¿Está generando la inteligencia artificial una burbuja financiera? No es primera vez que, frente a valoraciones muy altas basadas en innovaciones tecnológicas recientes, se discute la posibilidad de una burbuja. Ha ocurrido antes y seguirá ocurriendo: la historia del capitalismo está llena de episodios de efervescencia donde la promesa de una tecnología revolucionaria impulsa precios, inversiones y expectativas.
La evidencia muestra también que cuando se produce una corrección severa, el daño económico depende crucialmente de si esas valorizaciones fueron financiadas con deuda o con patrimonio. Cuando la exuberancia se apoya en apalancamiento —como los créditos hipotecarios que fomentaron el fuerte incremento de precios de vivienda en 2007, y que luego estuvieron detrás del inicio de la crisis subprime en 2008—, el ajuste golpea al sistema bancario/financiero y contagia la economía real con una contracción de crédito significativa. Cuando se trata de apuestas patrimoniales, como en el caso del puntocom a principios de este siglo, el impacto macroeconómico es mucho menor, puesto que los inversionistas están relativamente más conscientes de los riesgos asociados a tecnologías nuevas.
No sabemos dónde se ubica el episodio actual. Por un lado, la naturaleza experimental y de negocio aún incierto de la IA hace pensar en un fenómeno más cercano al de las puntocom. Por otro, mecanismos de financiamiento circulares, triangulaciones de contratos entre empresas del mismo ecosistema y una concentración extrema del flujo de rentabilidad es preocupante. Nvidia es el gran beneficiario del boom: fabrica los chips especializados que hacen posible entrenar y operar LLMs, y no solo vende hardware, sino sistemas completos listos para operar. Su EBIT es de US$ 100 mil millones, y un 88% de sus ingresos proviene de centros de datos.
La concentración del negocio es sin precedentes: el 80% del ingreso de Nvidia proviene de solo seis ensambladores, en su mayoría taiwaneses. Los chips son fabricados por TSMC, también de Taiwán, que concentra el 70% del mercado global de semiconductores avanzados. En otras palabras, la rentabilidad del boom de la IA descansa sobre una isla que es uno de los focos de tensiones geopolíticas en la actualidad.
Las grandes tecnológicas —Microsoft, Google, Meta, Amazon— están destinando entre 50% y 70% de sus utilidades a inversión física en infraestructura de IA. De ese total, entre el 60% y 70% termina en Nvidia, mientras que el resto se reparte entre energía, terrenos y construcción. Pero las empresas que dan sentido a la IA —OpenAI, Anthropic, Midjourney— facturan menos de 40 mil millones de dólares al año, todas con pérdidas.
Así, la actual efervescencia combina tres factores delicados: valorizaciones extremas, concentración geográfica y tecnológica, y restricciones físicas y geopolíticas (la tensión entre Estados Unidos y China en torno a Taiwán además de los chips). Si una corrección de precios ocurre, los efectos macro podrían ser significativos, especialmente en la inversión real estadounidense. Y esta corrección puede gatillarse también por tensiones geopolíticas.
Frente a ello, ¿cuáles son las coberturas posibles? Desde una perspectiva macro, pueden pensarse tres mecanismos: una política monetaria más expansiva de la Reserva Federal, un refugio en el oro, o un reequilibrio de China hacia el consumo interno para sostener la demanda global. Pero ninguno es perfecto: el oro ya muestra también síntomas de sobre extensión en sus valoraciones, y frente a un shock financiero global no es obvio que su precio aumente. Una expansión del consumo en China depende de criterios más vinculados a la política interna y de represión financiera, que a objetivos de estabilización macroeconómica global. Un relajamiento agresivo de la política monetaria de la Reserva Federal puede tener incidencia significativa en la valoración del dólar, generando efectos patrimoniales adicionales y de competitividad en el resto del mundo.
Un ajuste fuerte de las acciones tecnológicas sería un evento de carácter sistémico. En ausencia de coberturas globales evidentes, la mejor defensa para economías emergentes como la chilena sigue siendo la vieja receta de la estabilidad macrofinanciera: acotar los desequilibrios macro, mantener una macroeconomía ordenada, control de la inflación, y cuentas fiscales alineadas con objetivos de largo plazo. Las reglas claras y la estabilidad financiera seguirán siendo la respuesta, porque, cuando el mundo se vuelve volátil, los fundamentos domésticos se transforman en la verdadera cobertura que necesitaremos. (El Mercurio)
Pablo García



