Es lo que decía Vicente Huidobro en un ensayo titulado «Balance patriótico del año 1925». Luego, con justificada razón, se quejaba de por qué en Chile no había sabios, ni teorías científicas o filosóficas que se originaran en nuestro país, tampoco de principios químicos ni políticos que tuvieran trascendencia universal. Nada de eso ha cambiado si revisamos la realidad actual. Cuando se preguntaba dónde estaban los méritos para levantar tantas estatuas en nuestro país, tenía mucho sentido porque no los había. Consideraba que Chile era un pueblo que resume su anhelo de superación en cortarles las alas a los que quieren elevarse y pasarles una plancha sobre el espíritu de aquel que se desnivela. También decía algo muy acertado a nuestros tiempos. El símbolo de nuestros políticos es siempre verlos dando golpes a los lados, jamás apuntando el martillazo en medio del clavo. Necesitamos lo que nunca hemos tenido, decía, un alma, y no un pueblo de envidiosos, sordos y pálidos calumniadores como los que hay en Chile.
Este ensayo de Huidobro nos hace pensar en la falla estructural interna que tenemos los chilenos, desde la cual no hemos podido despegar en forma natural. Mañosamente nuestros hábitos están presentes a la hora de hacer gala del tradicional chaqueteo. De los que juzgan antes de tiempo, de los que dan vuelta la espalda y de aquellos ignorantes que desprestigian las nuevas ideas. No es de extrañar que esas malas costumbres hagan desplomar al emprendedor, al colocarle demasiado peso durante su ascenso. Es por eso que se hace casi imposible lograr generar hombres excepcionales como los hay en América del Norte o en el Viejo Continente. Venimos de una cultura inquisitiva, aquella que nos dejaron los españoles durante la Colonia y que cultivaron durante trescientos años, aniquilando las burbujas de la imaginación.
En nuestro país la palabra escrita estuvo por siglos restringida, incluyendo la prohibición de las imprentas que solo existían en Lima y Buenos Aires. Es por eso que el estallido de diarios, imprentas y editoriales surgió en Chile después de la Independencia. También, esas celosas ideas nos permiten suponer que la libertad de expresión permitió subirle el nivel cultural al pueblo durante la creación y desarrollo de nuestra república. Parece ser que hoy una reforma educacional de fondo es muy necesaria en el sentido de proveer mayor calidad y acceso serio en esta materia. Esperemos que en la malla se incluya el emprendimiento, el no chaqueteo y la productividad de los bienes y servicios no tradicionales.
Si bien Chile, por su disciplina militar, logró mantener informados a los ciudadanos para así pavimentar el orden de la naciente república, hoy en día esa idea se ha deformado con la superficialidad de la farándula y de noticias vacías que alimentan el alma actual de los chilenos.
Mientras se premiaba al ganador de competencias, se le daba permiso para ver la ventana de las ilusiones del mundo desarrollado como algo inalcanzable. A medida que va creciendo nuestro país en materia de población, se van disecando las ideas liberales y se frustra el progreso. Esa tradición nos bautizó como un país puritano, capacitados para achicar en forma demoledora al enemigo y al competidor; en realidad, a cualquiera que se destaque.
Ya es hora de superarnos y continuar haciendo esfuerzos de corrección. La fuerte oposición de las ideas económicas y políticas es necesaria para manifestar en un formato sólido esas ideas constructivas que requiere la nación. Quienes gobiernan deben entender el contenido de una opinión opositora, que no dirige un ataque personal, sino una forma de balancear y dialogar con el Estado, enriqueciendo así las leyes, la democracia, las reformas, los emprendimientos y, por sobre todo, la unión de un país en desarrollo.


