…estoy muy agradecido de eso.

Juan Luis Ossa Santa Cruz, a diferencia de su padre y su hermano Juan José, no ha militado en partidos políticos. Pero ha sido dos veces candidato con cupo RN.

-En tu caso coincides con la visión política de tus padres. En otros, incluso se producen quiebres por la diferencia.

-Claro. Tengo una broma con con mi papá, le digo que él es pelucón y que yo soy pipiolo. Es una disputa simpática pero que refleja ciertos rasgos también. Yo soy más liberal que él. Mi papá proviene de un tronco más conservador. Fue conservador de joven, luego miembro del Partido Nacional, mientras que mi abuelo materno fue liberal y mi mamá es más liberal que conservadora. Entonces hay una mezcla interesante entre ellos dos.

Yo sé que va a haber algunas cosas que pienso o que diga con las que que mi mamá no va a estar de acuerdo, y sé la respuesta que me va a dar: let´s agree to desagree. O sea, no estoy de acuerdo contigo, pero daría mi vida por tu derecho a expresar. Es el motto de mi mamá. Es un dicho apócrifo de Voltaire. Intento inculcársela a mi hija Violeta.

Lo valórico, por otra parte, nunca ha sido un gran tema de debate. Eso lo aprendí de ellos. Nunca he creído que la creencia valórica deba ser utilizada para generar políticas públicas. O sea, lo que yo creo en términos valóricos no debiera plasmarse necesariamente en una política pública. Eso es una gran diferencia con cierta parte de la derecha.
“Mi papá le mandaba cassettes a mi mamá a Londres. tras el Golpe, le dice ‘no celebres, tus compatriotas lo están pasando mal’”
– ¿En que difieres con tus padres?

– Yo no viví la UP, me es más fácil.

– ¿Y en su mirada sobre los derechos humanos? ¿Sobre la dictadura?

– No tengo ningún empacho, nunca lo he tenido, con decir que esto fue una dictadura. De hecho en el libro (Chile Constitucional, 2020) soy súper crítico del proyecto refundacional (del régimen militar).

Y cuando mi papá le dice a mi mamá ‘la mitad del país está sufriendo’ y esto es octubre del año 73, lo que le está diciendo es que algo está pasando, no sabe bien qué. Él era un civil de 30 años, que no fue no estuvo en el régimen, que no fue parte del círculo intelectual de Pinochet.

-Tu mamá estos días dijo que lloró cuando supo que Pinochet sería el candidato de la derecha a fines de los ochenta.
-Es cierto lo que ella cuenta. Ella venía de una tradición cultural en donde la intervención de los militares en política simplemente no existía en la Inglaterra de los 60. Mi mamá se fue a los a los 15 a Inglaterra. Entonces, los 15 años más importantes de su vida, de los 15 a los 30, los pasó en otro país, con otra cultura en donde las mujeres estudiaban, iban a la universidad. Toparse con la dictadura y que durara tanto, sin duda que fue un trauma.
BORIC, EL DEBATE Y EL EMPATE

Sobre los 50 años, lo primero que aclara Juan Luis Ossa, es que él no es experto en la época. Lo de él, dice, es la política del siglo XIX. Dicho eso, “tengo una opinión y es una historia que conozco relativamente bien”. Tanto por lo que aprendió en su casa, como por inquietud personal y académica, añade.

Sobre la discusión que se han generado estos meses, “como historiador esperaba más. Esperaba una reflexión un poco más pausada, una que nos permitiera hacernos preguntas incómodas, pero que si no las empezamos a resolver, a responder, difícilmente vamos a a poder salir de este atolladero que ocurre cada una década. Cada diez años nos enfrentamos a un nuevo aniversario, a una nueva conmemoración del Golpe. Y siempre más o menos caemos en lo mismo. Si acaso era inevitable o no, si acaso intentar comprender es lo mismo que justificar. Creo que nada de eso en realidad permite un debate intelectual de largo aliento”.

