El jueves pasado, un niño de 12 años y una joven de 18 murieron en el Estadio Monumental. Frente a tragedias como ésta, es fundamental una investigación rigurosa por parte de la justicia: esclarecer los hechos, determinar responsabilidades y aplicar las sanciones que correspondan. No se trata solo de barras bravas ni de delincuencia infiltrada en el deporte, aunque ambos factores están presentes. Los controles no fueron -ni son- suficientes, y quizás deberían comenzar mucho antes de la llegada a las puertas del estadio.
Lo sucedido debe convocarnos a una reflexión profunda como sociedad, con varios frentes: el nivel de violencia, el descontrol , el rol de la autoridad y su competencia y la inseguridad que hoy nos impide disfrutar colectivamente de algo tan esencial y transversal como un partido de fútbol.
El recién creado Ministerio de Seguridad Nacional, pieza clave ante la crisis de homicidios, narcotráfico y crimen organizado que vive Chile, nace cojo. Con seremis cuestionados y autoridades con historial poco exitoso en gestiones anteriores, surge una pregunta inevitable: ¿No debiera este ministerio estar conformado por especialistas con experiencia, capacidad técnica y conocimiento profundo en seguridad, en lugar de personas designadas por cuotas políticas? El eterno antagonismo entre la técnica y la política sigue predominando, con consecuencias evidentes.
La designación de personas sin experiencia en cargos clave por parte del Presidente de la República es irresponsable. Pamela Venegas, quien encabezaba «Estadio Seguro» desde abril de 2022, es una periodista competente y rigurosa en su especialidad, pero cuya trayectoria no incluía experiencia en gestión de seguridad en eventos masivos, un déficit que resultó evidente. Tras la tragedia, se le pidió la renuncia. ¿Era previsible? Sí.
Los 17 abogados que “no se dieron cuenta” de que la compra de la casa de Allende era inconstitucional, así como todos aquellos que no han sido capaces de frenar una operación de este tipo, reflejan de manera clara los efectos negativos de nombrar amigos, compañeros o favores políticos en cargos públicos. Son muchos los empleados públicos nombrados en estos últimos años que no han sido, ni son, competentes. Esos cargos deberían llenarse por Alta Dirección Pública. Esto no exime de responsabilidad a la senadora Isabel Allende, quien, tras tres décadas de labor parlamentaria, es inaceptable que firme un contrato que viola expresamente la constitución. Todos quienes acceden a la función pública, deben conocer las limitaciones constitucionales que implica asumir un cargo en el Estado. ¿Se sabrá efectivamente qué pasó en las internas de palacio? Sepa Moya.
Todo esto es, en muchos sentidos, un espejo de una sociedad que se ha ido fracturando desde adentro, donde los vínculos básicos que sostienen la convivencia con las instituciones están en crisis.
La normalización de la rabia, la pérdida de contención emocional, la incapacidad para canalizar el descontento de manera pacífica han primado en los últimos años. El daño es profundo.
Esta violencia ha alcanzado incluso a la educación. Instituciones destruidas por los “overoles blancos” hoy están virtualmente derrotadas. Hace casi cinco meses, 35 escolares del Internado Nacional Barros Arana (INBA) resultaron quemados en un baño tras la manipulación de un artefacto incendiario. Uno aún permanece hospitalizado en la Posta Central; otro fue dado de alta hace poco. La autoridad falló. Y también lo hizo la familia, en su responsabilidad más esencial.
La violencia que estalló en octubre de 2019 destrozó bienes públicos, afectó la paz social, la seguridad y la calidad de vida de millones de chilenos. Hubo cómplices silenciosos que eligieron mirar hacia otro lado. Quienes participaron, alentaron, o aún alientan la violencia en las calles, ¿qué modelo de ciudadanía están transmitiendo a los jóvenes? ¿Qué tipo de diálogo enseñan? ¿Qué legitimidad pueden reclamar luego para condenar nuevos estallidos? El silencio cómplice también es una forma de responsabilidad.
¿Cómo es posible que un niño de 12 años acuda solo a un espectáculo masivo? Fue una víctima pasiva del caos, y esto también interpela a la familia y a su rol irremplazable de cuidado.
Si un país deja de llorar a sus niños, ya no es un país. Es solo ruido.
Detrás del descontrol hay un vacío de humanidad. Niños que no aprenden a resolver conflictos sin violencia. Jóvenes que no encuentran pertenencia en sus comunidades y la buscan -de forma torcida- en el fanatismo. Adultos que naturalizan el caos porque sienten que nadie escucha, que nadie responde. La violencia no nace en el estadio: se entrena en las casas rotas, en las escuelas que no alcanzan, en las instituciones ausentes. El estadio solo hace visible ese colapso.
En un mundo hiperconectado y digitalizado, donde las redes sociales y la inteligencia artificial han transformado nuestras relaciones, la deshumanización se ha vuelto una amenaza concreta. Las interacciones se vuelven superficiales, los vínculos se debilitan, la inmediatez desplaza la reflexión. Se reemplaza la empatía por algoritmos y la conversación por publicaciones vacías. Por eso, hoy más que nunca, necesitamos contención: en la familia, como espacio afectivo y de escucha; en las instituciones, como promotoras de pensamiento crítico y vínculo social; y en la autoridad, como garante de políticas públicas con sentido ético y humano. Solo reforzando estos pilares podremos avanzar como sociedad.
Esto nos habla, inevitablemente, de una falla estructural: la falta de educación cívica, de respeto por el otro, de referentes claros en la autoridad y también en el hogar.
Lo ocurrido en el Monumental debe interpelarnos a todos. ¿Cuándo dejamos de dialogar y empezamos a gritar? ¿Cuándo perdimos la capacidad de compartir espacios sin miedo? ¿Y por qué tantas personas encuentran hoy en el caos una forma de pertenencia? No es solo un problema de Carabineros, de la ANFP o de Colo Colo. Es un síntoma de una descomposición social más profunda, que no se resuelve con más rejas ni con más castigos, sino con más comunidad, más presencia del Estado, más educación, más familia. Más humanidad.
Lo verdaderamente inquietante -lo que debería alarmar a toda la sociedad- es que ya no sorprenda tanto.
Y ese, quizás, sea el signo más nítido del deterioro que se está viviendo. (El Líbero)
Iris Boeninger