Fue su libro más famoso, pero podría ser el título de su obra a lo largo del tiempo. Porque Tom Wolfe, el afamado autor norteamericano que murió esta semana a los 87 años, no fue sólo un hombre polémico, sino también un retratista eximio de cómo las vanidades se tomaban el mundo del arte, la arquitectura o la elite neoyorquina, con la cual coqueteó y despedazó más de una vez.
Él también era un vanidoso incorregible. Partiendo por su pinta, una suerte de dandi, siempre vestido de blanco, con camisas de seda y cuidado sombrero, hasta por su lenguaje mordaz, hiriente y burlón, que lo llevó a entrar en épicas polémicas con otros grandes de la época como Norman Mailer, Harold Bloom y John Updike. A Wolfe nunca lo intimidaron estas ni otras disputas. Eran parte de su existencia, porque al final siempre repetía que un intelectual no servía para nada, sino se indigna sobre algo.
Por eso algunos de sus libros o textos indignaron en su época. Fue el caso de La izquierda exquisita, donde retrató con una ironía muy aguda la recepción que Leonard Bernstein y unos amigos organizaron en el departamento del compositor -un dúplex de 13 habitaciones en Park Avenue-, con el fin de recaudar fondos para los Panteras Negras, un grupo radical de la época. El texto destrozó a sus protagonistas -Bernstein fue abucheado en su siguiente concierto- y la expresión “radical chic” quedó instalada para siempre, como una forma de ilustrar el coqueteo de la elite liberal con cualquier cosa que huela a nuevo, radical o cool.
El mismo fenómeno explica en su ensayo Quién teme al Bauhaus feroz, donde describe la rendición de la clase alta norteamericana a la arquitectura moderna importada de Europa y representada por tipos como Walter Gropius, Le Corbusier y Mies van der Roe, fundadores del movimiento Bauhaus. Para Wolfe, sólo la incultura de la elite norteamericana, que veneraba lo europeo por sobre todo, pudo aceptar que un grupo antiburgués se apoderara del estilo arquitectónico. Lo mismo con la moda del arte moderno -La palabra pintada-, donde la clase alta nuevamente se rinde al artista radical, ése que llega a las inauguraciones con cara de pocos amigos, pero pidiendo champagne.
Wolfe, de alguna forma desnudó la clase alta norteamericana -La hoguera de las vanidades es eso también-, pero lo importante es que él mismo era parte de ella. Conocía sus claves, por ende sus debilidades, mejor que nadie. Y ése es su gran aporte y su singularidad. Qué fácil es criticar a otra tribu. Pero qué útil es cuando se analiza la propia con ojos críticos. Eso sólo lo hacen los grandes. (La Tercera)
Andrés Benítez