-¿Cuál debiera ser el debate?

– A mí lo que me interesaría es discutir sobre la democracia, sobre la democracia representativa que históricamente había tenido el país, y que se puso en cuestionamiento.

Obviamente no surgió de la nada la crisis de la democracia representativa. Se degradó con críticas que provenían de la izquierda, que decían que se trataba de una democracia burguesa y por lo tanto había que que saltársela y ojalá cambiarla mediante métodos revolucionarios, pero también desde la derecha: cuando tú haces de los militares una fuerza deliberante, como lo intentaron hacer muchos grupos de derecha desde el Tacnazo en adelante, estás horadando la democracia representativa.

También me interesaría debatir qué papel jugó el contexto internacional; cuáles son las lecturas chilenas de la Guerra Fría. Me parece que todo eso ha pasado muy desapercibido, en buena medida porque el Presidente Boric quiso anular el debate con un empate de suma cero. En esto la historiografía se mantuvo más al margen que en otras ocasiones.

-¿Y por qué se mantuvo al margen?

-Más bien hizo un giro. Esto no es tanto un problema de los historiadores, sino más bien del debate público propuesto por el gobierno, porque los historiadores en realidad sí han participado del debate, pero le dieron otro giro: si antes nos concentrábamos en el Golpe o en la dictadura, este año nos hemos concentrado mucho más en la UP.

En parte eso tiene que ver con el libro de Daniel (Mansuy, Salvador Allende, Debate, 2023), y también con que hay un gobierno de izquierda que se ha construido a sí mismo como una imagen reflejo de UP, lo ha dicho explícitamente el Presidente Boric.

Concentrarse en la UP es rescatable. Pero lo que no es rescatable es que al mismo tiempo estemos en un debate muy inconducente, que no se hace la que, me parece, es la verdadera pregunta: cómo podemos leer la UP y la dictadura y ver de qué forma son comparables los momentos actuales con el pasado y de qué forma podemos enfrentar los peligros actuales de la democracia.

«Los historiadores no son jueces morales; más bien, deben intentar explicar, interpretar, comprender». 
-Te hago esa pregunta a ti entonces, ¿de qué forma son comparables los momentos actuales con los del pasado?

-Lo primero es decir que no hay nada inevitable en la historia. Como historiador me niego a aceptar la predestinación. Siempre hay salidas, incluso sin necesidad de caer en un análisis contrafactual ni debatir ‘qué habría pasado si’. En especial cuando se cree en una democracia representativa que ha funcionado a lo largo del tiempo. La democracia representativa chilena para los años 60 era un sistema en funcionamiento.

Había un régimen constitucional aceptado, muy expandido políticamente desde que las mujeres comenzaron a votar a mediados del siglo XX. Muy desigual social y económicamente, pero con una democracia electoral en forma. Por eso mismo sostengo que el Golpe y que habían herramientas políticas que no fueron utilizadas a tiempo por ninguno de los sectores en pugna, entre otras cosas porque se se empezó a cuestionar la representación como el corazón de la democracia. Eso fue, creo, lo que se comenzó a cuestionar desde los 60 en adelante, en buena medida producto de la lectura chilena de los efectos de la Guerra Fría.

-¿Cuál lectura?

-Nunca he creído, y aquí estoy citando a los especialistas, que el Golpe o la dictadura se expliquen únicamente por la Guerra Fría. No fue culpa de EEUU o de la Unión Unión Soviética, aunque claramente se hicieron lecturas en Chile muy maximalistas de la Guerra Fría. Todo eso fue horadando el corazón de la democracia y la convivencia política. Entonces tú tienes el año 70 a grupos de extrema derecha asesinando al general Schneider, y al MIR por el otro lado saltándose todas las reglas democráticas. Y en agosto del año 73 a la oposición a la UP declarando la inconstitucionalidad de Allende, pero al mismo tiempo a Allende reaccionando a través de la Constitución a la visión de al oposición. Cuando existen dos lecturas tan disímiles de lo que es la democracia y de lo que es la Constitución, refleja que las herramientas de la política se han perdido. Ahí es donde una sociedad moderna no puede volver a fallar; debemos estar de acuerdo en cuestiones mínimas. Me temo que esos mínimos volvieron a fallar en 2019 respecto a la violencia: una parte importante de la izquierda no tuvo un compromiso serio con la crítica a la violencia.

