La principal responsabilidad social de la persona y la empresa no está en atender a una lista de iniciativas prevalecientes (aunque sean valiosas), como poner salas cuna, preocuparse por la ecología, felicitar por intranet, ser simpático con el cliente, ser transparente en las cuentas y un sinfín de asuntos similares; tampoco consiste en centrar los esfuerzos en códigos, guías de buenas prácticas y otros instrumentos similares. Ello es estimable, puede estar muy bien, pero no resulta suficiente, ni es lo fundamental.
Tener responsabilidad para con la sociedad es en primer lugar vivir rectamente, haciéndose cargo de la naturaleza social -y no individualista- del hombre, siendo consciente de que toda decisión personal, dentro y fuera de la empresa, tiene repercusión en los demás. Es responsable quien que se preocupa de construir sociedad a través de sus palabras, sus acciones y los ambientes que con ella genera; quien asume la tarea de dar sentido real a intangibles tales como la confianza, la libertad y el bien común, descubriendo su verdadero significado y tomándoselos profundamente en serio.
Sacar adelante la sociedad es tarea de todos y, por consiguiente, nadie puede encerrarse en el trabajo que desempeña, sino que ha de realizar su tarea concreta con la mente puesta en el cuerpo social y, por ello, del mejor modo posible.
Los directivos de empresas, por lo tanto, no se pueden formar sólo con técnicas, de espaldas a las humanidades (la filosofía, la historia, la literatura, las artes); es más, precisan ser educados en estas últimas, pues un dirigente que no tenga una noción idónea de lo que significan las diferentes dimensiones de una sociedad, difícilmente podrá ser plenamente responsable de aquello que está haciendo. Para que sea auténticamente consciente del impacto efectivo de su propio quehacer ha de ser humanista, es decir, ha de tener la capacidad de ver la integralidad de la persona y la sociedad, al tiempo que de no desentenderse de ello.
Es humanista quien tiene siempre presentes en la conciencia, los enlaces de lo particular con las múltiples instancias propias de la sociedad. Porque únicamente así se puede contribuir adecuadamente -individual y organizacionalmente-, al todo social. En otras palabras, para desarrollar cabalmente una sociedad, cada persona (más todavía un directivo) necesita incorporar en su vida un humanismo que permita salir de sí mismo para conocer al otro y a lo otro, para comprender las claves de la vida social y para integrar adecuadamente la economía, la política, la ética, la estética y más.
Al directivo empresarial, por ejemplo, le debiera interesar grandemente que haya buenas escuelas y universidades. Si se tiene una sociedad de gente deseducada, no será posible desarrollar una vida común apropiada ni tampoco buenas empresas y, de paso, se pagarán altísimas cuentas económicas en el futuro. También, le debiera importar enormemente que la familia sea de hecho la estructura básica de la sociedad porque, de no ser así, habrá escasa posibilidad real de conseguir formar personas que sean auténticamente responsables.
Es imprescindible, hasta urgente, incorporar las humanidades en la formación de los directivos.
Álvaro Pezoa Bissières



