Izquierdas y derechas

Izquierdas y derechas

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Siempre me he preguntado por qué distintas personas —todas las cuales, imagino, queremos lo mejor para nuestro país— podemos tener visiones y proyectos tan diametralmente distintos e incluso contradictorios para alcanzar esos propósitos compartidos. En efecto, izquierdas y derechas tenemos formas de mirar el mundo, un conjunto de fines deseados y de medios concordados para lograr estos objetivos, que son muy diferentes.

Obviamente, las razones son múltiples, pero quisiera identificar algunas premisas fundamentales que, a mi juicio, subyacen en los pensamientos normalmente clasificados de izquierda y las razones por las cuales no puedo adherir a ellas.

En primer término, no creo en la posibilidad de establecer verdades unívocas finales, ni siquiera en las ciencias naturales, y menos aún en el campo de la filosofía política y, por lo tanto, tampoco en la posibilidad de alcanzar una solución objetiva y única para todos los problemas que pueda ser impuesta a otros. La base filosófica fundamental del pensamiento liberal es el reconocimiento de la falibilidad e ignorancia, y la naturaleza esencialmente conjetural de nuestro conocimiento. Por eso, ella es esencialmente anticonstructivista y no imagina que se pueda crear un orden social perfecto, porque no podemos aspirar más que a incursionar, por medio del ensayo y el error, en la búsqueda de soluciones parciales y tentativas a los problemas que nos aquejan.

Quien aspire a resguardar márgenes amplios de libertad personal para el ser humano, constata como parte de la filosofía de las ciencias que el margen que separa la sabiduría de la ignorancia es creciente en el tiempo y aumenta en la medida en que la ciencia avanza y, por lo tanto, no podemos pretender un control comprensivo de todas las actividades humanas y menos imponer a otros modelos únicos, totalizantes e irreversibles. Y este reconocimiento de esta ignorancia universal e inevitable lo hace extensivo también a los “sabios” y, en consecuencia, defiende la idea central para la libertad humana de que nadie está mejor capacitado que el individuo mismo para tomar resoluciones que le son propias, por lo que no pueden ser obligados por medio de la coerción física o social a conformarse a un patrón “correcto”.

Tampoco cree que sea posible construir la utopía del paraíso perfecto en la tierra, como quien escribe en una carta blanca, pues reconoce las limitaciones de la naturaleza humana. Es por eso que es de la esencia del pensamiento liberal una mentalidad cauta e intelectualmente modesta, y la suspicacia respecto a cualquier intento de reconstruir la sociedad a partir de ideas únicas o de certezas absolutas.

Del mismo modo, quienes no somos de izquierda creemos en la diversidad de los propósitos que el ser humano puede buscar legítimamente, y no aceptamos que la historia esté predeterminada y tenga un solo objetivo último, pues “nada es más fatal en moral o en política que las ideas únicas, por nobles que ellas sean, en las cuales se cree fanáticamente” (Berlin).

Ahora bien, estos conceptos tienen repercusiones concretas en las prácticas políticas, pues quienes se sienten poseedores de la verdad última y depositarios de la moral pública no pueden aceptar el pluralismo ni la tolerancia, ni pueden ser permeables a la crítica o a la argumentación, y el que piensa distinto no es un legítimo otro sino alguien que debe ser destruido.

En suma, el ser humano puede y debe perseguir simultáneamente múltiples objetivos, como la libertad, la compasión, la justicia, la paz y la igualdad, y por eso muchas veces es necesario hacer opciones dolorosas y complejas. Aquellos que no han entendido esto y han intentado reconstruir la sociedad a partir de un valor único e inamovible, como la igualdad, son los que han llevado a la humanidad a las peores formas de totalitarismo. (El Mercurio)

Lucía Santa Cruz