¿Cómo ves tú el debate sobre el uso de la moral cuando se analiza el Golpe?

-Por de pronto, no me parece historiográficamente conveniente tener un aceramiento al pasado en términos moralistas. No creo que esa sea la labor de los historiadores, criticar desde la moral y del deber ser respecto a lo que debió haber sido el pasado.

-Incluido el Golpe…

-Cualquier evento, la toma de la Bastilla también. Uno puede ser muy crítico de un evento histórico, y muy contrario al Golpe, pero otra cosa es hacerlo desde la moral. No va por ahí. Los historiadores no son jueces morales; más bien, deben intentar explicar, interpretar, comprender, ya que los historiadores no son maestros de vida, no son jueces de la República.

No me parece que su rol sea juzgar moralmente los eventos del pasado. Y en muchos casos, de derecha a izquierda, se ha malentendido el rol de los historiadores como si la ciudadanía estuviera esperando la sentencia del historiador para decir ‘ah, esto es bueno y esto es malo’. En realidad los historiadores somos personas de carne y hueso, todos subjetivos, todos con más o menos intereses. Razón por la cual la historiografía es una disciplina siempre viva, y nuevas preguntas surgen constantemente. Es muy fácil caer desde el juicio moral a la diatriba de que el otro es es un enemigo.

PLAN DE BÚSQUEDA
– ¿Cuál es tu opinión sobre la conmemoración que prepara el Gobierno, y su rol en esto?
– Me junté con Pato Fernández y lo quise ayudar, estuve varias veces con él y creo que él estaba intentando hacer una conmemoración que no terminara en lo que terminó. Hoy no sé muy bien en qué estamos, porque el gobierno tiene y no tiene un programa.– Está el Plan de Búsqueda.
– Me parece muy bien. Podría terminar siendo el único gran proyecto de este Gobierno.– Es una iniciativa descrita como algo muy potente, pero difícil de conseguir alguna meta.
– Pero lo simbólico es muy importante. Muy potente.– ¿Eres de los que cree que las generaciones que no vivieron aquellos años sigan discutiendo del periodo, que éste debiera seguir siendo un gran tema, o cerrar el capítulo?
– Es natural que sigamos hablando sobre la UP, el Golpe y la dictadura. La pregunta que nos tendríamos que hacer es por qué no ocurrió esto con la Guerra Civil del 91. A los cinco años ya nadie hablaba de ello, siendo que hubo miles de muertos. Me parece que tiene que ver con el hecho de que la dictadura se hubiera mantenido tanto tiempo. Y porque la violación a los derechos humanos continuó sistemáticamente como una política de Estado hasta bien entrados los años 80.

Ahora bien, es esperable ir cerrando las divisiones que estos temas generan. Una forma sería generar un nuevo pacto constitucional que resuelva el problema constituyente que significa que la actual Constitución se hubiera redactado entre cuatro paredes y que la mitad del país no se sienta relacionada con ella.

– ¿Qué crees que va a pasar con la Constitución ahora en diciembre?
– Ayer decía que se rechazaba, hoy no sé. Me parece que el anteproyecto de los expertos es un muy buen insumo y sería un error garrafal botarlo a la basura. En octubre está la instancia para que la comisión de expertos defienda ese trabajo. Yo al menos voy a hacer todo lo posible desde acá, desde el CEP, para que lo que salga en noviembre sea lo más parecido a una Constitución y no un programa de gobierno. (por María José López, DF)